Defendamos nuestra casa común. Encíclica Laudato si - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

Victor Hugo Salazar Ortiz

Movimiento Ambiental de Aguascalientes A.C.

Carlos Andrés Pérez Hernández

Estudiante 4° semestre de Filosofía

 

Una Encíclica es una carta solemne que escribe el Papa y está dirigida a los obispos y fieles católicos de todo el mundo. Las encíclicas suelen estar redactadas en latín, que es la lengua oficial de la Santa Sede; sin embargo, se traducen a los principales idiomas. El título de las mismas se toma de las primeras palabras del documento y suelen llevar un subtítulo en el que se manifiesta el tema principal de que trata la carta.

El contenido de las encíclicas tiene un carácter doctrinal, exhortativo, disciplinar y social. En estos rubros los últimos cinco Papas han tratado parcialmente el tema del cuidado del ambiente en algunos puntos de sus encíclicas. No obstante, el Papa Francisco es el primero que ha dedicado completamente este tipo de documento a dicho tema. Fue así que el 24 de mayo del año 2015 se hizo pública la encíclica Laudato Si, cuyo significado es “Alabado seas” expresión con la que San Francisco de Asís tributa al Creador. En este documento el Papa ha manifestado el interés que tiene la Iglesia Católica de velar por el cuidado de la Tierra, nuestra “Casa Común”, por lo mismo ha sido llamada “la encíclica verde” por su relación con la ecología y el cuidado del planeta.

La encíclica Laudato si se estructura en seis capítulos: en el primero se habla de lo que está pasando al planeta en términos ambientales y se hace una somera revisión de varios problemas: contaminación, cambio climático, abatimiento del agua potable, pérdida y extinción de la biodiversidad, el deterioro de la calidad de vida y la degradación social, la inequidad en la distribución y ganancia proveniente de la explotación de los recursos naturales, la debilidad de las reacciones ante la injusticia ambiental y la diversidad de opiniones que han surgido con relación a estos temas. Frente a estos temas el Papa reconoce que la Iglesia católica no tiene la última palabra, pero es responsable de escuchar y promover el debate honesto entre los científicos y respetar la diversidad de opiniones.


El segundo capítulo nos habla acerca de las referencias evangélicas de la creación y se sugiere a los fieles revisar la sabiduría que ofrecen los relatos bíblicos para descubrir en ellos el misterio del universo expresado en cada creatura y, con base en esto, entender que formamos una comunidad universal en la que debe prevalecer la armonía, ya que estamos unidos por un destino común y a la letra dice: “Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente del cual forman parte, los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe” (p. 64). Entonces, si se es o no cristiano, se tiene la obligación de velar por el bien de la naturaleza, pero este deber aumenta en todo aquel que profese fe en Cristo.

En el tercer capítulo se hace una crítica al modelo antropocéntrico y al paradigma tecnocrático como principales responsables de la crisis ambiental por la que atraviesa el planeta. Al respecto en la encíclica se sostiene que “cuando la técnica desconoce los grandes principios éticos termina considerando legítima cualquier práctica” pero “la técnica separada de la ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder” (p.136). El desarrollo tecnológico debe regirse entonces en el presente y futuro por valores y principios éticos, tal y como ya lo había señalado el filósofo alemán Hans Jonas en su libro El principio de responsabilidad (1979) en el que señala que es importante ver y entender la naturaleza de manera distinta, guiar nuestro trato con ella por “principios precautorios” basados en el temor y el respeto, aunados a la previsión de las consecuencias de nuestros actos presentes para las generaciones futuras.

En el cuarto capítulo se propone la puesta en práctica de una ecología integral que esté presente en todos los ámbitos sociales y culturales, pero que ésta no se limite a pensar solo en el bien de nuestra generación, sino de manera muy particular en las generaciones futuras en términos de lo que se ha denominado justicia intergeneracional. En el quinto capítulo se ofrecen propuestas de acción en el ámbito político y religioso, a nivel local, nacional e internacional, las cuales deben estar basadas en el diálogo y el ecumenismo. “Si la política no es capaz de romper una lógica perversa, y también queda subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes problemas de la humanidad” (p.197).

Por último, el sexto capítulo nos habla acerca de la educación y la formación espiritual en la ecología, para generar de esta manera un cambio significativo en las conciencias de todos. “La educación ambiental ha dejado de ser puramente científica y está dando un salto a una ética ecológica y con ello adquiriendo un sentido más profundo: sentido de solidaridad, responsabilidad y la compasión (210).

La encíclica Laudato Si nos presenta el mensaje de que hay que mantener la esperanza en que la humanidad sí tiene la capacidad de colaborar en el cuidado de nuestra Casa Común. No obstante, si bien pone de manifiesto el interés que tiene la Iglesia Católica acerca del tema, no llega a ser clara respecto a una propuesta de acción en concreto, de manera que, aunque en el documento se realizan reflexiones valiosas y acertadas, no exige al clero y a los feligreses una propuesta concreta de acción a seguir. Por esto, la necesidad de conocerla, leerla y analizarla se hace cada vez más apremiante, siendo creyente o no, para poder tener en cuenta la visión de una institución religiosa con relación a este tema y poder generar líneas de acción que nos ayuden a actuar por el cuidado del planeta, “nuestra casa común”.  

 

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