En esta ocasión tengo interés en compartir con mis eventuales lectores algunos comentarios suscitados por la inundación ocurrida en esta ciudad el martes 19 de este junio de 2018. En Aguascalientes puede suceder que las aguas desborden los cauces de sus ríos y arroyos. Pero la situación del martes parece que fue excepcional y especialmente grave.
Quizá sea conveniente, para empezar, ofrecer un contexto que contribuya a la inteligibilidad de las consideraciones que se presentarán más adelante. Por ello, el escrito se inicia con un breve antecedente histórico. Se dispondrá así de una referencia real comentada por un experto, sobre la importancia del conocimiento geográfico en la vida de las sociedades humanas. Ese antecedente es un relato del eminente historiador francés, Marc Bloch, que describe un episodio acerca de la considerable pérdida que significó una mala decisión acerca del puerto de Brujas, en Bélgica. Cuenta que algunas obras perturbaron las corrientes marinas y produjeron un azolvamiento en esa costa que impidió la construcción del puerto que convertiría a esa ciudad en una potencia marítima. Brujas perdió ese potencial y hoy es sólo una pequeña joya urbana muy visitada por turistas. Se cita este comentario a manera de ilustración de los efectos invalidantes de una mala decisión en materia de coherencia entre obras humanas y procesos naturales. Los efectos graves de las malas decisiones en la búsqueda de la correcta adecuación entre lo natural y lo humano se conocen desde hace ya siglos y el caso que relata Bloch es sólo un ejemplo entre muchos otros.
Del relato del historiador francés se desprende una sugestiva enseñanza: si se alteran los procesos naturales de un cierto espacio geográfico con una obra antropogénica (hecha por el hombre) que sea incompatible con esos procesos pueden desencadenarse acontecimientos que devengan en riesgos severos para las vidas humanas que lo habitan.
Ahora bien, ¿habrá un “antídoto” contra estas situaciones de riesgo? La respuesta es en principio afirmativa: el antídoto es el conocimiento. En este caso, se trata del conocimiento del territorio que se pretende proteger de los eventuales daños que le pueden causar los fenómenos naturales. No hay que perder de vista que en el espacio territorial tienen lugar procesos que obedecen a principios propios de la dinámica natural, procesos a los que el destino de los humanos no le causa la menor preocupación. Por consiguiente, el ajuste correcto entre ese mundo natural y el mundo antropogénico debe ser una de las prioridades en toda política pública orientada a la prevención del tipo de riesgos que se han comentado.
El conocimiento del relieve del terreno, de la ubicación precisa de las obras antropogénicas (las obras construidas por los humanos), la permeabilidad del suelo, las probabilidades de lluvias y su distribución espacial y temporal son, entre otros, datos útiles en la formulación de políticas públicas en materia de prevención de los riesgos que provienen de los procesos propios del mundo natural.
Hasta donde sé, el Inegi ha desarrollado estudios de todas las cuencas hidrológicas del país. Sé, asimismo, que en distintas dependencias estatales y municipales existen datos sobre diversos aspectos del territorio estatal. Alguna vez se ha hablado de Atlas de riesgos. Se dispone también de sistemas de información geográfica de gran potencia. Se sabe que sistemas de ese tipo permiten simular eventos tales como una inundación antes de que ocurran. Es posible saber así, variando los valores de la precipitación, cuál puede ser el comportamiento de los flujos del agua y cuáles serán las áreas más afectadas. Análisis de las series de tiempo meteorológicas podrían dar información valiosa para calcular la probabilidad de ocurrencia de eventos excepcionales como la lluvia del martes pasado. Entiendo que ya se ha trabajado en el estado en estos temas, pero el futuro previsible sugiere un esfuerzo mayor, más articulado y más ampliamente difundido para conocimiento de la comunidad.
Es cierto que no todo es previsible, que quizá los riesgos son inevitables y que existen situaciones excepcionales que pueden quedar fuera del control humano. Pero disponer de conocimientos sobre los fenómenos naturales que podrían afectar la vida daría lugar a una mejor defensa ante sus ocasionales embates. Las políticas públicas en materia medioambiental deberían tener una mayor prioridad de la que se le confiere al presente, al menos esa es mi opinión, y la información en que hay que fundarlas debe describir con precisión los datos territoriales pertinentes.
Se dice que la sociedad futura será la sociedad del conocimiento, pero parece que ese conocimiento se refiere principalmente a los temas económicos que se estima que pueden mejorar las condiciones de ingreso y reducir la pobreza y la desigualdad social, lo cual no deja de ser relevante. Pero hay otros valores no necesariamente medibles en dinero, y alcanzarlos requiere también conocimientos. Vivir en un medio ambiente del que se conozcan los riesgos que pueden afectar la vida es sin duda preferible a vivir en otro en que las personas estén sometidas a una alta incertidumbre acerca de los posibles efectos dañinos originados en la dinámica del mundo natural.
Para terminar, ofrezco una confesión personal. Vivo a un costado del río San Pedro. Cuando construimos ahí no nos informamos suficientemente bien del comportamiento del río y en la última inundación del siglo pasado nuestra casa fue invadida por las aguas. Así que sé por experiencia propia lo costoso que resulta no disponer de información adecuada acerca del medio ambiente en que se habita.