Gustav Mahler siempre ha representado para quien esto escribe un encanto muy especial, primero como un misterio abismal impenetrable lleno de oscuros rincones y en cada uno de esos rincones se adivina la presencia de algo impresionante que pide, incluso que necesita ser sacado a la luz. No sé, Mahler tiene ese encanto que definitivamente no siempre encuentro en otros compositores, aunque me gusten y disfrute inmensamente de su música, no hay esa misma atracción que me genera el tres veces apátrida Gustav Mahler. De hecho, no es esta la primera ocasión que escribió sobre él en esta columna, por lo menos he dedicado un par de banquetes al atormentado Mahler y ahora lo hago tomando como pretexto el hecho de que hoy, viernes 18 de mayo se cumplen 107 años de su muerte.
La vida musical de Gustav Mahler debe ser apreciada desde dos diferentes perspectivas, como director de orquesta y de ópera que no es lo mismo, y por supuesto, lo más importante, como compositor. Como director vale la pena destacar su manera de entender e interpretar la música de compositores como Wagner o Mozart, de hecho, y de acuerdo a lo que nos dice la siempre inconclusa historia de la música, debemos considerar a Mahler como uno de los mejores intérpretes de las óperas de Richard Wagner. Fue director la Ópera de la Corte de Viena, quizás la organización musical más importante que tuvo bajo su mando, y del Metropolitan Opera House de Nueva York, además, director de la célebre Filarmónica de esa misma ciudad.
Su prestigio como director y compositor ayudó un poco a sobrellevar los ataques antisemitas que tuvo que soportar, recordemos que él nació en Bohemia, lo que hoy es República Checa, pero de origen austríaco, además, era judío converso al catolicismo de ahí aquella frase llena de amargura que ya mencioné líneas arriba, “soy tres veces apátrida, bohemio entre los austríacos, austríaco entre los alemanes, y judío en el mundo entero”. Eso definitivamente fue un factor determinante en el desarrollo de su pensamiento musical, en muchas de sus sinfonías y en sus lieder se hace evidente esa profunda tristeza, esa sensación de soledad, de incomprensión, de estar solo contra el mundo entero, y su único refugio, su única trinchera fue la música, así intento explicar ese encanto que emana de ella como una fuente inagotable de sensaciones a veces impenetrables y por lo mismo cautivadoras. Para Mahler la música no es solamente un paliativo con el que intente distraer su angustia, ni siquiera es una válvula de escape de una realidad lacerante e inevitable, para él la música es una forma de vida, es la única forma de vida posible, es su manera de responderle a la tragedia que le tocó vivir, es el único argumento posible, es el antídoto contra el caos, más o menos como sucede con Beethoven, otro de los grandes, quizás el más grande, de los que entienden que la música no es un refugio de la vida, sino la vida misma, Beethoven se quedó sordo, y le respondió al destino con música, el modelo ideal del romanticismo.
La cuestión de la religión en Gustav Mahler es uno de los puntos más polémicos, quizás el punto álgido en todo su discurso musical, se presta a la diversidad de opiniones. Un judío converso al catolicismo, asunto apasionante sin duda. Recuerdo que hace algunos años, seguramente más de 20, discutía con un colega de los medios sobre este asunto de la fe de Mahler, él me decía que su conversión se debió a la condición que le puso la ópera de Viena para asumir el puesto como director, no se permitían judíos en este puesto de tanto prestigio, yo creo que ese fue solamente el detonante de su acercamiento a la Iglesia Católica, pero la inquietud por esta fe ya la traía desde su infancia. Alma Mahler, su esposa, decía que al pasar por un templo católico entraba y pasaba ahí mucho tiempo, horas incluso, escuchando la música propia del lugar y contemplando la arquitectura. Por otra parte, no creo, me parece incluso inconcebible, que un judío convencido pueda componer una obra tan comprometedora en la fe como la Sinfonía No.2 llamada De la Resurrección, aunque si bien no está basada en textos bíblicos, sino en el poema de Friedrich Gottlieb Klopstock incluido en el movimiento final de la obra, el carácter cristiano del texto es evidente. De hecho entiendo esta sinfonía como un resumen del proceso de fe vivido por Mahler, el primer movimiento nos ubica en un funeral en donde se cuestiona si hay vida después de la muerte. El segundo es una añoranza por los tiempos felices del pasado. El tercero se refiere a la pérdida total de la fe. En el cuarto encontramos la recuperación de esa fe: “Soy de Dios y a él volveré”. El quinto y final es la proclamación del amor de Dios que alcanza su plenitud en la resurrección.
Mahler es sin duda el más importante de los posrománticos, es posromántico por el tiempo que le tocó vivir, la transición del siglo XIX al siglo XX, nació el 7 de julio de 1860, todavía vivía Brahms y su admirado Bruckner, de hecho me atrevo a decir que Mahler fue uno de los pocos que supo entender desde el principio todo el inmenso valor de la música de Bruckner. Murió el 18 de mayo de 1911, sus aportaciones a la música lo ubican como un vanguardista en el desarrollo de la sinfonía en el siglo XX.