Alrededor de 466 millones de personas en el mundo, incluyendo 34 millones de niños, sufren de deficiencia auditiva incapacitante. Se estima que para el año 2050 más de 900 millones de personas, o una de cada diez personas, padecerán esta deficiencia, la cual se refiere a la pérdida auditiva superior a 40 decibeles en adultos y mayor a 30 decibeles en niños (OMS 2018). En este sentido, además de causas congénitas, existen causas adquiridas que pueden llevar a la pérdida auditiva a cualquier edad, como el ruido excesivo durante períodos prolongados.
El ruido afecta a un gran número de personas, especialmente en las ciudades, y tiene una gran influencia sobre la percepción que tenemos de los lugares. El ruido en las ciudades está en todas partes: construcción, automóviles, autobuses, aviones, trenes, vecinos, comercio, entre otros. Es decir, quienes vivimos en las ciudades estamos expuestos a niveles elevados de ruido; y podremos estar acostumbrados a este tipo de contaminación, pero eso no modifica el hecho de que la exposición a niveles excesivos de ruido puede afectar nuestra salud física, mental y emocional. Veamos.
La mayoría de los estudios acerca del impacto del ruido se enfocan en la molestia que causa en las personas o en la medida en que perturba las actividades humanas, mientras el análisis de la incidencia del ruido en la salud pública es limitado. Incluso, la planificación urbana suele atender situaciones de ruido en una ciudad por las quejas que resultan de molestias entre vecinos, y no necesariamente por la manera en que puede afectar la salud de la población. La realidad es que el ruido excesivo afecta seriamente la salud e interfiere con las actividades cotidianas de las personas en la escuela, el trabajo, el hogar, etc. Además, puede afectar el sueño, causar riesgos cardiovasculares y de salud mental relacionados con el estrés, disminuir el rendimiento y la productividad y provocar cambios inusuales en el comportamiento (OMS 2018).
Para estimar el costo social del ruido, la OMS calcula los “años de vida ajustados por discapacidad”, es decir, un año perdido de vida “saludable”. Esta es una medida que se utiliza para estimar la brecha entre el estado de salud actual y una situación de salud ideal en la que toda la población vive hasta una edad avanzada, libre de enfermedades y discapacidad. En este caso, esta medición evalúa la pérdida auditiva que resulta del ruido excesivo. Ante la ausencia de información para países latinoamericanos, la OMS estima que en la Unión Europea, el conjunto de riesgos de salud relacionados con el ruido, representan una pérdida de entre uno y 1.6 millones de “años de vida ajustados por discapacidad”. Asimismo, el Worldwide Hearing Index concluye que el habitante promedio de una ciudad sufre una pérdida auditiva equivalente a entre diez y veinte años más que su edad real. Por tanto, el ruido en las ciudades puede llegar a ser un riesgo importante.
Un estudio reciente de un conjunto de ciudades sugiere que Guangzhou, China, tiene la peor contaminación auditiva, mientras Zurich, Suiza, es la ciudad con la menor contaminación de este tipo. Asimismo, Nueva Delhi, India, se encuentra en la segunda posición, seguida por Cairo, Egipto; Mumbai, India; Estambul, Turquía; y Beijing, China. Igualmente, Barcelona, una de las únicas dos ciudades europeas que figura entre las primeras diez ciudades en términos de contaminación auditiva, se encuentra en la séptima posición, mientras Ciudad de México, París y Buenos Aires ocupan la octava, novena y décima posición, respectivamente (WEF 2017). El mismo estudio sugiere que el ruido del tráfico vehicular es uno de los principales contaminantes auditivos: basta con escuchar por unos segundos los sonidos que producen los automóviles o los autobuses. En este sentido, los niveles de ruido aumentan a medida que aumentan la velocidad y el volumen del tráfico.
Las ciudades pueden seguir pasos prácticos para reducir la contaminación auditiva. Por ejemplo, a través de la planificación de los usos del suelo pueden gestionar las actividades de las personas para reducir su exposición al ruido en torno a usos que generan mayor contaminación auditiva, como un aeropuerto. Asimismo, pueden promover más áreas verdes para amortiguar el impacto del ruido en zonas habitacionales, comerciales, entre otras; y pueden promover la movilidad no motorizada, es decir, el ciclismo urbano y la peatonalización, pues generan menores niveles de ruido que otros modos de transporte como el automóvil. En conclusión: podemos estar acostumbrados al ruido en las ciudades; sin embargo, aunque no lo parezca, es un riesgo importante para la salud de la población.
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