Todas las formas de desigualdad humana brotaron de la supremacía masculina y de la subordinación de la mujer, es decir, de la política sexual, que cabe considerar como la base histórica de todas las estructuras sociales, políticas y económicas
Kate Millet
La feminidad es parte de un constructo asignado a las mujeres y la verdad es que el título es un tanto provocativo para levantar una discusión acerca del simbolismo que guardan los artículos clásicamente femeninos y de ahí intento profundizar más hacia una discusión sobre lo que la masculinidad sueña de nosotras y para nosotras, y las rupturas posibles con el sistema de opresión sexual, ya veremos qué sale.
Si bien es cierto una parte de la feminidad son los tacones, las pinturas, las fajas, la depilación, el tinte y según la moda la esbeltez aplicada en los cuerpos de las mujeres, también es necesario tocar los demás espacios donde la masculinidad a través de la imposición de la feminidad nos pone trampas señalando que la feminidad sólo se constituye por accesorios y estilos de vida y no por la forma en que están organizadas las relaciones entre mujeres y hombres.
Negar la ruptura que hace las reglas de la feminidad entre las mujeres es negar la desigualdad que existe y del lado que nos ha tocado vivir históricamente en lo colectivo pero también en lo individual. La masculinidad y su lógica de dominio que para nosotras es de subordinadas nos hace despojarnos de la posibilidad de trenzar lazos que nos fortalezcan, no hace falta nada más que ver la resistencia que hay al uso del lenguaje femenino que a tantas les causa risa y coraje al mismo tiempo, piensan que repiten lo ya dicho en masculino porque piensan que el masculino nos contiene y ya no es necesario nombrarnos, les parece que somos una copia fiel de lo ya nombrado y se resisten a usar el instrumento con el que expresamos este mundo, con el que nos comunicamos pero también con lo que deja registro de nuestra existencia, el lenguaje.
Parece que las mujeres estamos imposibilitadas a imaginarnos de otra manera que no sea dentro del campo de la feminidad que es el campo de la complacencia para los otros, donde alguien más da el visto bueno sobre lo que nosotras somos y deseamos, pensamos que siendo femeninas seremos valoradas y tomadas en cuenta, que nos convidaran de su pastel aunque la experiencia una y otra vez nos muestre que somos “eso” de lo que ellos pueden prescindir como ya otras feministas lo han citado, nosotras hemos sido educadas para amar y ellos para ser amados, así que ya nada necesitan de nosotras por más que la feminidad nos mienta y diga que sí, que necesita a sus amantes, a sus madres, a sus empleadas o sus hijas, a sus artistas, ese ha sido el cuento del largo romance que ha significado el sometimiento por siglos de las mujeres, creer que a la feminidad le corresponde la masculinidad y no lograr terminar de desentrañar que la feminidad es un componente más de la masculinidad de eso donde encierra todo lo que necesita dominar. El cuento de nunca acabar.
Una vez que logra instalar la feminidad como algo superfluo va organizando sus estructuras profundas para separarnos y negar la posibilidad de la colectividad de mujeres y más aún del amor entre mujeres. Nos enseña tanto el amor al otro, la admiración, hace de su cuerpo el diseño perfecto que plantea como prototipo y por lo tanto eso a lo que debemos aspirar todo aquello relacionado a lo masculino, luego de ahí viene el desdén a nosotras, a nuestra forma de ver y andar la vida, a nuestros deseos y necesidades que las intenta hacer banales, se nos hacen ridículas, impensables nuestros espacios dejando relegados nuestros sueños de salir de la feminidad para explorar el mundo que nos han negado.
Y sobre todo ese paisaje de masculino/femenino se levanta la misoginia, odiadas por unos y por nosotras mismas, odiando nuestro cuerpo, el lenguaje que nos expresa, nuestra historia, la posibilidad al menos de que otras piensen de distinta manera fuera de los campos de la feminidad, ya nos comenzamos a hacer pedazos por el color de piel, por la orientación sexual, por el actuar político y así división tras división hasta hacernos pedacitos los avances que hemos obtenido han sido fruto de esos momentos brevísimos donde hemos logrado hacer alianzas entre nosotras.
¿Qué estamos haciendo en el campo de la feminidad? ¿Seguir dividiéndonos? Negar la posibilidad de conocer el mundo sin su escala de valores neoliberales que nos mantienen en el submundo. Bien escribió la feminista chilena Margarita Pisano: La feminidad no se relaciona con los intereses de las mujeres, pues esta no permite apropiarnos de las capacidades de lo humano, de tener libertad sin sumisión, de sentirnos en capacidad, dueñas de la propia vida y del mundo, dueñas de las propias decisiones. Esta autonomía no debe ser una reacción o una conquista basada en tretas y dominios. La feminidad es una construcción organizada dentro de la masculinidad y en función de ella, es capilar, invasiva y contra toda lógica, no es una condición natural de las mujeres. A la feminidad no le gusta pensar, pensar va en contra de su naturaleza; le gusta existir pero no pensar, le gusta la competencia y no la colaboración. La feminidad admira y es incondicional a la masculinidad, no a las mujeres.
Por eso habría realmente que detenernos y pensar el feminismo sin tacones no sólo como un cliché de la feminidad, sino verdaderamente desmontar la feminidad para sentarnos una frente a la otra y poder comunicarnos fuera de estos campos vigilados por la masculinidad, quizá así los acuerdos surjan, la colaboración, el respeto y la admiración de la que tanto nos hemos alejado por el resquemor de llegar a querernos.
@Chuytinoco