La semana pasada veía el documental InnSaei (2016). Su nombre proviene de una palabra islandesa que puede traducirse por “intuición” o “ver de adentro hacia afuera”. El documental tiene momentos interesantes: por ejemplo, plantea algunas estrategias educativas para trabajar la inteligencia emocional y fomentar emociones empáticas. No obstante, el documental adolece de una explicación detallada de lo que es la intuición y cuál es su papel para la obtención de conocimiento.
¿Qué hace que califiquemos un juicio como intuitivo?, y ¿en qué consiste que cierto tipo de conocimiento se obtenga, o pueda obtenerse, intuitivamente? Los filósofos se han preocupado frecuentemente por la intuición: piensan que, junto con la percepción, el testimonio, el razonamiento inductivo y deductivo y la memoria, la intuición es una fuente de conocimiento: es decir, podemos saber cosas de manera intuitiva. Fue John Locke quien trazó un mapa delimitando las fronteras de la intuición. Ésta tiene al menos dos provincias fronterizas: la percepción sensorial y la demostración.
Ahora mismo lees esta columna ya sea en una pantalla de ordenador o en papel periódico. En cualquiera de los casos, supongo, no te enfrentas a una cosa triangular, sino a una rectangular. Sabes que la pantalla de tu ordenador o de tu celular, o el diario que tienes en tus manos, tienen una forma rectangular, y lo sabes porque los observas: obtienes conocimiento vía percepción sensorial. Locke pensaba que la percepción siempre atiende a cosas particulares: una pantalla de ordenador o de teléfono móvil particular, o bien un diario que sostienes entre tus manos. Ahora bien, también puedes llegar a saber que ninguna cosa rectangular es triangular, y cuando te percatas de ello no sólo piensas en la forma particular de tu teléfono móvil ni en la forma del diario de tu preferencia. Que las cosas rectangulares no son triangulares es una verdad mucho más general y abstracta a la cual llegas, piensa Locke, a través de la intuición. Y, al menos en esta clase de casos, es en los que Locke piensa que reconocemos rasgos de nuestras ideas. La intuición es una fuente de conocimiento perfectamente válida. Sabemos cosas de este tipo mediante nuestra intuición. La primera provincia fronteriza de la intuición es, así, la percepción.
Pero Locke también considera que existe otra provincia que colinda con la intuición, cuya extensión fronteriza quizá sea más amplia y escarpada: la demostración. Aunque la intuición puede proporcionarnos conocimientos abstractos como que lo triangular no es rectangular, existen problemas mucho más complejos que requieren algo más que una simple intuición: necesitamos usar el razonamiento explícito para demostrar la pieza de conocimiento a la que accedimos intuitivamente. En la película The Man Who Knew Infinity (2015), dedicada a la vida del prodigio Srinivasa Ramanujan, el matemático indio, recién llegado al Trinity College de la Universidad de Cambridge, charla con quien sería su buen amigo y mentor, el matemático G.H. Hardy. Ramanujan ha llegado a hipótesis asombrosas, que él atribuye a la revelación divina. Hardy le exige que las demuestre: demostrar es el trabajo arduo y difícil de los matemáticos. En una demostración tenemos que atravesar una serie de pasos para conocimiento, requiere etapas conscientes, mientras la intuición parece ser inmediata. Locke nota, sin embargo, que la intuición y la demostración están conectadas. Cada paso individual en una cadena de razonamiento demostrativo debería ser intuitivo.
A la estela de Locke, muchos psicólogos contemporáneos trazan una distinción similar a aquella entre intuición y demostración: contrastan pensamiento implícito y explícito, heurístico y sistemático, automático y controlado. Puede ser que estas diversas etiquetas señalen una misma división. Jennifer Nagel sostiene, buscando neutralidad, una distinción entre dos tipos de pensamientos: Tipo 1 y Tipo 2. Pero comúnmente se considera al Tipo 1 como intuitivo y al Tipo 2 como reflexivo. Los psicólogos Keith Stanovich y Jonathan Evans trazan la misma distinción por la misma razón que John Locke: se trata de saber si debes o no atravesar una serie de pasos conscientes. El ejemplo de Nagel es claro: si te pido que multipliques ‘5×11’, la respuesta ‘55’ probablemente se te ocurre inmediatamente, sin esfuerzo. Así que eso es intuitivo para ti. Pero si te pido que dividas ‘5/11’, probablemente debas atravesar una serie de pasos al hacer una división larga. Eso es la reflexión trabajando, no intuición. Pero nota que al hacer esa larga división se descompone en una serie de operaciones de un solo dígito, cada una de las cuales es intuitiva. De esta manera, parece que la intuición es una especie de juicio inmediato, no sólo en el sentido de su rapidez (que puede serlo o no), sino en el sentido de que no está mediada por etapas de pensamiento como la reflexión.
El problema es que hasta este punto sólo he dicho que, prestando atención a lo que han dicho filósofos y psicólogos, la intuición no es percepción sensorial ni es demostración. Pero hace falta dar cuenta de manera positiva de la intuición: qué es y cómo funciona. John L. Austin, fundador de la metodología del análisis del lenguaje ordinario para realizar análisis conceptual, pensaba que las personas heredamos una lengua que posee ya una enorme cantidad de distinciones que nosotros no realizamos y que han pasado la prueba del tiempo. Ser hablante competente de una lengua te compromete con esas distinciones que luego puedes traer a la conciencia y hacerlas explícitas. La intuición, así, se alimenta de ese depósito de finas distinciones conceptuales sin que medie el pensamiento reflexivo. No obstante, tenemos intuiciones sobre problemas que calificaríamos de novedosos. ¿Cómo explicarlo? También, ¿acaso no es de lo más común que las personas, incluso las que comparten la misma lengua materna, respondan de manera distinta intuitivamente? Parece un hecho que no compartimos como quisiéramos las mismas intuiciones. Dos problemas adicionales: es común también que un mismo individuo tenga intuiciones contrapuestas, y resulta complejo cuando deseamos construir teorías (esos artefactos que explican y predicen el comportamiento del mundo) respetar nuestras intuiciones (la física teórica actual parece, de hecho, contradecir la mayoría de nuestras intuiciones sobre el mundo material).
Por mi parte, aunque no soy un declarado escéptico de la intuición, considero que deberíamos evaluar algunos posibles mitos y suplantarlos por una alternativa naturalista. Para Paul Thagard, más que analizar conceptos, deberíamos investigar los conceptos y teorías que se elaboran en las ciencias relevantes; en lugar de asumir que los conceptos de las personas son adecuados, deberíamos desarrollar conceptos nuevos y perfeccionados que estén integrados en teorías explicativas (no deberíamos interpretar conceptos, sino cambiarlos); deberíamos evaluar críticamente las intuiciones para determinar sus causas psicológicas, que a menudo están más vinculadas a los prejuicios y errores que a la verdad (no deberíamos confiar ciegamente en nuestras intuiciones); y deberíamos reconocer que las personas son a menudo ignorantes en materias de física, biología y psicología, y que sus creencias y conceptos son frecuentemente incoherentes (los científicos deberían educar a la gente, no excusarla).
¿Cuál es el papel de la intuición en nuestra búsqueda del conocimiento? Considero que la discusión está empantanada hasta cierto punto. Se confunde a menudo la intuición con el insight (la captación de verdades profundas), y el propio Ramanujan pensaba que las que otros consideraban intuiciones o insights suyos eran revelaciones de la divinidad que le hablaba al oído. Lo cierto es que tampoco podemos despreciar sin más esta fuente de conocimiento. Confío que los científicos cognitivos brinden pronto una explicación más detallada de la creatividad humana y su fuente inagotable. El trabajo pendiente, como siempre y con gusto, está del lado de la ciencia.
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