A mi hermana Lupita, por la idea.
Comencé el día pegando un botón en esa camisa nueva que a la primera puesta se le cayó, he decidido viajar aprovechando los últimos días de vacaciones que me quedan antes de regresar a mis actividades en el doctorado. Un buen amigo me enseñó que uno inicia el paseo desde que hace el equipaje y en esas estoy, los últimos días de trabajo y desvelo me ayudaron a decidir que era bueno tomar carretera. Hay poco dinero, pero mucha voluntad y deseo de aventura.
Haré turismo de la nostalgia. Así lo llamo a ese andar por una ciudad que hago propia por todo lo vivido, lugares donde residí por una temporada y se convirtieron en sitios importantes en mi vida. Los lugares son las personas indudablemente, por eso al andarlos puedo ver al fantasma de quien fui y de quienes estuvieron junto a mí en esos años, eso me provoca un dialogo interior y un reencuentro, de lo contrario las calles y las plazas serían solamente escenografías sin emoción y sin sentido.
El turismo de la nostalgia tiene sus rutas que no son las de los museos, sino de las calles, los barrios y los parques entrañables, de los bares y las cafeterías donde todavía algunos buenos amigos se pueden encontrar.
Para esa forma rara de turismo se vuelve indispensable hacer el tour gastronómico de la nostalgia, algo propio para valientes de buen comer. Usualmente en esos recorridos lo importante es tomar ruta por los puestos y negocios de comida que solamente ahí se puede conseguir, buscando por supuesto que ese periplo termine en un bar a buena hora o en el café donde seguramente podré encontrar a los amigos.
Cuando hago esos viajes siempre me sucede lo mismo, al hacer la mochila de campaña (odio las maletas), siempre meto un montón de libros que planeo leer en algún parque, llevo una libreta para escribir algún poema, hasta una revista que tengo semanas sin poder abrir por el exceso de actividades, lo cierto es que al llegar a esa ciudad entrañable el tiempo se me vuela y de pronto descubro a mi regreso que apenas leí un par de páginas de uno de los libros, que no hice poemas sino acaso un apunte que tal vez sirva después para algún texto y que todo ese montón de libros cerrados se fueron solamente a pasear conmigo, a esos libros paseados que ni siquiera saqué de la mochila les digo que son “libros ilustrados” pues cierto es que los viajes ilustran.
Para este viaje me llevo el libro Poemas desde el andén del buen amigo y poeta chileno Juan Cameron quien amablemente me envió el ejemplar por vía postal desde Valparaíso y del que tengo tremenda curiosidad por navegar sus páginas, prometo darme tiempo para leer a este autor que conocí por correo electrónico en 2006 a través de amigos comunes mientras hacía en Chile mi antología El árbol de los libres. Poetas de la Generación NN de Chile, publicada luego en Guadalajara y que al leerlo a Cameron en esos años descubrí textos de gran madurez y belleza, ya les contaré de su nueva obra publicada en una edición bien cuidada y de un diseño sobrio y de buen gusto de la Universidad de Valparaíso, otra de esas ciudades que hago propias por lo vivido.
Mientras termino de hacer el equipaje pienso que pareciera que al viajar a esos sitios entrañables no existen sorpresas, pero esto no es cierto, las novedades están desde lo cotidiano, en conversar con el buen amigo que me vendía el periódico o con el tendero del barrio en el que viví, descubrir que las autoridades siempre son capaces de más atrocidades con el mal gusto para restaurar los lugares históricos, algo siempre hay para asombrarnos desde la nostalgia.
Al llegar la noche y a pesar de la lamentable inseguridad que se vive en México, siempre es un gozo andar las calles de los sitios donde hemos sido felices alguna vez, la noche tiene algo de entrañable hasta en las ciudades que nos son desconocidas.
Al día siguiente, al despertar en esa ciudad inolvidable y más que conocida, la mañana tiene el aroma de muchas de las mañanas que se vivieron ahí, es un placer poder disfrutar de esos lugares respirando un poco de ese pasado.
Volver a las ciudades que amamos es renovar la emoción de que nunca las hemos dejado, de que siempre las traemos con nosotros en algún lugar de nuestra mirada, nuestro tacto o mientras distraídamente respiramos.
Ahora salgo de mi Tardis (mi departamento), voy con la mochila al hombro con la emoción de volver, aunque nunca he dejado esa ciudad entrañable, los invito a recorrer su ciudad querida, esa de la que tal vez nunca han salido, los reto a verla de manera diferente, esa es otra manera de viajar.
Refill: En la Ex Escuela de Cristo en esta ciudad, está la exposición In Luto de Aníbal Reyes conformada por 24 piezas realizadas sobre todo en acrílico y tela. Recomiendo darse una vuelta y visitarla.