Entrevista a Laura Athié
- Autora de dos libros: De cómo cocinaban las abuelas y Calva y brillante como la luna. Diario de una loba contra el lupus
La plática con Laura Athié va del comienzo de la escritura de sus diarios en donde ha recopilado historias de vida de sus abuelos y de otras familias que le han interesado. Laura relata cómo su familia tuvo que salir después de que los otomanos estuvieron más de 500 años en Líbano. De su abuelo recuerda que se llamaba Habib y su madre se llamaba Marmar, quienes intentaron llegar a Estados Unidos pero no pudieron y por ello vinieron a México. De su padre recuerda cómo fue que conoció a su madre en el Mercado de La Lagunilla, “en ese mercado yo viví hasta los once años de edad. Mi padre conoció a mi madre –que era la reina de La Lagunilla– cuando tenía 25 años y era un chavo que estaba tratando de organizar al Mercado, porque lo iban a tirar y la gente que era locataria no tenía papeles, no sabía firmar y le dijeron: “tú que estudiaste, organízalos”. Este muchacho de 25 años fue a la delegación, hizo todos los trámites y la regularización de todos los puestos. Cuando se hizo el nuevo mercado la gente lo quiso mucho porque no perdieron sus locales”.
Laura Athié se encuentra estudiando la maestría en Ciencias del Lenguaje en Puebla, inmediatamente me vienen a la mente dos escritoras jóvenes que tienen un vínculo no sólo con Puebla sino con los posgrados de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla: Iris García Cuevas y Fernanda Melchor, quienes estudiaron la maestría en Literatura y en Estética, respectivamente.
Laura ha venido contando desde pequeña el entramado de historias de su familia, su migración le recuerda mucho a todo lo que está ocurriendo hoy en día en Medio Oriente, además, su vida en la frontera norte del país le permite entender mejor a los dreamers.
“Para mí fue muy importante empezar a rescatar estas historias: oír, oír, por mucho tiempo empecé a oír las historias de la gente y luego empecé a convocarlos a escribir. Esa tarea la empecé a partir de figuras propias. A partir de mi abuela, a partir de mi padre, y de los otros padres.
Cuando empiezo a dar talleres me doy cuenta de que la gente tiene necesidad de contar su pasado para que, los que vienen detrás por ejemplo sus hijos y sus nietos, sepan de dónde viene su familia. Y también para saber que nuestras historias no están en la historia oficial. No está ahí. Y muchas de las veces, la historia real es la que se cuenta en la cocina, en la sala.”
Sobre la mesa se encuentran dos libros: De cómo cocinaban las abuelas y Calva y brillante como la luna. Diario de una loba contra el lupus. Laura se refiere a este último, en donde la editora Lucy Ortega le sugirió publicar sus crónicas: “Ella me dijo, ¿Laura, por qué no editas tus crónicas? Ella me ayudó a editar y a ordenar las crónicas. Se presentó por primera vez en Buenos Aires en un congreso internacional de lupus, que es una enfermedad que yo padezco. Sin embargo, este libro no habla de manera triste sobre el lupus sino como cualquier otra visión –dentro de las muchas que ocurrieron en mi vida–. Empieza por mi diario personal que encontró mi hija, así exactito: “Mi nombre es Laura, nací el 1 de diciembre de 1969. Mi amiga Lidia me regaló este diario. Yo creo que le gusta mi papá” [risas] Así es como viene.
Empecé a darme cuenta que las crónicas vienen sobre el mismo asunto: descubrir quién es mi padre, quién soy yo a lo largo de la vida, quiénes son las gentes a las que amé o que ya no amé. Incluso están divididas por temas: laborales, no laborales, de viaje. Están divididas antes del mail y después del mail, porque a mí me tocó eso. No me tocó ser millennial, soy migrante tecnológico.
Cuando empecé a dar los talleres utilicé la técnica para armar estos libros, que es entrevistar, escuchar y respetar la voz de la gente tal y como habla. También aprendí a valorar. Creo que cualquier persona que está alfabetizada, por supuesto que puede escribir su historia y contarla –para empezar, puede contarla y luego escribirla. Lo que le digo a la gente cuando entra al taller: “no es un taller en el que vamos a criticarnos, no, no, no. Aquí lo importante primero es empezar a escribir, y ya después veremos cómo tallereamos. Lo importante es empezar”.
Tejedora de historias es un proyecto personal de Laura Athié, no lucrativo, “que busca visibilizar a través de la escritura las historias familiares que nos constituyen: convoca, invita, jamás premia, no califica.”, así se describe este taller que tendrá una continuidad en el nuevo proyecto de Laura: LEM. Centro de producción de lecturas, escrituras y memorias, que comienza en la ciudad de Puebla con diversos talleres en donde participarán: Gretta Penélope Hernández, Renata Luna, Sol Levín, Patricia Aridjis, Magali Tercero, Benito López, Efrén Calleja y la misma Laura Athié, en esta primera etapa.
“El taller que inicié hace cinco años se llama “Contar para vivir” y está vinculadísimo con Tejedora de Historias. En mi experiencia personal: cuando me detectaron lupus, lo primero que te dicen es “te vas a morir a los 40 años”, es lo que dicen los doctores. La forma que yo encontré para intentar sacar eso fue escribir, escribir, escribir. Me di cuenta de que toda la vida había escrito, más que con fines literarios: para registrar mi vida, mis sentimientos. El taller comienza un poco así, que también escribir sirve para registrar qué es lo que hay detrás de ti y qué viene. Qué rescatas de la vida, del pasado y qué construyes. El taller empieza meramente literario.
Después tuve la oportunidad de conocer a gente que trabaja una técnica de Michael White, que se llama Terapia Narrativa. Michael White murió en 2008, era un trabajador social que se especializó en psicología y después empezó a escuchar a la gente. Y en lugar de decidir por una terapia psicoanalítica larga, creó una terapia que está basada en las preguntas. Para resumir lo que dice Michael White es que tú cuentas una historia a lo largo de la vida y te la vas creyendo, pero esa no es necesariamente tu historia real. Hay una historia oculta y tú la puedes iluminar. Si tus padres te dicen “es que no sirves para nada” o por el contrario “tienes que ser exitoso porque tu papá fue exitoso”, es una carga muy pesada. Lo que tienes que hacer es encontrar qué es lo que tú quieres hacer y sobre eso construir tu historia. Esta terapia está muy vinculada con la oralidad de la palabra escrita.
He trabajado con gente de todas las edades. Una familia me dijo “mi mamá tiene principios de Alzheimer, ¿la puedes recibir?” Yo dije que sí pero que no estaba preparada para tratar el Alzheimer. Sin embargo, el grupo que se llega a formar –a mi taller llega gente que tiene 17 años el menor, y el mayor, 72– se ayuda, se apoya. Ha entrado gente que está enfrentando condiciones físicas diferentes y se apoyan. Mi alumna logró acordarse de cuando su esposo le declaró matrimonio en una plaza. La familia estaba feliz.
La idea de todo este juego de talleres es que quien quiera participar puede tomar los talleres juntos, puede tomar uno de manera independiente y pueda seguir un camino hasta que logre tener un libro. Puede ser digital, y si quisiera impreso pueden buscarse otros caminos. Y si no, simplemente hay gente que entra al taller y dice “yo quiero tener 10 libros para regalárselos a mi familia en Navidad”, porque mucha gente tiene esa misma inquietud mía: qué hicieron mi padre, mi madre para que yo estuviera donde ahora estoy y todo ello hace que no se pierda porque se va cuando la gente también se va.”
Yo creo lo mismo que dice Clarice Lispector: “escribir es como sacarle chispas a las piedras, duele mucho”. Yo creo que duele mucho cuando particularmente escribes sobre tu historia o la historia que te concierne o que vuelves a revisar y descubres cosas que a veces no te gustan. En ese sentido es como un primer parto, es como dar a luz a una historia que estaba escondida y no habías logrado ver.
LEM contará con talleres de fotografía, de crónica, de edición; talleres que no son los tradicionales dentro de la escritura literaria para generar historias. Quien asista a los talleres se encontrará con una gama amplia de herramientas que le facilitarán la escritura: “Primero que nada nos interesa que la gente logre romper las ataduras que le impiden escribir. No me importa si tienes secundaria, si tienes prepa, doctorado, si tienes maestría. Hay gente que tiene doctorado y no es capaz de escribir otra cosa que no sea un informe. O gente que lleva años trabajando entregando documentos de política pública a su jefe y no es capaz de escribir una pequeña narración sobre sí mismo.
Lo primero que queremos es que la gente rompa ese mito de que sólo escriben los que son escritores, los que estudiaron literatura o los que saben escribir. No, no, no. Lo primero que yo les planteo es que la gente puede escribir, es capaz de escribir, es capaz de narrar, es capaz de entrelazar ideas, palabras, contar algo y en ese sentido es capaz de ponerlo como quiera. No nos interesa especializarnos. Al contrario, nos interesa recibir a abuelos, abuelas, amas de casa, secretarias. En De cómo cocinaban las abuelas hay secretarias, está la directora, de aquel entonces, del Instituto Nacional de Psiquiatría, Rebeca Aramoni; está el Subsecretario de Educación junto a un almacenista.
Aquí no hay premios ni primeros lugares. Aquí lo que hay es el deseo genuino. Por eso la convocatoria dice que el requisito es que tengas una historia que contar y querer contar una historia. No es un lugar donde tú te vayas a especializar, para eso hay otros lugares. Justo por eso quisimos meter la palabra “memoria” porque nos interesa rescatar esa voz que no se ha escuchado, las voces que no suenan en las historias oficiales.
LEM y Puebla. Como ya se ha mencionado, Laura Athié se encuentra estudiando la maestría en Ciencias del Lenguaje en el Instituto “Alfonso Vélez Pliego” de la BUAP, uno de los institutos más reconocidos de la Universidad por su trabajo de investigación y desarrollo de ciencias sociales, a propósito de su estancia en Puebla, Laura apunta: “fue una coincidencia muy bonita. Una vez me escribió Daniela Marín para decirme si yo quisiera dar talleres o si quisiera hacer algo con el libro Calva y brillante como la luna, yo le dije que sí. También fue coincidencia que yo pudiera estudiar aquí, porque tampoco fue fácil. Yo llevaba dos años diciéndoles “oigan, ¿cuándo lo van a abrir?, ¿cuándo lo van a abrir?”, creo que ya los tenía hasta acá. Me dijeron “ya vamos a abrir el curso propedéutico”.
Vine y me encontré que había setenta y tantas personas igual que yo que querían entrar, que había que hacer un curso de dos meses y luego una semana de exámenes –cinco exámenes diarios– y luego decidirían a ver quién se queda.
Mi jefe me dio la oportunidad de ir y venir diario para poder estar en el propedéutico y en los exámenes. No estaba muy segura de poder quedarme, todo estaba competidísimo. De todos modos, Puebla es una ciudad que nos encanta, veníamos los domingos a comer, a pasar el sábado; también al INAOE fui muchas veces. El recorrido que hice para De cómo cocinaban las abuelas fue muy bonito: de Puebla hasta Xalapa –porque muchos de estos chavos estaban en Xalapa–, Puebla es un lugar que me gusta. Mucho tiempo vivió con nosotros una nana de mi hija, muy querida por nosotros. Se llama Mely y aquí la retrato también. Ella es de Zacatlán de las Manzanas, Puebla, por ella conocí toda la zona de la montaña, toda la zona serrana y aprendí a querer ese lugar. Así que Puebla es un lugar querido para mí.
Tengo también familia que estuvo en Puebla –que se apellida igual que yo– y muchos migrantes libaneses llegaron a Teziutlán, se asentaron. Me impresionaba su limpieza, yo que vengo de la Ciudad de México [risas], son muy ordenados, son muy limpios: si dicen “saca la basura en la noche”, la sacan en la noche.
La coincidencia fue que siempre sí me quedé, siempre sí renuncié y siempre sí coincidimos con Daniela.