La sociedad de consumo, el triunfo de la ciudad capitalista - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

Por María Alejandra Núñez Villalobos

Doctora en Estudios Urbanos y Ambientales por el Colegio de México

 

La arquitectura ligada a la belleza a la perfección, al estilismo es también la representación física construida de los procesos de pensamiento de los seres humanos. Este arte que nació como uno de los mecanismos que permiten expresar la majestuosidad de la proporción y de la forma se convirtió, a través del tiempo, en un ejercicio de separación y de distanciamiento entre los seres humanos.

En la actualidad la arquitectura parece seguir relacionada o entrelazada a las élites, a actividades solo y si de aquellos que más capital poseen. Esta actividad que nace como un ejercicio de creación de belleza y el deleite de los sentidos a través de la creación de espacios, los cuales deberían de proporcionar soluciones específicas a necesidades específicas, persiste en observarse como una actividad alejada de aquellos con menos acumulación de recursos económicos y sociales. Así, el ejercicio de la arquitectura, el ejercicio de este acto tan puramente creativo pone de manifiesto que, nuestras formas de interacción social, la realización de ciertas tareas o profesiones también decantan procesos de desigualdad y diferenciación social.

Mucho se ha discutido y hablado de la desigualdad desde todos sus ámbitos (social, económico, político) pero poco hemos tratado de comprender el cómo cada una de estas esferas están relacionadas entre sí; mientras para algunos sectores sociales hablar de construir, del transitar, del vivir del residir ciertos espacios es parte de su cotidiano, para otros, el construir, el habitar, el residir ha estado ligado a acciones de supervivencia. De ahí que entre los estudiosos de las ciencias sociales hablemos también de la existencia de una construcción social del habitar.

Estas construcciones sociales refieren a mitos, creencias y posibilidades más o menos comunes o compartidas por grupos de individuos determinados, de manera que sea difícil observar nuestras prácticas, decisiones y acciones cuando estamos insertos en una comunidad y grupo dentro del cual solemos tener los mismos o similares códigos de comportamiento, los cuales suelen ser parte de nuestra cultura.

Para Gilberto Giménez la cultura es una organización social de significados que han sido interiorizados y que suelen mostrarse en forma de esquemas, representaciones y simbolismos, actos, prácticas y significados que nos son más o menos comunes y desde los cuales aprendemos a interactuar con el mundo social. Comprender entonces la construcción social del habitar es comprender que más allá de que existan ciertas limitaciones o restricciones económicas (condiciones estructurales) en sectores de la población, los procesos de desigualdad y diferenciación social también toman connotaciones sociales, económicas, políticas, religiosas, al punto de construir la subjetividad de cada uno de los individuos.


Es decir, se reconoce la existencia de condiciones estructurales económicas las cuales impactan o crean procesos de desigualdad en el consumo y adquisición de ciertos bienes, pero también se hace necesario visualizar la existencia de condiciones estructurales sociales que ponen de manifiesto una cultura donde la distribución y el acceso a los bienes de consumo está más o menos determinada e influenciada por el lugar que ocupa la familia de origen en la esfera social.

¿Y qué tiene que ver la familia en el acceso a la vivienda, más allá de ser la vivienda el objeto que la contiene? Es la familia como grupo social base la que transmite a sus miembros la serie de códigos, conceptos, discursos y simbolismos con los cuales interactuará durante su vida en el mundo social. Por ello no se puede decir que la desigualdad es solamente una práctica económica, o un problema económico, la desigualdad es también producto de lo social, de lo cultura y de lo histórico, un fenómeno multifactorial que suele repetirse y reproducirse por la sociedad, que si bien impacta directamente a las familias y sus integrantes, son estos integrantes los que tienden a transmitir este juego de simbolismos y códigos de comportamiento de acuerdo con la posición que cada individuo juega en el campo social.

Así,  el inicio del aprendizaje acerca de las relaciones asimétricas se puede aprender en casa, con la familia de origen. En la familia se puede aprender y apropiar conceptos, discursos alrededor de la casa, del ámbito, familiar, de lo laboral, lo político, lo religioso, etc. Discursos mediante los cuales se coloque al individuo en cierto lugar del campo social, se le dicte el rol que debe seguir y por tanto las normas o códigos de comportamiento que tendría que ejecutar. De ahí que sea necesario elaborar un proceso reflexivo respecto a estos conceptos y discursos que han formado parte de nuestra cultura, un ejercicio de reflexión en el conjunto de estos simbolismos que nos han transmitido y que forman la base axiológica con la que estamos interactuando como seres humanos.

Citar al capitalismo y al patriarcado, en este punto, no es peccata minuta, y mucho menos es subirnos a los discursos en boga para discutir las repercusiones e impactos que estos sistemas de organización han dejado en nuestra vida diaria; por lo contrario, se trata de mostrar y desmenuzar las raíces de estos paradigmas que tanto han impactado en la calidad de vida de los seres humanos, pero que aún seguimos reproduciéndolos.

Y bien, ¿Por qué asociar el patriarcado con la ciudad? ¿Qué tiene que ver el patriarcado con la forma de hacer ciudad? Como se ha mencionado la base axiológica desde la cual parten estos dos sistemas remite a la creación y perpetuación de relaciones asimétricas, de relaciones jerárquicas donde se gestan prácticas desiguales que permiten sostener la acumulación y poder por un grupo pequeño de individuos.

Para algunos filósofos reflexivos de las aportaciones del materialismo histórico, como Ágnes Heller, la persistencia del capitalismo y el patriarcado como sistemas de relaciones sociales, económicas, políticas, etc. nace con la implementación de modelos de comportamiento o modelos aspiracionales mediante los cuales se regulan o se van forjando la subjetividad de los individuos. Para la autora esta es una de las vías mediante las cuales se logra una apropiación de lo que ella denomina un “modelo de familia burguesa”, modelo desde el cual se construyen los imaginarios colectivos, se produce el consumo y todo los productos relacionados con aquellos ámbitos que permiten llegar a alcanzar este modelo aspiracional.

Heller es decisiva al argumentar que si bien pareciera que no existe la coerción en las decisiones y dado que el principal argumento que se tiene es la libertad en las elecciones, se hace necesario mostrar que esta construcción de la subjetividad a través de la apropiación de los conceptos y discursos del capitalismo y el patriarcado, se están condicionando, condicionamientos que se gestan en los primeros años de vida. Justamente es la familia como núcleo de la sociedad, como el núcleo base de la reproducción social, la que comienza con la reproducción de estos paradigmas; así, mientras que para unos el mundo social puede ser un conjunto de interacciones sociales recíprocas y equitativas, para otros estas interpretaciones se gestan desde la desigualdad iniciando, quizá, por una diferenciación entre hombres y mujeres.

Patriarcado y capitalismo, por tanto, parten de una misma base axiológica: la desigualdad. Tanto el patriarcado que diferencia entre las actividades femeninas y masculinas, así como el capitalismo que apela a una diferenciación social por el nivel de ingreso tienen profundas raíces en la formación de las relaciones entre humanos, influyendo en las decisiones individuales, permeando la subjetividad; logrando que los individuos deseen y aspiren a cumplir y solventar los modelos de consumo marcados como las formas ideales de hacer familia, de realizar la vida cotidiana.

Los hallazgos empíricos realizados a través de varias investigaciones en el rubro de la vivienda, en el consumo de un bien como una casa, han mostrado que las mujeres suelen decidir la localización residencial y que esta decisión es una especie de condicionamiento para la unión conyugal. Para explicar este supuesto habrá que remitirse y comprender que la división sexual del trabajo no es un concepto que sólo remite a la división de las tareas que se dan en los roles tradicional y culturalmente construidos para los hombres y mujeres. Alude también a los ámbitos específicos de los que se ocupa cada uno de los sexos; mientras que las mujeres se encargan de la vida doméstica, de la educación de los hijos tanto escolar como afectiva, los hombres tienen asignada la tarea del trabajo remunerado, de proveer materialmente a la familia.

El que un hombre ostente la propiedad de la vivienda tanto legal como física y el título de “dueños”, y las mujeres la propiedad simbólica es producto, también, de estas construcciones sociales. Producto de un proceso histórico y cultural donde la mujer ha sido la encargada de la educación, de la trasmisión de valores, de la construcción del interior y de todo lo relacionado con el hogar, de ahí que la subjetividad relacione como femenino las tareas de cuidados, protección y seguridad en el ámbito interno, el socio afectivo, y por ello sea más común encontrar que la casa que alberga a la familia de origen este simbólicamente más ligada a la madre que al padre.

Comprender que los procesos ideológicos del capitalismo y del patriarcado se han imbricando para mantener el estado actual de las interacciones sociales, el status quo es comprender que tanto el capitalismo como el patriarcado han sido formas que permitieron en ciertos momentos históricos de la humanidad la reproducción y la preservación de la especie, en momentos en que el conocimiento y el avance tecnológico no permitían prolongar la vida humana. Procesos ideológicos que han dejado huella en la construcción de la subjetividad, en la forma en cómo nos percibimos y percibimos al otro. De ahí que lo más común sea el elegir un lugar de residencia de acuerdo con aquellos que consideras tus pares, con aquellos que consideras te otorgan sentido de familiaridad.

Para Rubén Katzman erradicar requiere también de la confrontación de las prácticas cotidianas. A través de la observación directa es que los individuos podemos irnos cuestionando a nosotros mismos si nuestras formas de vida, acciones y decisiones nos pueden conducir a cumplir nuestras metas y planes de vida. Habría que preguntarse todos los días si una clase social, si lo femenino y lo masculino como están construidos socialmente son referentes suficientes para determinar qué consumir, dónde consumirlo y por qué consumirlo, habría que preguntarse si estos procesos ideológicos construidos y reproducidos hace más de 500 años siguen siendo tan fuertes para determinar las decisiones que tomamos todos los días, con respecto a nuestra vivienda, a nuestro vestir, nuestro hablar, nuestro caminar, con respecto al consumo y disfrute de la ciudad, con respecto a nuestra vida cotidiana. De ser así entonces no cabría más que declarar el triunfo del capitalismo y del patriarcado, el triunfo de la ciudad capitalista, el triunfo por el simple hecho de que como individuos nos apropiamos, creamos y reproducimos la ideología de separación y diferenciación social a la que hemos sido sujetos históricamente.

 

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