Give me crack and anal sex,
take the only tree that’s left,
and stuff it up the hole
in your culture…
The Future – Leonard Cohen
El diseño del espacio público, urbano, rural, industrial o comercial, es un asunto que compete a la ciudadanía. No es posible que la administración pública (sea federal, estatal o municipal) ponga la toma de decisiones sobre cómo se organiza el entorno (en su espacio, su infraestructura y su utilidad) en función únicamente de las necesidades del mercado. E incluso, aún y cuando la dinámica del mercado “asegure” alta rentabilidad en un determinado proyecto de impacto al espacio que habitamos, no debe ser el criterio del lucro o de la derrama económica lo que debe prevalecer en el diseño del entorno.
En la ciudad de Aguascalientes contamos con zonas importantes para la manutención sustentable del entorno, por su masa forestal y las implicaciones que ésta tiene en la recarga de acuíferos y la protección de flora y fauna endémica. Entre estas zonas destaca, al sur de la ciudad, el área conocida como Bosque de Cobos, mismo que ahora se encuentra en el debate público luego de que un emporio constructor consiguiera (mediante presuntas irregularidades) que la Semarnat le concediera permiso de construcción habitacional, y que negociara con el Ayuntamiento el cambio de uso de suelo.
Las distintas asociaciones locales de protección ambiental han hecho un necesario activismo a favor, primero, de la difusión de información relativa a la importancia de esta y otras zonas de resguardo ecológico; y, segundo, a favor de que se revisen los pasos administrativos que propiciaron el riesgo de construcción, a fin de que la empresa pueda llevar a cabo su proyecto en otro sitio. Los medios de comunicación (en especial este periódico) han dado seguimiento al caso. Los representantes de los intereses de consorcio constructor también han argumentado a su propio favor, no siempre de manera afortunada. Aprovecho el espacio para expresar mi reconocimiento y admiración a la periodista Hilda Hermosillo, quien -desde este diario- ha fomentado el debate público y la información veraz, con las implicaciones (positivas y negativas) que eso puede implicar en un contexto en el que el poderío económico suele superponerse a la idea racional de la administración. Ahora, eso es justo lo que falta, que la administración (en cualquiera de sus órdenes de gobierno) asuma la revisión profunda de sus procesos y que, ante la vista pública, haga lo conducente en favor no sólo de la economía monetaria, sino de la sustentabilidad del entorno.
La batalla por la preservación de las zonas de importancia ecológica en Aguascalientes ha tenido distintos frentes. Entre los más recientes contamos el de La Mezquitera de la Pona, o el de los cientos de árboles que se talaron al norte de la ciudad para la construcción de pasos a desnivel. Esta batalla se ha perdido por momentos, se ha contenido en ocasiones, y algunas veces se han tenido victorias pírricas. Lo cierto es que Aguascalientes cada año padece mayor irregularidad en sus ciclos climáticos, y distintos especialistas han alertado ya sobre el problema de la insuficiencia acuífera; por no abundar en el hecho de que el impacto ambiental afecta no sólo a la flora, sino también a la fauna local, que no puede coexistir con el modelo de concreto y hormigón, destinado a dar residencia habitacional de élite a la clase alta en zonas que debieran ser de resguardo, por la importancia en el equilibrio del entorno público.
Este tipo de debates, en los que se ponen en juego de balanza el imperio del capitalismo frente al concepto de comunidad sustentable, nos pone en una narrativa -propia de la literatura o el cine- en la que se expone el inicio de las distopías: un contexto en el que el mercado absorbió la facultad del Estado y encumbró a una élite hacia los beneficios del ostento, a costa de la depauperización de la base de la pirámide social y de su entorno. El problema es que, para que una distopía triunfe, se requieren, al menos, dos cosas: una, que exista un Estado débil, corrupto, demagógico, cuya administración esté formada por miembros ávidos del lucro de lo público; y dos, que ese Estado tenga una ciudadanía erosionada, idiota, o nula.
Durante mi formación universitaria, uno de mis más entrañables maestros, a quien todavía le adeudo intelectualmente, solía repetir: “El Estado busca la justicia, mientras que el mercado busca la ganancia. Esa diferencia debe distinguir a los estadistas, porque -si no- serán sólo una panda de bribones”.
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