Esta semana he estado escuchando algunos discos de músicos que oscilan con libertad, e incluso diría que hasta con alegría y convicción, entre dos lenguajes musicales que si atendemos a sus orígenes los podríamos considerar, no solamente como diferentes, sino hasta antagónicos, me refiero al jazz y a la música de concierto.
Tú sabes, el jazz inició como un lenguaje musical estrictamente callejero, lejano y ajeno a toda formación académica en la pantanosa Nueva Orleans tocada por un sector de la población desfavorecido y marginado en oscuros rincones y salones húmedos en los que el humo del cigarro opacaba la visibilidad y hacía turbio el ambiente. Nada que ver con una formación académica, de hecho, el crítico de música Gary Giddins nos dice en su libro Riding on a blue note (Viajando en una nota blue), que las estaciones de radio de la época tenían prohibido transmitir esa música que ofendía e insultaba al educado pueblo blanco de los estados del sur.
Por eso resulta extraño ver cómo con el paso del tiempo esas dos tendencias musicales, que en un momento eran antagónicas, ahora se den la mano tan amistosamente y se desarrollen discursos musicales en un punto de equilibrio casi perfecto entre el jazz y la música académica y cuya calidad está fuera de toda conjetura. Este es el punto que me ha estado dando vueltas en la cabeza quizás durante las últimas dos semanas, no sé a qué se deba, posiblemente al hecho de que hace unos días, poco más de dos semanas, escuché el disco Facing you del pianista y compositor Keith Jarrett y a partir de ahí me puse a repasar parte de su discografía, sin duda se trata de uno de mis músicos favoritos, de esos a los que no me atrevería a decir que es un músico de jazz o de música culta, finalmente hace un trabajo muy solvente con ambos repertorios, por ejemplo, en las grabaciones que tiene con su trío de jazz: el bajista Gary Peacock, y el baterista Jack deJohnette, encontramos una calidad y una técnica irreprochables y una música verdaderamente exquisita, pero cuando lo escuchamos tocando las Suites Francesas de Johann Sebastian Bach, no llevando al jazz estas delicias del padre de la música, sino tocándolo como marcan los cánones, incluso no en el piano, sino en la clave, exactamente como lo diseñó Bach, o bien tocando los Preludios y Fugas, Op.87 de Dmitri Shostakovich para piano, no podemos dejar de sentirnos profundamente emocionados, es sorprendente como Keith Jarrett desarrolla un pensamiento musical que le permite ser un verdadero virtuoso en esos dos lenguajes que, insisto, en algún momento fueron no sólo diferentes, sino antagónicos. Pero además eso no es todo, en el difícil pero encantador arte de la improvisación, encontramos a Jarret desparramando talento por todos lados, grabaciones como The Vienna Concert, The Paris Concert o el The Köln Concert son verdaderas cátedras de cómo improvisar, excepto con el tema The wind del Concierto de París que es una composición de Russ Freeman y Jerry Gladstone, todo lo demás es improvisación pura, sobre todo en el concierto de Viena en donde encontramos toda la estructura de la música de concierto.
Pero estas divergencias entre el jazz y la academia musical se suavizaron mucho, creo yo, con el ciclo de los tres Conciertos Sacros que abarcan un período de tiempo importante que va de 1965 a 1973, aunque seguramente desde mucho tiempo antes el pianista Art Tatum, probablemente el primer gran virtuoso en el jazz, empezó a derribar esas barreras entre ambos lenguajes musicales.
Yo creo que Miles Davis lleva este asunto hasta sus últimas consecuencias, su trabajo como trompetista debe ser considerado, sin la menor duda, como uno de los más sobresalientes en la historia de la música en el siglo XX, así sin etiquetas, sin decir que es jazz o ponerle cualquier otro calificativo, aunque definitivamente su trabajo dentro del jazz es el que lo ubica como un fuera de serie. Sin embargo, cuando en agosto de 1969 graba su obra maestra Bitches Brew borra de un solo golpe todo intento de clasificación, y con esto, de poner límites a la creatividad musical. Bitches Brew debe ser entendido, además de su incuestionable e inmenso valor estético, como el más elocuente punto de convergencia entre el jazz y la música académica, en este caso, más cercano a la música contemporánea. Frank Zappa, más ubicado en el rock, pero sin ser ajeno al lenguaje jazzístico, desarrolla un discurso musical en donde se sumerge con deliciosa convicción en las mieles de la música contemporánea contando con la invaluable colaboración del maestro Pierre Boulez y el Ensamble Intercontemporáneo.
Maurice Ravel, Claude Debussy y otros compositores, específicamente posteriores al impresionismo, han entendido claramente la música como un punto de convergencia, sobre todo cuando se trata de dos tendencias musicales en donde existe un factor común, la calidad y la solvencia de sus respectivos músicos. No nos sorprende ver a grandes músicos como Chick Corea o a Claude Bolling tocando apoyados por una sinfónica o por un ensamble de música de cámara.
Yo pienso que estos dos lenguajes musicales, tan distantes en sus orígenes, no opusieron resistencia a lo que considero es una tendencia natural, empezaron por hacerse guiños y coqueteos en la clandestinidad, seguramente por el miedo al qué dirán, después se tomaron de las manos y terminaron por darse un abrazo fraterno cargado de emociones reprimidas que todavía hoy no terminamos de experimentar.