Caminar, por razones obvias, es el modo de transporte más antiguo del mundo. Hoy en día, cerca de 40 por ciento de todos los traslados en el mundo se realizan a pie (Cervero et al. 2018). En Aguascalientes, aproximadamente 22 por ciento de los traslados se realizan de esta manera. La movilidad peatonal no es algo del pasado ni un modo de transporte exclusivo de la población de menores ingresos. Por el contrario, caminar es simplemente una de las maneras más sostenibles para desplazarnos en una ciudad: no contamina, no produce accidentes y no cuesta; además, puede generar múltiples beneficios de salud y requiere inversiones menores en infraestructura en comparación con otros modos de transporte, especialmente el automóvil. Por supuesto, las principales desventajas son la velocidad y las distancias que debemos recorrer para alcanzar nuestros destinos. Sin embargo, en lugar de descartar la movilidad peatonal como una alternativa real para movernos, deberíamos cuestionarnos por qué caminar se vuelve cada vez más difícil y menos práctico; y cómo las decisiones de planificación urbana e inversión promueven modelos de ciudad que restan atractivo a este modo de transporte.
La movilidad peatonal en cientos de ciudades ha disminuido debido a la alta dependencia del automóvil que resulta de la separación de los usos del suelo, es decir, la vivienda se desarrolla alejada de empleos, comercios, servicios y equipamientos, lo que aumenta las distancias de traslado y hace que andar a pie sea menos conveniente. Algunos traslados que con seguridad años atrás se realizaban caminando, como ir a la escuela o al mercado, tienden, cada vez más, a realizarse en modos motorizados. Una de las principales consecuencias de esta tendencia es la disminución de la actividad física en las ciudades, lo cual puede incidir directamente en la salud de las personas. Por ejemplo, diversas organizaciones coinciden en que poca actividad física está relacionada con mayor riesgo de padecer enfermedades del corazón; y, en conjunto con hábitos alimenticios inadecuados, la reducción de la actividad física generalmente conduce a subir de peso, lo cual aumenta la probabilidad de padecer enfermedades relacionadas con la obesidad, como la diabetes. Por tanto, para mantener una salud más adecuada, la Organización Mundial de la Salud recomienda realizar 30 minutos de actividad física moderada al día.
En este contexto, planificar y diseñar las ciudades para facilitar la movilidad peatonal puede ayudar a revertir la inactividad física. Por ejemplo, un estudio en Bogotá encontró que mayor conectividad urbana aumenta la probabilidad de las personas de realizar el tiempo mínimo recomendado de actividad física diaria. Asimismo, un estudio en Atlanta demostró que el aumento de un cuartil en la diversidad de usos del suelo en una zona determinada, es decir, que en esa zona además de vivienda existan empleos, comercios, servicios y equipamientos, conduce a una reducción de 12 por ciento en la probabilidad de las personas de padecer obesidad (ibid.). Igualmente, un estudio en California encontró que ciudades más compactas, con una red vial mejor conectada y vialidades de menos carriles, presentan menores niveles de obesidad y diabetes, pues esas características tienden a incentivar a las personas a caminar.
Pero ¿qué hace a una ciudad más caminable? Cervero et al. (2018) sugieren que existen cinco criterios para mejorar la caminabilidad en una ciudad: conectividad, es decir, banquetas continuas e interconectadas; conexión con otros modos de transporte, como el autobús; mayor diversidad de usos del suelo; seguridad, especialmente con relación al automóvil; y calidad de la infraestructura peatonal. Asimismo, la calidad del entorno urbano es esencial para motivar a las personas a caminar. Por ejemplo, deben existir hitos o puntos de interés como elementos arquitectónicos o artísticos en el espacio público para crear impresiones atractivas. Igualmente, el entorno urbano debe producir una sensación de intimidad al reducir el campo visual de las personas, por ejemplo, a través de edificaciones, pórticos, árboles o mobiliario urbano. Asimismo, debe diseñarse a una escala humana, es decir, que las dimensiones sean adecuadas y agradables para la dimensión o proporción de las personas; y que el nivel de calle sea atractivo e interesante, por ejemplo, a través de usos del suelo activos como tiendas y restaurantes o arquitectura diversa en lugar de grandes construcciones monótonas -contrario a los muros ciegos, que son simplemente bardas sin ningún elemento adicional que haga el entorno más atractivo.
En conclusión, andar a pie no es retroceso, sino una cualidad fundamental de las ciudades con mayor calidad de vida y una manera de mejorar nuestra salud. No deberíamos descartar este modo de transporte como una alternativa real para realizar nuestros traslados. Por el contrario, deberíamos explorar estrategias que hagan que caminar sea cada vez más atractivo, y, para ello, deberíamos avanzar gradualmente hacia modelos de ciudad en donde vivamos cada vez más cerca de nuestros destinos.