Hace siglos que la opinión pública
es la más malva de las opiniones
Chamfort
Hace un par de meses, Daniel Bisogno dijo una pifia en la que incitaba a que conductores tuvieran derecho de atropellar a los ciclistas en caso de tener prisa; después de la lluvia de tuits que recibió en su contra, en una réplica un tanto grosera culpó a la audiencia de mala interpretación y señaló que el “malentendido” se debía a que él usaba humor negro y pedía que se entendiera como tal.
Desde luego que más personalidades han pretendido defenderse de la sociedad con la misma bandera, recuerdo rápido algunos casos:
- El político español Guillermo Zapata, que en 2011 publicó algunos tuits que lo acusaban de antisemita y de atentar contra la dignidad de las víctimas de crimen del Alcácer. “Siempre me ha gustado el humor negro y cruel. Lo considero una expresión sana para reírnos de los horrores que hacemos los seres humanos”, comentó Zapata al respecto.
- El comediante Alejandro Verduzco, Platanito, cuando en 2012 fue atacado por sus chistes sobre el incendio de la guardería ABC; “la comedia creo que debe ser atrevida, picante, y la de Platanito es muy muy atrevida, pero también comprendo que hay límites (…), la labor del comediante es ser atrevido, pero no estúpido”, señaló el comediante en un video en que se disculpó.
En últimos días, a Ricardo Alemán, comunicador que fue cesado de distintos medios mexicanos por un tuit, no le resulta efectivo decir que no deseó o pretendió avalar la violencia (en realidad se fue por otra arista: que él quiso “advertir” otra cosa, que lo quieren boicotear), y tal vez le cueste mucho reconocer que más bien le pareció gracioso imaginar, que pretendía una forma de humor, aunque el humor, en mi opinión, no está por encima de la responsabilidad de los comunicadores y no justificaría la réplica o la apología de la violencia.
Luego de este caso, en Twitter se ha buscado “cazar” a otros periodistas que también han hecho uso del humor negro: Denise Dresser, al retuitear un meme que refería al conocido caso de un piloto aviador depresivo, con la observación de que “es humor negro”, para curarse de todo riesgo, porque pareciera que esa etiqueta podría perdonar cualquier opinión agresiva, polémica, o, sobre todo, hiriente.
Pero, ¿en verdad podríamos justificarnos con ello?, con señalar que lo que tuiteamos o compartimos en redes “no es en serio”, que debe ser tratado con humor y con inteligencia. ¿Podemos bromear o reírnos sobre cualquier cosa? ¿Cuáles son los límites del humor?
A todo esto, Eduardo Stilman en introducción a una Antología del humor negro en la literatura, advierte que este “tipo” de humor, más que un género, es una actitud y una postura ante el mundo; así, pues, quien produce o consume este humor no es más que una persona que fluye acorde a su cosmovisión.
Stilman reconoce en el humorismo una actitud lúcidamente imparcial ante el mundo, la percepción del aspecto contradictorio de las cosas: “Todo humorismo tiene su negrura, que se diluye o acentúa de acuerdo con el conflicto en cuestión. Tiende al gris en los moralistas al estilo de Chamfort, opuestos a una convención que propone que, en general, los humanos somos buena gente”.
Si, por lo general, pensáramos que los humanos somos buena gente, no habría escozor al reírnos de algo inapropiado, sin embargo, sucede. Algunos acontecimientos de los cuales “no nos deberíamos de reír” nos provocan la risa en mayor o menor medida.
¿Somos malas personas por ser adeptos al humor negro? La cosa va más allá de eso, al igual que el morbo, no podemos hacer más que aceptar lo que despierta nuestro interés y limitar lo que hacemos, por ejemplo, actuar en perjuicio hacia los demás.
En un espléndido ensayo sobre el humor, Henri Bergson le atribuye un carácter social a la risa. Identifica en ella una intención de entendimiento, de complicidad entre otras personas que se ríen, reales o imaginarias. Para que el humor se dé, pues, tiene que haber en alguien la intención de suscitar la risa a alguien más para que estén en el mismo entendimiento.
Señala, además, que la insensibilidad suele acompañar a la risa. Usualmente somos indiferentes para aceptar la risa (pensemos, por ejemplo, que en la mayoría de los chistes o memes que nos provocan risa, hay un pequeño drama). La risa, entonces, demanda una pausa momentánea del corazón para dirigirse a la inteligencia pura.
Esto me parece de gran interés para comprender por qué somos capaces de reírnos de un tipo de tragedia: porque alcanzamos un nivel de indiferencia. No obstante, en ocasiones la indiferencia es tanta que no se logra acordar ese pacto entre quien suscita la risa y el que podría reír.
Me parece que ese es el problema que muchos personajes, como los que mencionaba al principio, han ignorado. Tal vez por no considerar el timing o por completa insensibilidad, se descuida que el humor a través de un tuit o un chiste, no podrá ser efectivo y resulta contraproducente.
Abundan en internet gran cantidad de artículos con “bases científicas de prestigiosas universidades” que reconocen la estrecha relación del humor y la inteligencia. Sin embargo, me preocupa que esto sirva de pretexto para justificar la estulticia o los actos de estupidez a través de la fórmula de: “el humor negro es una expresión de inteligencia, si no ríes, no tienes la suficiente inteligencia”. De permitir esto, cualquier “humorista” tendría la autoridad de hablar de lo fuera sin esperar que la afectación a un tercero fuera válida.
Pero también, me preocupa que la situación de violencia en el país ya no dé oportunidad para la risa. Si como Bergson mencionaba, la risa es un acuerdo social, es probable que la oportunidad de reírnos se haya achicado porque la violencia se maximizó y debemos tomarnos todo como cosa seria, medir con sumo cuidado de qué sí o de qué no reírnos.
omar.rtiscareno@gmailcom | @Omar__Tiscareno
Bergson, Heri (2011). La risa. Ensayo sobre el significado de la comicidad, Buenos Aires: Ediciones Godot
Stilman, Eduardo (2004). Antología del humor negro en la literatura, Losada