Harry G. Frankfurt, profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Princeton, ha logrado popularizar la filosofía moral seria y bien argumentada como quizá nadie lo hacía desde el fallecimiento del británico Bernard Williams. Tras la pérdida de Richard Rorty, Frankfurt se alza sin duda alguna en el actual panorama de la filosofía moral popular como una autoridad. No por nada ganó en 2005 el Bestseller Award en la categoría de Filosofía. El texto que le mereció dicho reconocimiento fue la reedición de un viejo ensayo escrito en 1986, publicado en la revista Raritan, titulado On Bullshit (New Jersey: Princeton University Press 2005). Este breve ensayo o pequeñísimo libro, ha sido traducido al castellano por Miguel Candel en 2006, y publicado en la curiosa y bien cuidada colección Contextos de la editorial Paidós.
¿Pero qué nos sugiere el quizá extravagante título On bullshit? El diagnóstico inicial de Frankfurt es acertado: “Uno de los rasgos más destacados de nuestra cultura es la gran cantidad de bullshit (“charlatanería”) que se da en ella. Todo el mundo lo sabe. Cada uno de nosotros contribuye con su parte alícuota. Pero tendemos a no darle importancia. La mayoría confía bastante en su capacidad para detectar la charlatanería y evitar verse afectado por ella. Por eso el asunto no ha suscitado nunca demasiada preocupación ni ha sido objeto habitual de investigación”. El estudio de Frankfurt es un brillante ejercicio de lo que se suele denominar “filosofía del lenguaje ordinario”. A partir del uso que hacemos del término, y por tanto del concepto, es posible ir delineando su estructura conceptual. En primer lugar, Frankfurt repara en que el uso del término “bullshit” -en castellano capturado por términos como charlatanería, paparruchas, patrañas- es sumamente vago. Su sentido es cercano al de falsedad, aunque en otro sentido diametralmente distinto.
La estrategia de Frankfurt será llevarnos de la mano a través de un par de anécdotas wittgensteinianas para delinear un poco más el concepto de charlatanería. En primer lugar, Frankfurt menciona que Wittgenstein en cierto momento de su vida aseguró que un fragmento del poema de Longfellow podría servirle de lema: “En los viejos tiempos del arte / los creadores trabajaban con sumo cuidado / cada elemento, por diminuto e invisible que fuera, / pues los dioses están en todas partes”. Es bien sabido que Wittgenstein fue de los principales combatientes contra los charlatanes. Para Frankfurt, dicho poema-lema explica las razones de ello. Para Wittgenstein, en palabras de Frankfurt, los charlatanes son análogos a los malos artesanos: “¿Acaso se parecen en que la charlatanería siempre es zafia y poco exigente, nunca busca la perfección y en su montaje jamás se presta una atención meticulosa a los detalles a los que alude Longfellow? ¿Es el charlatán (bullshiter), por su propia naturaleza, una persona zafia? Su producto, ¿por fuerza ha de ser desaliñado o basto? La palabra shit (“mierda”) en el equivalente inglés bullshit indica sin duda eso. Un excremento no es objeto de diseño ni trabajo sistemático; simplemente, se deja salir o se echa. Puede que tenga una forma más o menos coherente o puede que no, pero lo que es seguro es que en ningún caso ha sido ‘trabajado’”. A pesar de lo sensata -y cómica- que suena esta respuesta, falla en su profundidad. Frankfurt es consciente de que -aunque no lo dice de esta manera- a pesar de que el descuido y la poca exigencia son condiciones suficientes de la charlatanería, no son condiciones necesarias. En otras palabras, aunque un producto descuidado y poco exigente suele ser bullshit, no toda bullshit es descuidada y poco exigente. Los casos paradigmáticos son las relaciones públicas, la publicidad y la política. Sabemos todos que en estos ámbitos abundan los charlatanes, sin embargo, no podemos negar la destreza y meticulosidad de su arte.
Por ello, Frankfurt recurre a una segunda anécdota recogida por Fania Pascal en sus recuerdos sobre Wittgenstein. Pascal cuenta lo siguiente: “Me acababan de extirpar las amígdalas y me hallaba en el Evelyn Nursing Home con el ánimo por los suelos. Entonces llamó Wittgenstein. Yo gruñí: ‘Estoy como un perro al que acaban de atropellar’. Él respondió con fastidio: ‘Tú no tienes ni idea de cómo se siente un perro atropellado’”. ¿Quién sabe lo que ocurrió en realidad? ¿Qué es propiamente lo que el Wittgenstein de su anécdota encuentra objetable? ¿Acaso no es esta anécdota una simple muestra del carácter neurótico e intolerante del gruñón austriaco? Lo que Frankfurt trata de entresacar de la personalidad de Wittgenstein es que los charlatanes, a los que tanto odiaba el filósofo austriaco, hacen gala de su desinterés por la verdad, por cuidar sus palabras y oraciones -y, por tanto, su pensamiento- con el mayor cuidado y exactitud.
A partir de este punto, el ensayo de Frankfurt goza de una lucidez asombrosa. Los vericuetos a los cuales lo lleva el relato de Pascal, a pesar de ser laberínticos y no prometer salida alguna, lo conducen correctamente a la tesis principal de su ensayo: la naturaleza de la charlatanería. Para Frankfurt, el charlatán sólo habla por hablar, quizá por un gusto perverso por escucharse a sí mismo, quizá por llamar la atención. La respuesta a sus motivaciones la dará más adelante. El siguiente paso será distinguir nítidamente al charlatán del mentiroso. Con ello Frankfurt pretende aclarar con finura la estructura conceptual de la charlatanería y brindarnos un marco conceptual y cultural para comprender sus devastadores efectos. En primer lugar, Frankfurt menciona que nosotros solemos ser más tolerantes con los charlatanes que con los mentirosos, “quizá porque nos sentimos menos inclinados a tomarnos las primeras como afrentas personales. Podemos tratar de distanciarnos de la charlatanería, pero es más probable que nos apartemos de ella encogiéndonos de hombros con impaciencia o cierta irritación que con el sentimiento de afrenta o ultraje que a menudo inspiran las mentiras”. La segunda diferencia, más conceptual y menos cultural, que señala Frankfurt entre la charlatanería y la mentira es su grado de libertad: la mentira se sujeta a las constricciones de la verdad, mientras que la charlatanería se asemeja a un juego libre e imaginativo donde no importa si lo que se dice es verdadero o falso. La tercera diferencia que realiza Frankfurt tiene que ver con qué se tergiversa tanto en el caso del mentiroso como en el caso del charlatán. Mientras el mentiroso tergiversa el estado de cosas al que se refiere y las creencias del hablante, el charlatán tergiversa su propósito o intención. De esta tercera distinción se siguen un par de consecuencias interesantes: en primer lugar, si la intención del mentiroso es claramente alejarnos de la verdad, la intención del charlatán, por el contrario, es ocultarnos que la verdad le tiene sin cuidado; en segundo lugar, mientras el mentiroso cree conocer la verdad, y a través de dicho conocimiento ocultárnosla, el charlatán es completamente indiferente respecto al conocimiento de la verdad. De aquí se sigue otra consecuencia: la charlatanería es peor enemiga de la verdad que la mentira.
El análisis de Frankfurt concluye con una reflexión en torno a las causas de la charlatanería. Si bien es cierto que siempre ha existido, y que somos incapaces de afirmar que actualmente abunde más que antes, si podemos comprender las causas que la motivan y hoy le dan foro. En primer lugar, Frankfurt menciona que nuestra arraigada creencia democrática en que tenemos la responsabilidad de hablar de asuntos que ignoramos, genera cantidades ingentes de bullshit. En segundo lugar, es determinante el clima generalizado de escepticismo y relativismo contemporáneos. La gente cree que le es imposible acceder a una realidad objetiva o a cómo son las cosas realmente. Hemos dejado de tratar de ser fieles a los hechos y ahora tratamos de ser fieles a nosotros mismos.
Al final Frankfurt ha dejado una tesis en el tintero. Podemos estar de acuerdo en que la charlatanería se caracteriza por un desinterés por la verdad, también podemos aceptar que la charlatanería es peor enemiga de la verdad que la mentira, pero ¿por qué debe importarnos tanto la verdad? ¿Acaso no es un concepto del que podemos simplemente prescindir? Cabe señalar que es en este contexto donde surge naturalmente su segundo ensayo: Sobre la verdad (On truth), publicado al año siguiente del éxito editorial de On Bullshit.
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