El lunes pasado en las oficinas del Partido Revolucionario Institucional en Aguascalientes, un grupo de liderazgos identificados con ese partido renunciaron a su militancia acompañados por lo menos de una centena de simpatizantes. En las notas generadas por diferentes medios de comunicación se habló de hasta 300 renuncias, mientras que fuentes del comité estatal reportan 26 documentos recibidos pero solo 24 personas estaban dentro del padrón priista. Previo a esto se habían venido dando renuncias en lo individual, algunos con la finalidad de incorporarse a otros institutos políticos o bien buscar candidaturas independientes.
Sin duda esta desbandada debe entenderse, en el seno priista, como el agotamiento de una fórmula en la que priva (aún) la voluntad de unos cuentos y no el consenso democrático. Un sistema que en lo local ha funcionado por lo menos los últimos 40 años en que el “abolengo familiar” o el cobijo de un liderazgo resulta ser de mayor mérito que la capacidad personal.
Hoy los priistas que ocupan las candidaturas para esta elección, deben tener presente que lo hacen sin el apoyo de la base priista (menospreciada en sus propias convenciones), bajo condiciones adversas como el desgaste de Enrique Peña Nieto y de la propia marca de una institución que no ha sido capaz de transformarse para gobernar para el beneficio del país, pero sí de acorazarse para el beneficio de unos pocos. Aunque los priistas presuman que el México de hoy fue construido bajo su régimen, también es cierto que su estancamiento se debe a la práctica continua de la corrupción y la impunidad.
Quienes hoy abandonan el PRI, deben de tener en cuenta la responsabilidad histórica que tienen con quienes los adoptan como líderes y la sociedad misma, en el sentido de que es la oportunidad para renovar el sistema político y no solo el beneficio personal que pueda representar la movilización corporativizada del voto.
@aguileralespron