Estimado lector, el día de hoy quiero compartir contigo una reflexión que he estado pensando y compartiendo desde el inicio de esta elección y que a final de cuentas será una realidad después del primero de julio.
Las elecciones que enfrentamos en este momento son un mundo “nuevo” de elecciones con una misma cara. Es la tercera ocasión que Andrés Manuel López Obrador quiere ser presidente de nuestro país, para, según él, cambiar el mismo, sacando a la mafia del poder, su discurso de dieciocho años. Y nunca, en las encuestas, se le había puesto con tantas posibilidades para lograrlo, con un porcentaje en encuestas cercano al 45 por ciento promedio. Desafortunadamente para él y para todos nosotros, desde las elecciones presidenciales pasadas, las encuestas no han sido válidas ni confiables, un fenómeno que está pasando a nivel mundial. En el referéndum del Brexit, las encuestas daban una cómoda ventaja al NO, cuando en realidad ganó el SI. Lo mismo podemos comentar del caso de la elección presidencial de Estados Unidos, donde en las encuestas ganaba la elección Hillary Clinton con un margen cómodo, y termina perdiendo por un alto margen. En fin, no hay nada escrito, no hay nada que pueda decirse hoy como que va a ser ya una realidad, sino hasta después del primero de julio.
Lo que sí será una realidad es que el país está dividido, y el próximo gobernante se enfrentará a desafíos que ningún otro presidente ha tenido en nuestro país, quizá sólo equiparables a los de los años previos a la guerra de reforma, en donde conservadores y liberales luchaban por el poder.
Históricamente, la elección se hace apenas con el 55% del electorado promedio, y las últimas elecciones las perdió Andrés Manuel por un margen estrecho; ante Calderón, la ventaja fue de 36.89% contra 35.90%, y ante Peña Nieto de 38.20% contra 31.57%. En ambos casos, si bien es cierto que Andrés contó con el 30% de las preferencias, el otro 70% votó por el régimen o “grupo de poder” actual, en donde el PRI y el PAN se confunden en más de una ocasión dando lugar al famoso PRIAN.
Es decir, el electorado no estaba TAN dividido, solo una tercera parte no pensaba igual que el resto de este. Ahora, vemos que el electorado, gane quien gane, estará cerca del 50% de preferencia hacia un espectro político, y otro 50% hacia el otro. Es decir, la polarización de nuestra sociedad se ha hecho cada vez más evidente, y poco tiene que ver la situación de la economía o que esté un partido u otro en el poder.
El cambio de parte del electorado se debe al hastío. A la náusea que da al escuchar el nombre de nuestros políticos. A la corrupción tan escandalosa que existe en nuestro sistema político, en donde conocidos que estaban pasando una situación económica mala antes de entrar a la política (sea el puesto que sea, desde el más pequeño hasta el más grande) y ver que en un corto plazo viven en una situación desahogada, de tal forma que pueden tomarse varios años “sabáticos” en donde pueden no hacer nada y siguen viviendo bien. En donde los nuevos ricos no se hacen a base de esfuerzo y trabajo, sino de corruptelas y chanchullos,
En donde vemos como los impuestos se les condonan a los grandes capitales y a los que apenas sobreviven se los están cobrando de forma leonina.
En donde el salario no alcanza y si no es por el crédito de cualquier tipo, no se puede sobrevivir y vivir bien.
En donde las casas habitación son de mala calidad y financiadas a varios años… para quedar en la nada por fallas estructurales.
Es por eso por lo que el país está polarizado.
La solución no es Andrés, ni Anaya, ni Meade. La solución va más allá, va a cambiar la forma de pensar de todos los mexicanos, de no premiar al abusivo, por ser “muy listillo”, sino de premiar al que, con su trabajo, inteligencia, salió adelante.
En fin.
Un reto importante para el próximo presidente, como lidiar con ese México dividido. Y si no se sabe trabajarlo, podríamos llegar a un escenario que no es bueno para nadie, las armas.
Al tiempo.