- En el texto se narra la experiencia de una comunidad multicultural de filipinas para superar sus conflictos por sí misma
- Este ejemplo de resiliencia puede aplicarse en Occidente, México y Aguascalientes
El día de hoy Casa Terán albergará la presentación del libro Espacio para la paz, Mindanao y la movilización comunitaria, co-escrito por Peter Berliner, Elena de las Casas Soberón y Ernesto Anasarias.
El libro narra las experiencias y aprendizajes que Berliner y Anasarias tuvieron con respecto a las comunidades declaradas como “espacios para la paz” en la Isla de Mindanao, en las Filipinas. Estos asentamientos, también llamados barangays, se han convertido, tras la declaración de sus propios habitantes en oasis dentro de una guerra civil que se ha extendido durado cerca de 60 años.
En la provincia de Mindanao, explicó Berliner para La Jornada Aguascalientes, han existido durante mucho tiempo, tres grupos religiosos y culturales que vivieron en armonía: los lumads, una etnia y religión ancestral filipina, los católicos y los musulmanes, quienes por generaciones compartieron costumbres, recursos, espacios e incluso familia, al celebrarse numerosos matrimonios interreligiosos.
Sin embargo, hace más de 60 años la designación de tierras por parte del Gobierno Central Filipino (de facto católico en ese entonces), causó malestar en la población dado que privilegió a los católicos quienes sí contaban con documentos para comprobar la propiedad de sus predios, mientras que fue injusto con los musulmanes y lumads dado que estos se rigen por códigos no escritos sobre sus terrenos.
Durante años las siete comunidades hoy declaradas espacio para la paz, sufrieron los embates de una guerra civil entre el Gobierno Nacional Filipino y los rebeldes (principalmente musulmanes), por lo cual no sólo fueron perdiendo sus tierras y propiedades (también católicos), sino que además se distanciaron las diferentes agrupaciones y se fueron creando prejuicios los unos de los otros, los cuales antes no existían.
Al recordar que sus raíces estaban entrelazadas y valorar el concepto de los “tres pueblos” (católico, lumad y musulmán) así como al percibir las coincidencias que han sufrido en conjunto como pueblo multicultural por la guerra civil, estos barangays decidieron no regresar a los campos de refugiados a donde fueron expulsados para regresar a sus hogares de manera definitiva y vivir junto a sus vecinos de diferentes religiones.
Aunque terminar con los prejuicios fue complicado al principio, mediante el recuerdo de la antigua convivencia que existía entre las tres culturas narrado principalmente, según el libro, por las personas más ancianas de la comunidad, la estructura se fue recuperando de tal forma que hoy, en estos espacios para la paz, es normal la convivencia pacifica no sólo de las tres religiones, sino de los militares y los rebeldes que se enfrentan generalmente en las zonas en conflicto.
Según, Berliner quien procede de Dinamarca, a pesar de que el contexto pareciera radicalmente diferente al de los países occidentales, se puede aprender bastante del ejemplo filipino como un mecanismo efectivo para lograr que exista verdadera convivencia entre los miembros de una sociedad y evitar así que las diferencias entre los grupos que conviven en sociedades cosmopolitas, sean negativas, sino al contrario, las enriquezcan.
A decir del danés, la sociedad ya está hecha y lo que se debe es reforzar los vínculos entre ella: “Yo creo que los primero que podemos aprender es la filosofía de las comunidades, pues en el mundo occidental tenemos la idea de que para hacer una comunidad necesitamos sentarnos juntos y ya, está hecha la comunidad; pero la filosofía en Mindanao señala que desde el principio, somos ya una comunidad”.
Otro aprendizaje aplicable del concepto de Mindanao, añadió Berliner, es que no se debe tragar la propaganda de construir un enemigo que hacen muchos medios de comunicación, es decir, no se debe creer en que hay enemistad donde nunca la ha habido: “Por ejemplo en Europa si tienes un ataque terrorista, de inmediato en los medios se va a decir que los musulmanes terroristas lo hicieron y alguno de los grupos musulmanes se va a adjudicar el ataque, pero se puede contar otra historia: que la mayoría de los terroristas son personas que se sienten completamente solas y están aisladas, la mayoría de las veces ellos han sido víctimas de la violencia social”.
De Casas Soberón se refirió al caso específico de México, en donde el ejemplo se puede centrar en la capacidad mostrada por la propia sociedad civil organizada para resolver sus problemas pues en muchas ocasiones los gobiernos son los que afirman tener la solución de los problemas cuando ni siquiera conocen a ciencia cierta cuales son los problemas de la comunidad.
Cuando las personas de la propia comunidad se interesan en la resolución de sus problemas, el resto no se siente señalado o criticado apuntó la activista: “No fueron las autoridades las que quisieron resolver el mundo, fueron las personas, las familias las que vieron que estaban viviendo muy mal por la agresividad que no sabían cómo parar”
En México, donde la híper-violencia está tan consolidada, el buscar la paz crea conflicto y por ello los activistas y periodistas son los más perseguidos lamentó Casas Soberón: “Cuando te pones en pie de paz vas a sufrir muchos atentados a tu integridad y tu imagen pública, porque la paz en un lugar violento crea conflicto”.
Igualmente, comentó la autora, es necesario que se deje de señalar a los miembros de la sociedad que le han fallado e incluirlos en la medida de lo posible en la resolución de los problemas comunitarios de los que ellos han sido parte, “Mucha gente que ha ejercido la violencia intrínsecamente se siente fuera del movimiento por la paz y creen que no son merecedores de ella y la atacan”.
En México, afirmó Casas Soberón, está roto el tejido social debido a las desigualdades que se gestaron desde hace muchas generaciones, pero confrontar sólo a los grupos delincuenciales o violentos no es la solución por lo que Berliner confirmó que como ocurrió en Colombia, en México se podría otorgar amnistía a los delincuentes, ya que el primer paso es comenzar un diálogo por la paz con todas las partes, incluyendo a quienes ejercen la violencia.
Lo anterior, apuntó el danés, no quiere decir que las instituciones, ni la sociedad, acepten lo malo que sucede, sino que simplemente se entablen diálogos pues ni siquiera quienes ejercen la violencia gustan de vivir mal.
En Aguascalientes, sugirió Berliner, se puede comenzar con un espacio para la paz seleccionando un área o barrio a la cual el gobierno podría invertir suficiente dinero en los proyectos que los propios habitantes sugieran dado que conocen sus carencias, como escuelas, centros de arte o deportivos con lo que en poco tiempo se verían disminuidos los índices de violencia, de criminalidad, el aumento de la escolaridad y proyectos culturales.
Esta propuesta, comentó Casas Soberón, ya se ha hecho a diferentes administraciones municipales, sin embargo, estas se han rehusado debido a que consideran inviable aportar una gran cantidad de recursos a una sola comunidad o barrio, “Por lo que fuera, se pensó que eso sería injusto porque ¿Cómo no le vas a dar a todas? Pero al final son tantos habitantes, que todos los esfuerzos que se hagan van a impactar individuos no comunidades”.