Tengo una playera estampada con Frank Underwood, con un diseño similar al retrato de Barack Obama con la leyenda Hope, realizado por Shepard Fairey, bajo el rostro del protagonista de House of cards dice: Power. Hace mucho tiempo que no la uso, a pesar de que me gusta la prenda, no quisiera provocar a nadie, ni entrar en una discusión porque me atrevo a portar en el pecho a Kevin Spacey, con la playera me pasa lo mismo que con las redes sociales, prefiero reservarme antes de entrar en una discusión que siempre es sobre otra cosa.
Kevin Spacey es el intérprete de varios personajes que forman parte de mi educación sentimental e intelectual, como el presidente norteamericano en Elvis & Nixon; Verbal Kint en The usual suspects; John Doe en Seven; Jack Vincennes en L.A. Confidential; Lester Burnham en American Beauty; el protagonista de La vida de David Gale; Jim Williams en Medianoche en el jardín del bien y del mal; su brillante participación en Looking for Richard, de Al Pacino; y, por supuesto, Frank Underwood, a pesar de que en las últimas temporadas la serie había perdido potencia, mi interés en la actuación de Spacey me hacía regresar a ella y verla. Netflix ha decidido cortar relaciones con el actor, ya no aparecerá en House of cards, además, decidió no lanzar la biopic Gore, película de Michael Hoffman que ya estaba en postproducción, la compañía de entretenimiento vía streaming basó su decisión en la multiplicación de acusaciones de abusos sexuales contra jovencitos, entre ellas un supuesto intento de violación a un adolescente de 14 años hace treinta años.
La respuesta de Kevin Spacey fue dolorosa (vía Twitter, @kevinspacey ) es su último tuit, en relación con las acusaciones de Anthony Rapp, dijo no recordar el hecho, explicó que si había sucedido pudo ser producto de “una terriblemente inapropiada conducta alcoholizada”, lo peor es que antes de disculparse como aconsejan los protocolos, intentó desviar la atención hacia otro asunto: “Como mis más allegados saben, en mi vida he tenido relaciones tanto con hombres como con mujeres. He amado y he tenido encuentros románticos con hombres a lo largo de mi vida, y ahora elijo vivir como un hombre gay.”
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Hasta entonces, finales de octubre de 2017, sólo se sabía de la historia de Anthony Rapp, para diciembre las acusaciones se multiplicaron, incluso se difundió que la policía británica tiene abiertas dos investigación que involucran a Kevin Spacey, una por acoso ocurrida en 2008 y otra por una supuesta agresión en 2005, a lo que se sumaron 20 testimonios de trabajadores del teatro Old Vic, quienes acusaron de comportamiento inapropiado al actor. “No existe la justicia. Solo partes satisfechas”, es una frase de Frank Underwood, no sé si quienes acusaron a Spacey estén satisfechos, tengo claro que el daño a su reputación y carrera está hecho, que ya nadie espera el resultado de las investigaciones, es culpable porque así lo ha decidido el tribunal mediático, la gran corte de internet, incluso se le compara con Harvey Weinstein, el productor que enfrenta más de 80 acusaciones por acoso sexual.
¿Es Kevin Spacey igual a Harvey Weinstein? Yo creo que no, y es sólo eso: una creencia, esperaría los resultados de las investigaciones para poder indicar si es un depredador, porque hasta ahora, lo que he leído y visto, reflejan la conducta culposa de un hombre incapaz de controlar su impulso sexual, alguien que cuando se alcoholiza suele tener avances majaderos, que cuando los descubre intenta componer torpemente, como al barman al que le dio un reloj de 5 mil libras tras haberle mostrado el pene y decirle que lo tenía grande. Daniel Beal dijo que tras conocer las acusaciones contra Spacey se dio cuenta que el actor había tratado de comprar su silencio, que por eso reveló siete años después algo que ocurrió en 2010, esta gravísima acusación se replica en casi todas las notas que hablan sobre la conducta desviada del actor, lo que no todas replican es que el barman vendió el reloj IWC Portofino al día siguiente y obtuvo 3 mil 200 libras por él, a pesar de que sus amigos le aconsejaron que se lo quedara, cosa que no hizo porque se sentía “sucio” usándolo, una fotografía de Daniel Beal lo muestra con el reloj en la muñeca izquierda, alzándolo hacia la cámara, en la sonrisa del barman no encuentro evidencia alguna de incomodidad.
No conozco todos los alegatos en contra de Kevin Spacey, pero los que he leído se relacionan con hombres que lo rechazan porque el actor les toca la entrepierna o los muslos, los abraza, les promete tener mejor sexo que con sus novias, y ellos se sienten mal, incómodos… De nuevo, tendría que esperar el resultado de las investigaciones de los casos en que le imputan acoso sexual contra menores, pero hasta ahora, el acusado me parece un miserable desorientado, incapaz de un coqueteo efectivo. Kevin Spacey no es Harvey Weinstein, Frank Underwood sí lo es.
“Como un gran hombre dijo alguna vez: todo es acerca del sexo. Excepto el sexo. El sexo es acerca del poder” es una frase de Frank Underwood, a eso creo que se refiere la playera que mencioné, donde se cambia el Hope de Obama por el Power del personaje de Spacey, al ejercicio violento, abusivo, desde una posición de poder; cada quién sabrá las razones por las que viste una prenda, desde el simple me gusta hasta porque así se hace una declaración pública acerca de lo que se cree, como identificar a alguien con su equipo deportivo, su caricatura favorita, su preferencia política… Ya no uso la playera estampada con el rostro de Kevin Spacey para no provocar que alguien se ofenda por no entender el sarcasmo que para mí implica la imagen, ¿qué tal que alguien cree que apoyo el comportamiento de hombres como Frank Underwood?, ¿estoy dispuesto a pagar las consecuencias de lo que el otro me impute por el simple hecho de vestir una playera?
Por eso creo que tenemos que hablar de Kevin, porque sigo defendiendo mi derecho a apasionarme con un personaje como Ricardo III aunque sea un villano sangriento, deforme, consciente de su vileza y que se ufana de ella, ¿si me pusiera una playera con una imagen de Spacey interpretando al Duque de Gloucester quiere decir que apoyo las bajezas del personaje shakesperiano, la torpeza para el ligue del actor estadounidense? Suena simplísimo, así lo es, ya no hablamos ni leemos, sentenciamos, cada vez más acostumbrados a la brevedad de Twitter o a la reducción llamativa de Facebook, hemos perdido la capacidad de desarrollar argumentos en torno a una idea, a cambio de ganar en opiniones imbatibles.
Aunque Netflix no ha quitado de su catálogo las películas y series en que aparece Kevin Spacey, no veremos su interpretación de Gore Vidal, tampoco actuará como J. Paul Getty en All the Money in the World, de Ridley Scott, pues ya fue reemplazado por Christopher Plummer, cuando Spacey salga de The Meadows, la clínica de rehabilitación donde trata su adicción al sexo, es casi seguro que no le ofrecerán trabajo en mucho tiempo, porque más allá de si resulta efectivo el tratamiento al que se somete, para muchos es y seguirá siendo un agresor machista. Y de eso, no podemos, no sabemos hablar.
Tras el manifiesto publicado en Le Monde, firmado por 100 mujeres, que muchos presentaron como una proclama contra el movimiento #MeToo, me queda claro que el puritanismo sí ha sabido aprovechar nuestro desconcierto e incapacidad de glosar, para polarizar las opiniones y llevar a otro lado la discusión. No importa que sea explícito el deseo de las mujeres que firmaron ese documento de contrarrestar la ola puritana, lo que vamos a poner sobre la mesa serán nuestras opiniones sintetizadas que nos coloquen del lado de los “buenos”.
El manifiesto establece en su primer párrafo “La violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un crimen, ni la galantería es una agresión machista”, enseguida señala que es una “característica del puritanismo tomar prestado, en nombre de un llamado bien general, los argumentos de la protección de las mujeres y su emancipación para vincularlas a un estado de víctimas eternas, pobres pequeñas cosas bajo la influencia de demoníacos machistas, como en los tiempos de la brujería”; luego indica que “#MeToo ha provocado en la prensa y en las redes sociales una campaña de denuncias públicas de personas que, sin tener la oportunidad de responder o defenderse, fueron puestas exactamente en el mismo nivel que los delincuentes sexuales”, apunta claramente que los responsables son la prensa y las redes sociales, a esa “fiebre” se refiere cuando observa que el deseo de castigar “lejos de ayudar a las mujeres a empoderarse, en realidad sirve a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, los extremistas religiosos, los peores reaccionarios y los que creen -en nombre de una concepción sustancial de la moralidad buena y victoriana- que las mujeres son seres ‘separados´’, niñas con una cara de adulto, que exigen protección”.
Sigue con una lista de los avances de la ola purificadora, de esos puritanos, no de #MeToo: “censuramos un desnudo de Egon Schiele en un póster; pedimos la eliminación de una pintura de Balthus de un museo con el argumento de que sería una apología de la pedofilia; en la confusión del hombre y la obra, pedimos la prohibición de la retrospectiva de Roman Polanski en la Cinémathèque (Cinemateca Francesa) y obtenemos la postergación de la muestra dedicada a Jean-Claude Brisseau. Una académica considera que la película de Michelangelo Antonioni Blow-Up es ‘misógina’ e ‘inaceptable’. A la luz de este revisionismo, ni John Ford (La prisionera del desierto) ni incluso Nicolas Poussin (El rapto de las sabinas) quedan a salvo”.
¿Hemos discutido esto? No, por eso creo que no podremos hablar de Kevin Spacey, en México, se ha reducido el manifiesto a la prueba de ácido para definir si se es o no feminista, a la denostación o defensa de Marta Lamas, incluso la solicitud de hallar matices que permitan la discusión se transforma en insensibilidad machista. La prensa no ha ayudado mucho, el lunes Catherine Deneuve publicó una carta en Libération en la que aclaraba su posicionamiento tras las declaraciones de otras firmantes del manifiesto, en especial de Brigitte Lahaie, quien en un debate en la televisión francesa dijo que las mujeres podían “tener un orgasmo durante una violación”, el deslinde de la actriz fue presentado por la mayoría de los medios mexicanos como “una disculpa por el manifiesto sobre el acoso sexual”, y no es tal:
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Inicia Deneuve: “Efectivamente, publiqué la petición titulada ‘Defendemos la libertad…’ que ha provocado numerosas reacciones que necesitan algunas precisiones. Sí, amo la libertad. No me gusta esa característica de nuestra época que permite a cualquiera juzgar, arbitrar y condenar. Una época que una mera denuncia, en las redes sociales, engendra el castigo, la dimisión y, en ocasiones, incluso el linchamiento mediático. Un actor puede ser borrado de una película, el director de una gran institución neoyorquina puede estar forzado a dimitir, como consecuencia de unas manos que puso en unos muslos hace treinta años. No excuso a nadie. No juzgo la culpabilidad de esos hombres. No estoy calificada. Pocos están calificados para juzgar. Pero, efectivamente, no me gustan esos comportamientos de manada, demasiado frecuentes, hoy”.
La supuesta disculpa de Catherine Deneuve es el cierre de la carta: “Soy una mujer libre. Y seguiré siéndolo. Saludo fraternalmente a todas las víctimas de actos odiosos que pudieron sentirse ofendidas por nuestro publicado en Le Monde. A todas ellas presento mis excusas”, la presentación de la carta en los medios, a esa supuesta disculpa, se le han quitado todos los matices. Seguramente quienes editan las notas no les parecen atractivas las precisiones, no funcionan como leña para el efímero, lamentable y poco productivo “debate” entre feministas buenas y malas. De hecho, se hace de lado una de las partes centrales de la carta, la que clarifica el problema de fondo: “Firmé nuestra petición por una razón esencial, a mi modo de ver: los peligros que se ciernen sobre las artes, la creación. ¿Vamos a quemar a Sade en la edición de la Pléiade? ¿Vamos a denunciar a Leonardo da Vinci como artista pedófilo y destruir sus obras? ¿Vamos a descolgar a Gauguin de nuestros museos, o destruir los dibujos de Egon Schiele? ¿Vamos a prohibir los discos de Phil Spector? Ese clima de censura me deja muda y me inquieta por el futuro de nuestras sociedades”.
A mí también me inquieta ese clima, la pérdida de matices, nuestra incapacidad de síntesis, cómo se enarbola la descalificación antes que las ideas, que podríamos hablar de Kevin Spacey, de la censura, pero antes de enfrentar un problema complejo, preferimos borrar a los incómodos de las fotografías, no verlos más.
Coda. El dvd de Batman Lego tiene escenas adicionales a la película original, no están dobladas al español, así que mi hijo me pide que le traduzca leyendo los subtítulos y haciendo las voces. Mi hijo aún no sabe leer, pero confía más en que lea lo que aparece en la pantalla que en mi traducción de oídas. Esta costumbre la ha trasladado a otros ámbitos, en la calle me pide que lea lo que anuncian algunos letreros, incluso los mensajes de algunas playeras llamativas con las que topamos, hace poco me pidió que le tradujera la leyenda en la playera de un muchacho: What the fuck have you done? Le contesté que hablaba de un actor que le gusta mucho a papá y del que ya nadie quiere hablar.
@aldan
Excelente reflexión, Edilberto. Coincido plena mente con tus planteamiento.
Muchas gracias Gustavo, un abrazo