Daños del pensamiento moderno - LJA Aguascalientes
22/11/2024

ctor Hugo Salazar Ortiz

Movimiento Ambiental de Aguascalientes A.C.

 

A lo largo de la historia, pero especialmente a partir de la modernidad, movimiento intelectual promovido en el norte de Europa entre los siglos XVII y XVIII, se consideró a la naturaleza como una gran máquina que debe dominarse para que esté al servicio de nuestra especie. En dicho periodo, Francis Bacon incita al hombre a unir su fuerza física y mental para dominar y conquistar la naturaleza, en los siguientes términos:

Ni la mano sola ni el espíritu abandonado a sí mismo tienen gran potencia; para realizar la obra se requieren instrumentos y auxilios que tan necesarios son a la inteligencia como a la mano. Y de la misma suerte que los instrumentos físicos aceleran y regulan el movimiento de la mano, los instrumentos intelectuales facilitan o disciplinan el curso del espíritu (Bacon, Novum Organum, Libro I, §2).

Por su parte el dualismo cartesiano abrió una brecha entre el hombre (res cogitans) y la naturaleza (res extensa), con lo que se marcó un claro distanciamiento entre nuestra especie y el mundo natural, debido a que se indicó que ésta funciona de manera mecánica y teleológicamente (como algo que tiene un fin en sí mismo), lo que permite al espíritu humano, por naturaleza libre, realizar un estudio técnico y científico de ella que le facilita su dominación y explotación. Este ideal está claramente reflejado al final del Discurso del Método de Descartes. A partir de entonces, la ciencia y el desarrollo tecnológico ejercieron tal fascinación que nada de lo que se hizo en su nombre suscitó ningún tipo de reserva o cuestionamiento moral.

Esta visión del mundo natural parceló además el valor de los bienes naturales en dos: por una parte sólo se consideró valioso aquello que favorecía a nuestra especie, en tanto que aquello que obstruía los fines prácticos de producción y consumo se veían como un estorbo. Lo considerado valioso (agua, madera, minerales, tierras de cultivo, ciertas especies animales) se ha aprovechado y explotado, en algunos casos, hasta su agotamiento. Lo considerado no valioso ha estado representado, hasta la actualidad, por zonas boscosas, pastizales, manglares, humedales e incluso regiones desérticas, pues son catalogadas como lugares ociosos en tanto que no se obtiene de éstas ningún beneficio, entendido éste exclusivamente en términos económicos. Entonces, para dotarlas de este tipo valor instrumental y convertirlas en espacios rentables  se transforman a través del uso de la ciencia y la tecnología en sitio habitables y/o productivos para la especie humana (zonas urbanas, comerciales, industriales, de turismo, etc.), a pesar de los daños ecológicos que esto conlleva y la pérdida de beneficios ambientales que trae consigo el cambio de uso de estos lugares.

En nuestra ciudad tenemos dos ejemplos claros de esta visión en estos momentos: La Pona y El bosque de los Cobos. Estos sitios, para los modernos desarrolladores, no tienen valor desde su punto de vista, pues éste sólo se adquiere hasta el momento en que son invadidos por del desarrollo urbano, eso es lo que cuenta para ellos, no sus valores ecosistémicos, culturales, históricos, estéticos.

A pesar de que los seres humanos requirieron expanderse y hacer uso de los bienes naturales, fue la visión moderna la que promovió y autorizó a nuestra especie la conquista, el dominio y la inescrupulosa explotación del mundo haciendo gala de su capacidad racional. No obstante, el enfoque entusiasta de la modernidad entró en crisis desde mediados del siglo XX lo que permitió elaborar una serie de cuestionamientos a este tipo de conducta, como lo hace por ejemplo el reconocido filósofo mexicano Luis Villoro:


La destrucción de la naturaleza por la técnica obedecía a una actitud más profunda: la degradación de los entes naturales en meros objetos. Al reducir el mundo a un material que debe ser dominado y transformado, las cosas dejan de tener un sentido intrínseco, sólo adquieren el sentido que el sujeto humano les atribuye. […] el árbol es ahora un caso que comprueba las reglas que mi razón ha descubierto, o bien es un espécimen que puedo medir, calcular, ordenar según mis categorías; de cualquier modo es una instancia que cae en alguna de mis clasificaciones. Es también un útil: madera para cortar, soporte para edificar, adorno tal vez para disfrutar. En realidad ni siquiera pregunto si su vida tiene sentido propio, no trato de escucharlo, porque sé que sólo es un material dispuesto a revertirse del sentido que yo le presto (Villoro, El pensamiento moderno, 1992: 93-94).

 

Es así que durante las tres últimas décadas del siglo pasado, y lo que va del presente, ha tratado de enfatizarse por diferentes medios los compromisos morales que tenemos como especie con el mundo natural. Estos surgen de la toma de conciencia de que los sistemas naturales que sostienen a nuestro planeta, están en declive debido a que los seres humanos los estamos atrofiando producto de la excesiva explotación de sus bienes naturales (optó por «bienes naturales» más que «recursos naturales» debido a que esta acepción lleva en sí misma una connotación instrumental de un mundo que es visto como un almacén que está a nuestro servicios y no como un bien que podemos usar moderadamente) y del constante vertimiento de sustancias contaminantes en el aire, agua y suelos. Esta conducta es la que heredamos de la modernidad y urge que la modifiquemos, hacernos más conscientes de que la naturaleza no es un mero objeto que está allí para que los explotemos a nuestra conveniencia. Tenemos que recuperar las tradiciones ancestrales que veían a la Tierra como la Pacha mama, responsable de proveer todo lo necesario para el sostenimiento del mundo, humano y no humano, sin necesidad de someterla y provocar su agonía;  o como James Lovelock en pleno siglo XX propone, que veamos nuestro planeta como Gaia, como nuestra verdadera madre que en estos momentos ocupa de nuestra atención y de nuestros cuidados para continuar viviendo, ya que si no lo hacemos, se vengará de nosotros muy pronto, básicamente a través de los efectos que se generarán con el cambio climático.

En suma, es urgente abandonar la visión moderna que instó a nuestra especie a la conquista, el dominio y control del mundo, vigente hasta la actualidad y que se disfraza con las ideas de progreso y desarrollo. Lo que necesitamos es un pensamiento más holista e integrador que busque la armonía, el equilibrio y la sustentabilidad del mundo, no sólo el beneficio de nuestra especie, si no el de todos los seres que habitamos este planeta.

 

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