Hace seis años voté por Andrés. Eso no es un secreto, tampoco es algo por lo que sienta alguna clase de arrepentimiento. Hace seis años voté por Andrés y lo hice por algo parecido a la convicción. No sé si el lector recuerde la época con tanta claridad como su servidor, permítame ayudarle a la memoria.
Corría el año de 2010. El entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, era la sensación de las revistas del corazón. La historia de amor, digna de telenovela, que construyó junto con Angélica Rivera había acaparado la agenda pública y la prensa (tanto rosa como política).
Quienes construyeron el proyecto Peña Nieto lo estaban logrando, Enrique era el hombre del momento. En noviembre de 2010, en un evento público y naturalmente cubierto por todos los medios de comunicación, Peña Nieto y Angélica Rivera se casaron. La boda no fue faraónica, pero tampoco modesta. Con un vestido diseñado por Macario Jiménez, Angélica bailó su primera pieza como esposa de Enrique, una canción del grupo Camila.
La comida fue de cuatro tiempos: terrina de foie gras con espárragos y jamón de jabugo, tártara de atún con ensalada tropical, sopa de hongo porcini con castañas, filete de res importado au jus con chanterelle y glacé de tintos, puré de papas y su chip, tomate deshidratado con ejotes baby. El postre, pay cremoso de limón verde y chocolate, acompañado de café y variedad de tés. Una boda memorable y pública, tan pública como un acto de campaña. Un acto de campaña que posicionó a Enrique en el tope de las encuestas. Así fue desde entonces. No dejo de ser así hasta el día de la elección.
Cosas extrañas tiene la vida, en aquel entonces quienes no queríamos que el PRI ganara las elecciones, sosteníamos que todas esas encuestas estaban pagadas para darle ventaja a Peña Nieto; hoy, los seguidores de Andrés Manuel consideran estas mismas encuestas prácticamente proféticas. Claro, hoy Andrés va ganando en todas las encuestas. Entonces ahora sí tienen razón.
Sigamos. Para inicios del año 2012, la fiebre del PRI parecía no tener quien le plantara cara. Televisa, el PRI, la Mafia del Poder y todos los demás enemigos de nosotros los ingenuos que creíamos en un mejor país, tenían candidato: Enrique Peña Nieto. El propio presidente de la República (y quienes estuvimos en aquellos lares lo advertimos) lo tenía como preferido para la sucesión. El PAN, desgastado después de una contienda interna en donde el sagaz abogado Santiago Creel fue (otra vez) descartado como candidato a la presidencia, había designado a Josefina Vázquez Mota como su candidata. Se dice que el presidente Calderón le dijo claramente su encomienda a Josefina: quitarle votos a Andrés. ¿Pasó? No lo sé, pero si me preguntan si en aquel entonces vi a la campaña de Josefina con la intención de ganar, diría que no. Total, para quienes votábamos por primera vez no había ilusión por salir a las urnas.
Pero ahí estaba López Obrador, la resistencia.
Andrés era todo lo contrario a lo que representaban Peña y la “Mafia”. Recuerdo a Andrés decir frases del tamaño de las siguientes: “Tendré autoridad moral para encabezar un gobierno austero y combatir con libertad y firmeza la corrupción”, “Yo no lucho por la ambición al poder, mi lucha es por ideales y por principios. No me ata ningún interés creado”, “Quienes me difaman, calumnian y acusan, son los que se creen amos y señores de México”, “Unos cuantos se adueñaron de la nación, no queda más que derrotar a la oligarquía, por la vía pacífica y electoral, para lograr el renacimiento de México”, “No más injusticias, no más saqueos, no más sufrimiento para nuestro pueblo” y la emblemática “vamos a rescatar a México, como se pueda, con lo que se pueda y hasta donde se pueda”.
Sí, había oposición a la corrupción y a la mafia y su nombre era Andrés Manuel López Obrador.
Llegó el día de la elección, ganó Enrique. Surgió uno de los movimientos sociales más grandes que este país recuerde #YoSoy132. Los jóvenes marcharon en contra del restablecimiento del régimen priista. Luego se cansaron de marchar. Llegó la desesperanza, la resignación.
Desde entonces a la fecha muchas cosas han cambiado, Andrés es quien ha cambiado más.
Andrés representaba la política hecha desde el intelecto, era el caudillo “anti-televisa”. Hoy tiene a un ex jugador del PRI del futbol (el América) como candidato a gobernador (¡a Gobernador!) de un estado.
Andrés Manuel representaba el ideal de que una forma de hacer política basada en las convicciones era posible. Hoy Andrés no tiene un ápice de convicciones: ¿eres liberal? Viva Juárez; ¿eres conservador? Hagamos una Constitución Moral; ¿estás indignado? Echaré atrás las reformas; ¿te da miedo? Las reformas seguirán; ¿estás en contra de la mafia? Combatiré la corrupción; ¿eres parte de la mafia o del crimen organizado? Te daré amnistía y candidaturas. Pragmatismo electoral, al más puro estilo de la chimoltrufia, como dice una cosa dice otra.
Andrés representaba la oposición a la mafia del poder. La confrontaba sin miedo, con ahínco, con valentía. Hoy, como si se arrodillara ante ella, la ha sumado a sus filas, le ha dado puestos en su partido, le ha dado candidaturas de mayoría y plurinominales. ¿Alguien díganos qué pasó? Napoleón Gómez Urrutia, Cuauhtémoc Blanco, Gabriela Cuevas, Elba Esther Gordillo. Si me hubieran dicho esto el 2012, jamás lo hubiera creído.
Hubo un tiempo en el que lo que Andrés decía, lo que Andrés hacía y lo que Andrés decía que hacía, eran la misma cosa. Ese es tiempo que no ha de volver. El movimiento de Andrés Manuel se convirtió en todo aquello que juró destruir, justo cuando el país necesita quien plante cara a los farsantes, justo ahora que resulta que Sedatu desvió 1,700 millones de pesos, que Sedesol gastó de forma discrecional 3 mil millones de pesos, que los Gobernadores no saben cómo explicar en que se gastaron 180 mil millones de pesos en observaciones, que la PGR investiga a Anaya por triangulación de recursos para la compra de bienes inmuebles, justo ahora que siguen saqueando al país, Andrés se volvió uno con ellos.
No se puede aspirar a ganar elecciones, dejando trozos de dignidad en el camino. Mueres siendo un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en villano ¿será?
No lo sé, lo que sé es que a quienes nos toca plantarles cara a los farsantes es a nosotros, desde la sociedad civil. El mesías ha muerto, el emperador va desnudo. La lucha por una democracia sana, por gobiernos transparentes, por la transformación de fondo que necesita el país nos corresponde ahora solamente a nosotros. Con, sin y a pesar de Andrés.