Hey, kids, where are you?
Nobody tells you what to do, baby
Hey kids, shake a leg
Maybe you’re crazy in the head, baby…
Drive – REM
No llama a sorpresa la actual andanada conservadora que pretende colarse en la influencia del poder público dentro de la coyuntura electoral. A la par de intensificación en la lucha por las libertades civiles, los movimientos de reacción se han agudizado. Cada vez que los grupos vulnerados por el falocentrismo heteropatriarcal salen a exigir sus derechos, ya sea la comunidad LGBTTTI, ya sean las mujeres organizadas con agenda feminista, ya sean los activistas por los derechos humanos, cada vez que sucede esto, se corresponde una emergente contraprotesta de los grupos conservadores. Cuando el presidente Enrique Peña Nieto se pronunció por la armonización jurídica en torno al matrimonio igualitario, los grupos reaccionarios tomaron fuerza. Cuando, en Aguascalientes, una campaña del Censida puso anuncios de prevención del VIH que mostraban a dos hombres en un contexto de alcoba, la Pía Sociedad de Sociedades Pías mostró su faz más intolerante. Cuando se logró la modificación a la NOM-046 para posibilitar causales jurídicas a la interrupción legal del embarazo, a las asociaciones doblemoralinas les brincó el escapulario y protestaron en reacción. Sucesivamente, a un logro o demanda de los grupos vulnerados, se corresponde una emergencia reaccionaria.
Así también sucede en cada proceso electoral. Baste recordar la elección local anterior, en la que el obispado de Aguascalientes se entrometió un poco más allá de los lindes que la ley le permite, y si pudo librar una sanción, fue porque la totalidad de partidos se negaron a proceder legalmente en contra del obispo. Del mismo modo, en ese proceso electoral, una candidata a la gubernatura no supo lidiar con la respuesta pública sobre su posición ante el matrimonio igualitario, y no quedó bien ni con dios ni con el diablo. Así, en cada campaña, la Iglesia presiona para que los candidatos definan posturas que tienen que ver con la agenda de derechos humanos, a fin de aprobarlos como candidatos “con valores”. Si ese es un problema que afecta a la democracia (por el indeseable poder de facto que ostentan las asociaciones religiosas), el problema se agudiza cuando los candidatos hacen caso a las curias e intentan mostrar su alineación a credos dentro de sus proyectos políticos.
De este modo, la agrupación reaccionaria conocida como Frente Nacional por la Familia, tiende a convertirse en un órgano censor que valida la alineación de plataformas y candidatos a su particular agenda. Esta agrupación, con innegables vínculos a las iglesias de tradición judeocristiana (en especial la católica), funge como puente para comprometer a los políticos en el cumplimento de una agenda retrógrada y bien financiada. Así, en este proceso electoral, vemos candidatos, como Mikel Arriola en la CDMX, que descaradamente pone en su campaña antivalores para el retroceso de los derechos humanos. Pero no sólo él, Morena (que se autodefine como un movimiento de izquierda juarista y republicana) al sumar a una aberración como el PES (partido fachada de movimientos evangélicos), también se alinea con la agenda judeocristiana en detrimento de la república, y el mismo AMLO ha hablado sin vergüenza sobre la posibilidad de poner a consulta popular los avances en libertades civiles. Aguascalientes, por su formación social, no podría ser la excepción; el candidato a diputado federal por el PRI, José Carlos Lozano Rivera Río (hijo del exgobernador Carlos Lozano), firmó la plataforma electoral del Frente Nacional por la Familia, en un contexto comprensible: el cálculo electoral de apoyos que esto le puede sumar, y su propia herencia cultural, porque ¿esperaríamos algo distinto de alguien educado en una familia taurómaca? Como fuese, es lamentable que el poder político atienda a voces facciosas que pretenden echar atrás los pírricos progresos en la agenda de derechos humanos.
La campaña de la elección federal está todavía en su inicio, pero ya se puede prever la tendencia de posiciones ideológicas que cada proyecto buscará proteger. No deja de ser una ironía el hecho de que el proyecto que menos conservador ha lucido sea el que encabeza el PAN, histórica fuerza electoral del conservadurismo. Su ala dura se erosionó con el éxodo de los Zavala-Calderón y la alianza con el PRD, mientras que en el PRI vacilan entre la indefinición y la franca alineación mocha, y en Morena el descaro conservador es más que evidente.
El domingo 22 de abril, a las 20 horas, se llevará a cabo el primero de tres debates presidenciales, en el que se tocarán los temas de Seguridad Pública y Violencia, Combate a la Corrupción, Impunidad, Democracia, Pluralismo y Grupos en Situación de Vulnerabilidad. Como se ve, la parrilla de temas se antoja para un nutritivo intercambio de posturas sobre el tópico del conservadurismo, pero también sobre el combate a la corrupción y la agenda de seguridad. Tenemos una buena oportunidad para ver a los candidatos de cuerpo entero. Por cierto, en los corrillos de la política se mantiene la especie de que, ante el desplome de Meade, el debate será la última oportunidad para definir un golpe de timón que podría orientar la campaña del PRI a otros objetivos, desde el casi improbable cambio de candidato, hasta una alianza de facto por el voto útil. Recordemos que en 2006 el PRI ya realizó esta estrategia, cuando en distintas entidades se dejó de apoyar al candidato Roberto Madrazo (quien no logró levantar, ni en el voto duro) para -en una estrategia pragmática de resultados cuestionables- decantarse por el PAN e impedir la llegada de AMLO a la Presidencia. Una razón más para ver el desempeño del debate, y -de ser así- estar atentos a la forma en la que habrá de evolucionar la campaña. Como fuese, el ojo debe ser puesto en lo importante: qué país queremos y quién creemos que lo representa mejor.
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