Se ha dicho, probablemente más entre seguidores, opinadores, simpatizantes, exégetas, talmudistas y fanáticos, que a algunos políticos (concretamente lo he leído sobre los integrantes del Frente) les falta México y les sobra mundo. Esta afirmación tiene al menos dos intenciones: una, denostar la condición socioeconómica de quienes son tachados con la sentencia y otra, señalar que esas condiciones hacen que las políticas desplegadas por este grupo están desconectadas de la realidad mexicana. Me parece que ambas posturas son desafortunadas y que las falsas implicaciones abonan poco a la discusión política que deberíamos estar llevando.
Parto de algo concreto para limpiar el ambiente de sospechas: más allá de mis filias y mis fobias, declaro sin atisbo de duda que estoy absolutamente a favor de que el Estado de Derecho prevalezca en mi país y en el resto del mundo. Nadie debe estar por encima de la ley. El dinero mal habido debe tener consecuencias legales serias, siguiendo por supuesto los mecanismos adecuados que nuestro aparato judicial tiene.
La riqueza no me parece en sí algo condenable. Ni siquiera, en un sentido estricto, la desigualdad. Aclaro, por supuesto, que sobre todo la más abyecta, la más ofensiva: aquella que no está abona a la creación de mecanismos estructurales para ayudar a las y los más desaventajados, es obscena. Sin embargo, generalizar sobre su carácter negativo, la satanización de la riqueza no nos llevará a sacar mucho en limpio. A pesar de ser un tema complicado, basta pensar en un ejemplo para entenderlo: ¿qué es mejor, una sociedad en la que incluso quienes menos tienen, pueden vivir con la tranquilidad de tener cubiertas todas sus necesidades humanas, y que encuentran oportunidades para la ascensión cultural, educativa y económica; aun cuando haya una brecha grande con quienes más riqueza tienen, o, por otro lado, una sociedad en que todas y todos son pobres por igual?
Evidentemente se puede señalar que una sociedad que alberga una gran desigualdad está seguramente construida de tal forma que la riqueza de unos cuantos se patrocina por la pobreza de las mayorías. Pero esto entraña una discusión profunda y parte, además, de la forma en que hemos construido la lógica económica en la que vivimos. Creo que debemos, para entender que se puede reconciliar la riqueza con la posibilidad de no tener desigualdad ni pobrezas abyectas, apostar a una combinación virtuosa: reivindicar el capitalismo como un extraordinario mecanismo para generar la riqueza y el socialismo como una manera de distribuir dicha riqueza. No digo nada nuevo, esto es lo que se llama socialdemocracia.
Dicho lo anterior, regreso al punto. ¿Es malo per se que tengamos políticos ricos? ¿Es malo que nuestra clase política asista a universidades extranjeras? ¿Es malo que viajen por el mundo, que dominen otros idiomas y estén bien empapados de otras culturas? Sostengo que no. La negativa a la primera pregunta se entiende, está respaldada en los párrafos antes escritos. A la segunda y a la tercera las sostengo bajo la idea de que es no sólo no negativo, sino que puede suponer una gran ventaja para la generación de políticas.
Regreso a la afirmación inicial: que es lamentable que falte México. Sí: no necesariamente porque defienda un talante nacionalista, sino porque es importante que la clase política esté conectada con la realidad de las y los ciudadanos. Leí hace poco que el piloto de un avión tiene el incentivo de hacer bien su trabajo porque comparte el riesgo con el resto de los que comparten el vuelo. Ciertamente nuestra realidad sería distinta si quienes nos gobiernan tuviesen que compartir el transporte, el sistema de seguridad y las demás penurias que muchas y muchos mexicanos (la gran mayoría) debe padecer.
Por otro lado, la desigualdad tiende no sólo a ser económica, sino que la pobreza viene dolorosamente aparejada de otras desventajas: marginación social, educativa y política. He ahí la clave de mantener una igualdad de derechos ciudadanos. Si una persona vive en una casa pequeña, pero cómoda y segura, si puede estar segura que después de una tormenta que tapó un drenaje cercano, será atendida con la misma prestancia que se atendería el desastre en una zona residencial, entonces estamos en una situación radicalmente diferente.
El hecho de que algunas y algunos integrantes de la clase política hayan tenido la oportunidad de estudiar en el extranjero no debería ser, por sí mismo, un motivo de alejamiento de la realidad social de nuestro país; como tampoco un vicio en sí mismo, por el contrario, podría significar una ventaja, insisto, para la generación de políticas públicas. Las razones por las que sostengo esto son más bien sencillas. La primera, porque es bien sabido que una de las cosas que hoy se hacen en todos los gobiernos en desarrollo constante, es la búsqueda de las buenas prácticas que no es otra cosa que atender las políticas que se hacen en otros lugares del mundo, que han sido probadas como efectivas. Esto evidentemente genera la ventaja de no malgastar recursos públicos, así como de ahorrar tiempo en la implementación. Esta es una actitud desprendida de lo que se llama cosmopolitismo, que es la idea de que debemos ver el mundo entero como una comunidad. Es decir, aceptarnos como ciudadanos del mundo. Y se opone a una actitud que hemos visto reflejada en el Brexit, en el triunfo de Trump, en las dictaduras cubana y venezolana, en el movimiento independentista de Cataluña, y en el candidato puntero en nuestra carrera presidencial: el espíritu comunitarista.
El comunitarismo se opone directa y radicalmente el cosmopolitismo. Supone que lo más importante para una sociedad es, no los derechos y las libertades individuales sino primordialmente el interés de la comunidad. Si vuelve usted a leer el enunciado anterior es probable que no le suene, de entrada, escandaloso, y ése es, sin duda, uno de los peligros del comunitarismo. ¿Cómo es posible que no sea el bienestar de la comunidad lo más importante? La clave está en establecer dos cosas. Por un lado, los límites de la comunidad (que justo el cosmopolitismo dice no deben existir) y por otro, el peligro que entraña la idea de que, en nombre de la mayoría, las minorías puedan ser acalladas, oprimidas, olvidadas, marginadas.
Tal vez usted pudiera a estas alturas estarse preguntando ¿no es justo eso la democracia, la decisión de las mayorías? Yo sostengo que no. Hace poco escuché una frase proverbial: si de ello se tratara la democracia, ¿qué diferencia cabría entre su aplicación o una batalla a palazos para que sea la mayoría ganadora la que aplique su voluntad?
La democracia que imaginó Aristóteles debería ser más bien el gobierno para todas y todos, elegida por la participación de todas y todos. Evidentemente debe haber enfoques diferentes, plataformas diferentes, pero esto no debería suponer que las y los “perdedores” se queden sin derecho de representación y lo más importante: jamás sin sus derechos ciudadanos.
El comunitarismo supone la idea de que el mundo se divide en dos grupos, el representado por una dicotomía: la puja entre nosotros y los otros. Ésa, y no otra, es la motivación detrás del racismo de Trump, de la generación de gobiernos soberbios y déspotas bajo la idea de que todo quien no piense igual está mal y puede considerarse exiliado, malo, traidor: enemigo. El peligro del comunitarismo es que entraña aparentemente una fortaleza grupal en un mundo en que las fronteras son (y deberían serlo más) tan endebles (sencillamente porque tenemos una herramienta como la que hoy le permite a usted leer esto), que termina siendo más una cárcel autoimpuesta que una muralla que nos salvaguarde. Una muralla en todo caso, que nos impide ver qué hay después de nuestras ideas (que siempre pueden estar equivocadas), que nos impide ver cómo otros solucionan acaso los mismos o similares problemas, que nos aísla del resto de la civilización.
Entiendo perfectamente la importancia de conocer a México. Que nos sobre México, que sepamos de sus riquezas y sus falencias, que entendamos de sus complejidades, que reconozcamos sus fortalezas, que sepamos tender puentes para hermanarnos antes que dividirnos; pero que no nos falte mundo, porque allá afuera, de los errores y los aciertos de quienes habitan este complejo espacio, también hay mucho por aprender.
/aguascalientesplural | @alexvzuniga