Con seguridad puedo afirmar que cada proceso electoral es diferente de los demás. Más allá de lo evidente que resulta el cambio de la fecha de la Jornada Electoral, pues históricamente en la entidad durante mucho tiempo las elecciones fueron el primer domingo de agosto, que después transitó a los meses de junio y julio, y de los distintos escenarios de puestos de elección, tomas de posesión, duración de campaña, hasta la singularidad de este proceso concurrente, el común denominador de todos los procesos es la garantía de que el elector podrá acudir a una casilla debidamente instalada, con funcionarios capacitados y material electoral suficiente para emitir su voto y que este sea respetado y debidamente contabilizado.
Esa seguridad de que el elector se va a levantar el domingo de elecciones y va a encontrar una casilla cercana a su domicilio, abierta y lista para recibir el sufragio, requiere de una precisión que solamente la puede dar un proceso de planeación y logística de meses de antelación, y muchas voluntades que se deben conjugar para que, sin más demora que la propia que genera la participación ciudadana, ejercer nuestro derecho cívico por excelencia no debe tomarnos más de una decena de minutos.
Justamente el momento que vivimos en este proceso electoral, corresponde a la impresión de la documentación en general necesaria para tal fin, y de manera específica, a las boletas electorales. En una situación sui generis la legislación electoral local, no de ahora sino de siempre, indica que se preferirá la impresión en los Talleres Gráficos del Estado, en las mejores condiciones de seguridad y certeza, situación que resulta benéfica dadas las condiciones de paz y tranquilidad en las que se desarrollan los procesos electorales en la entidad. A diferencia de otros estados en donde la documentación se elabora en un lugar distinto, que muchas veces es la capital de la República.
Ello genera, y lo digo por experiencia, una sensación extraña, sobre todo para los que estamos acostumbrados a tener la certeza de que el fino arte de la imprenta se lleva a cabo a unos metros de distancia. Vamos, por pura lógica elemental, resulta complicado y caro hacer una visita de supervisión con representantes de partido y prensa a ocho horas de camino, que teniendo la facilidad de hacerlo a unos cuantos kilómetros de la sede del Consejo.
Y no solamente por ello, sino porque a lo largo del tiempo, el personal operario de la imprenta, se ha ido familiarizando con las estrategias de seguridad implementadas por la autoridad. Las medidas suelen ser tan estrictas que solo unos cuantos empleados tienen contacto directo con las boletas, y no por ser de casa tienen permitido ingresar, por ejemplo, con alimentos o teléfonos celulares al área de impresión. Mis respetos a quienes nos reciben en su casa con amabilidad y hasta aceptan las reglas que les imponemos, con profesionalismo demostrado.
No solo está seguro el interior, sino desde el propio acceso al edificio se encuentran medidas de control entre seguridad pública y privada. Cámaras de seguridad, portación de identificación con fotografía y revisiones de entrada y salida, vuelven una fortaleza impenetrable el lugar en donde se prepara uno de los documentos más importantes para la vida pública del ciudadano. Y todos los involucrados lo sabemos, y asumimos con agrado esa responsabilidad conferida.
Uno de los temas asociados es el costo. Es de todos sabido que el sistema electoral es seguro, pero también costoso. No caro, pues entiendo que la diferencia entre un concepto y otro radica en la valía, y el voto es valioso cuando se ejerce. Cerrando cifras en dos millones de pesos, costo de los insumos para la impresión, cada boleta nos cuesta dos pesos, el costo de una copia fotostática. Sin embargo, la boleta está impresa en papel seguridad, con un diseño en tinta invisible que solo se percibe con luz negra, con folio único y código de barras, lo cual la hace segura. Todo eso por dos pesos.
El costo se encarece si no hay participación. De cada diez boletas, generalmente cinco se transforman en votos, las demás se inutilizan, ya no sirven. Nuestra obligación es proveer en cada casilla el número exacto de boletas, suficiente para que todas las personas registradas voten. Y hacerlo con las características descritas de seguridad. Con la seguridad con la que hablo invito a la reflexión de utilizar sabiamente esa boleta que a todos nos cuesta. Nos vemos el 1 de julio en la cita que tenemos, en la casilla electoral, donde nos espera, de seguro, nuestra boleta.
/LanderosIEE | @LanderosIEE