Gracias a una invitación del editor del periódico La Rienda, Sr. Francisco Daniel Guerrero Briones, su director general, escribí una colaboración para la sección: Charros Legendarios, que fuera publicada en su ejemplar de agosto de 2012, y cuyas páginas subtitula como la “Máxima Expresión Periodística del Mundo a Caballo”, el personaje en turno fue mi señor padre Teófilo Chávez González (1916-2004), y es desde cuya óptica deseo tributar un homenaje a todos y todas quienes han dado lustre y prestigio a esta gran tradición mexicana. En guerras y en tiempos de paz, el caballo ha sido un importante y otrora indispensable agente no tan solo de locomoción, sino de interacción humana y societal. A la par con los toros, los gallos, el ganado estabular y el caballo se sirve la agenda de eventos a todos los romeros, ya que en efecto así está convertida nuestra fiesta abrileña, una romería. Hoy estamos de Feria Nacional de San Marcos y, hay que decirlo con aplomo, también la Feria se viste de Charro.
Y, tomando una analogía, como gustaba decir el también cronista taurino Jacobo Zabludovsky: ¡Al toro!
La nota me fue sugerida y solicitada por mi hermano Carlos Chávez Santillán, quien al día de hoy practica la rutina cotidiana de atender a sus caballos y comparte la afición con su hijo Carlos Chávez Gutiérrez, con nuestro hermano Teófilo Chávez Santillán y su hijo Teófilo Alberto Chávez Díaz, quien ha hecho de la charrería su estilo y forma de vida. Es muy común que tanto en la afición al toro como al caballo se formen “dinastías”, y así se gusta decirlo. Yo a los 13 años dejé mi gusto de montar a caballo, al irme de seminarista.
Comenzaré por señalar que un charro no se entiende aislado, puesto que su vida depende y concurre con el gremio al que pertenece, es un oficio, un deporte, una brega diaria y una afición esencialmente de grupo, gremial. Pues bien, por ello importa decir que Don Teófilo Chávez González fue cofundador de la Asociación de Charros de Aguascalientes, junto con personajes memorables de aquí que dieron sólido prestigio a este deporte nacional. Lic. Leoncio Giménez, señores Gabriel Arellano, Roberto Ibarra de cuya sucesión surgieron las ganaderías Santa Rosa de Lima y San isidro, Arq. Jorge Medina, Francisco Guerra, José de Jesús Muñoz, J. Asunción Poblano, Ricardo Pasillas Quintero, Moisés Escalera, Antonio Casillas, Javier Cuéllar, Guillermo de La Torre, Fernando Ojeda, Roberto e Ignacio Muñoz (del rancho original La Guyana), los hermanos Jesús y Teófilo Chávez González. Y sin duda una legión que me sería imposible mencionar.
Todos ellos charros que alcanzaron gran maestría en el arte de la charrería y cuyo nombre portaban con gran timbre de honor y orgullo. De ortodoxia impecable a la hora de manejar sus suertes, compartían eventos y cabalgatas con renombrados hacendados herederos, como es el caso del noble linaje de la familia Rincón Gallardo, con quienes departían caballerosas competencias, campeonatos, charreadas campiranas y jaripeos de lujo, que eran celebrados en la tradicional plaza de Toros San Marcos. De este gran conjunto de charros hidrocálidos, me permito reseñar el talante y figura de quien fue mi padre, no por otra razón que la de ser testigo en vivo y en directo. Rindiendo así, sentido homenaje a ese gran conjunto que hoy se considera como: los Charros Legendarios de nuestra tierra, que sin duda abarca más allá de los límites oficiales del estado.
Para empezar, podemos citar de Don Teófilo Chávez, su amor por la charrería y la fiesta taurina le hacían una enciclopedia viviente de nombres de ganaderos, sus ranchos, sus marcas /fierros, la magnitud de sus hatos y aun la procedencia de sus sangres. Del caballo poseía un conocimiento sorprendente, sabía desde cómo herrar un caballo, hacerlo a la rienda, realizar las faenas del campo, manejarlo con destreza en charreadas y jaripeos –algunas veces me tocó verlo ejecutar la suerte de mangana, el tirón de la flecha, o el floreo de reata de pie sobre el fuste de la silla-. Cuidarlo en todo lo que implica su alimentación, aseo, pelaje, andar, salud, destreza, gracia, docilidad al mando/rienda.
Don Teófilo, como atinaron a nombrarle sus entrañables amigos, fue un charro de convicción, de fiel observancia tradicional del deporte y de su inquebrantable moral y estética charra. Montar a su lado era una práctica de dignidad, garbo, talante y elegancia de porte. No había conducta de un jinete que más le disgustara que aquel que, perdiendo literalmente los estribos, agredía o maltrataba con espolonazos, fuete y bruscos tirones del bocado de la rienda de su caballo; su siempre apacible rostro se tornaba sanguíneo y no se hacía esperar su expresión: “¡El bruto eres tú, no esa noble bestia”! El esmerado cuidado del caballo era para él un rito, técnica y oficio; cuando peinaba y acicalaba al caballo, le gustaba citar un viejo refrán charro: “caballerango que al peinar la crin, no alisa el copete, o es desaseado o un mequetrefe”.
Del traje charro ni qué decir. Don Teófilo, a la par de sus compañeros de charrería, seguían la estricta etiqueta del charro nacional: Para charreadas, traje de brega y sombrero de palma, chaparreras de trabajo y silla de montar para labores del campo, con todo y sus mangas atadas al fuste. Para jaripeos de lujo: traje de fino casimir o gamuza, corbatín de lana o hilo bien tejido, sombrero de fieltro, botines perfectamente boleados, silla de montar de fuste charro, no tejano, las más finas pieles grabadas o caladas por renombrados talabarteros, y las armas de ley: sable con empuñadura de plata, carabina o rifle de buena marca, pistola revólver al cinto y cartuchera completa. Una fina botonadura de plata al traje, y sobre todo un moño anudado y adosado elegantemente al cuello en pecho de la impecable camisa blanca. Al respecto, le causaba risa hasta las lágrimas ver a alguien portando traje charro con moños puestos como para regalo, flotantes y salientes como los de un oso bailarín; ante un tal desatino no paraba de reír. La otra cosa que, a pesar de su buen talante y paciencia, no pudo nunca tolerar fue la canción y el espectáculo de un mariachi interpretando “El Mariachi Loco”; pues, le parecía indigno del traje charro y del arte de la charrería. Estas actitudes de nobleza y grandeza charra fueron principios de conducta de toda su vida.
Esa generación de charros demostró ser una de gran pundonor y valentía, valga una anécdota que ocurrió a Don Teófilo, cuando en una cerrada competencia de manganas a caballo, no le favoreció la suerte, estallando de inmediato la rechifla del respetable. Ante ese estruendo del lienzo charro, enrojeció de pena y coraje, desmontó el caballo, le tumbó el zarape adosado a la silla, y pidió a los arrieros que le soltaran al toro más bravo que estuviera en los corrales; el público se incendió con tal desplante, y acto seguido lo dejaron sólo en el ruedo frente a un burel de buena encornadura, sin titubear el ahora torero espontáneo, le plantó varios pases de buena factura al astado, hasta hacer de la rechifla del respetable un cerrado aplauso. Así era el pundonor charro.
Al igual que muchos otros ciudadanos de su generación, Don Teófilo aguascalentense de corazón fue un inmigrante. Llegó de niño con la familia, procedente de Abasolo, Guanajuato, sus padres la Sra. María Dolores González y el Sr. Teófilo Chávez, quienes tuvieron como punto de llegada la Hacienda de Pilotos; el jefe de familia había sido propietario de un productivo rancho enclavado en la comarca de Pénjamo y Abasolo, y por ello fue contratado como administrador de la histórica hacienda. Hubo de salir de su suelo natal, desterrado, debido a que en los años de la revolución, él encabezó lo que nombraron la Defensa de Abasolo para hacer frente a bandoleros de todo tipo y contingentes enemigos que asolaban los poblados a su paso; ante una incursión del ejército federal, cayó la plaza; el abuelo fue hecho prisionero y sólo se logró salvarle la vida mediante un rescate en oro, reunido por el mismo párroco que era a la sazón padrino del prisionero, de entre todos los vecinos, y entregado al comandante de la plaza. De ahí su exilio.
No dudo que historias iguales o muy semejantes a ésta sean concurrentes con muchos muy dignos y eximios aguascalentenses, provenientes de comarcas cercanas al Bajío, Zacatecas, San Luis Potosí y que se proyectan hasta los Altos de Jalisco, ya que los límites que marca la Historia, la geografía y el dinamismo demográfico no se contienen dentro de los límites artificiales que impone la decisión política; su configuración obedece a algo más orgánico y original a los movimientos poblacionales del país. Así lo comentaba yo alguna vez con el entonces secretario general de Gobierno, Jesús Orozco Castellanos (1992-1998), quien aludía al más razonable y objetivo criterio limítrofe para la fundación y demarcación de las diócesis, que aplicaba la jerarquía católica de México.
Este pasado día 9 de abril, recordamos el 14 aniversario de la muerte de Don Teófilo, su historia personal corre como la de tantos otros vecinos de esta patria chica que amamos y de la formamos parte. Pero, lo importante es atisbar a esa raigambre del campo, las rancherías y las haciendas en que, efectivamente, se forjaron esos que ahora recordamos como Charros Legendarios.