El fundamento de la política económica y, en general, de toda ciencia social es evidentemente la psicología. Llegará un día en el que tendremos la habilidad de deducir las leyes de las ciencias sociales de los principios de la psicología.
Vilfredo Pareto, 1906. Citado por Richard Thaler en Misbehaving. (La traducción al español es mía)
En sintonía con el espíritu optimista propio de estas fechas, inicio este año de 2018 con unas cuantas consideraciones sobre ciertos conceptos que parecen alentadores y no dejan de ser interesantes, al menos desde mi perspectiva, en materia de Economía. Los conceptos a que me refiero se deben al economista norteamericano Richard Thaler, quien enseña e investiga en la Universidad de Chicago. Como es del conocimiento público, el año pasado se le otorgó el premio que el Banco Nacional de Suecia concede en memoria de Alfred Nobel y que para abreviar suele llamarse El Nobel de Economía. Thaler, con su trabajo académico, ha contribuido a consolidar una nueva visión de la ciencia económica llamada Economía del Comportamiento o Economía Conductual. Además, una característica atractiva de sus textos es que escribe en un tono coloquial y amable, mucho más inteligible que el estilo impersonal y neutro de un buen número de publicaciones en economía tradicional.
Esta naciente disciplina de la economía conductual sostiene que las decisiones de los agentes económicos deben explicarse como realmente ocurren en el mundo empírico y no por intermedio de las abstracciones teóricas que emplea la economía convencional. Señala, asimismo, que buen número de esas decisiones no se ajusta a los principios de racionalidad postulados por la corriente principal de la economía. Y añade que incentivos en apariencia insignificantes pueden dar lugar a grandes efectos en el comportamiento de las personas frente a decisiones en materia económica.
Por lo tanto, desde el punto de vista de esta nueva concepción, los modelos abstractos de la teoría convencional no son suficientes para explicar la conducta de los agentes económicos. El super racional Homo Economicus, considerado en las versiones actuales de la economía, no es una representación siempre válida del hombre real que toma decisiones sobre asuntos económicos en el mundo empírico. Los resultados obtenidos hasta ahora en la nueva disciplina, que incluyen un amplio contenido psicológico, no dejan de ser sugestivos, ya que en las decisiones de naturaleza económica no somos tan racionales como se suponía.
Además, resulta, de la nueva visión que propone Thaler, un hecho singular. Como ya se dijo, cambios drásticos en una cierta decisión pueden obedecer a causas poco significativas; es decir: pequeñas causas pueden dar lugar a grandes efectos. En atención a esa orientación de su trabajo, uno de sus libros se titula Nudget, término que se ha traducido al español como Un pequeño empujón. En esta obra se sostiene la idea de un paternalismo no autoritario orientado a mejorar la calidad de la vida cotidiana. (Me intriga lo que podrán pensar los neoliberales radicales acerca de esta propuesta).
En suma: explicación basada en evidencia empírica más que abstracción teórica formal, racionalidad imperfecta o cuasi racionalidad en la toma de decisiones y pequeñas causas que producen grandes efectos son elementos que se articulan en la estructura básica de la economía conductual.
Paso ahora a comentar algunas ideas más específicas, a las cuales añadiré mis propios puntos de vista. Para iniciar, tomemos la primera historia que incluye en su obra Misbehaving (Comportamiento inadecuado es la traducción que me ha parecido correcta en español). Ese relato se refiere a sus años iniciales como profesor de economía. Cuenta que, en uno de sus exámenes, de las 100 preguntas que incluyó, sus alumnos respondieron correctamente 70; la calificación promedio del grupo fue, por consiguiente, de 70 puntos de 100 posibles. Thaler informó a sus alumnos de ese resultado; a los estudiantes les desagrado y se manifestaron hostiles con él. Después de pensar en el asunto, con el propósito de mejorar su imagen ante sus discípulos, pero sin ceder en el rigor de su enseñanza, en el siguiente examen incluyó 137 preguntas. Los estudiantes resolvieron correctamente 96 de ellas y ese 96 fue entonces la calificación promedio del grupo. Los alumnos cambiaron de actitud y expresaron su satisfacción y agrado con esos resultados. Ninguno se percató de que 96 aciertos en 137 preguntas es el mismo 70% de resultados correctos obtenido en el examen anterior.
La situación con sus alumnos parece haberle sugerido una pista para nuevas investigaciones. Propuso, en otro experimento, el siguiente planteamiento: informar a un grupo de personas que podrían haber contraído una enfermedad incurable con un riesgo de uno en mil. Se les informaba también de la existencia de una sola dosis de la vacuna que evitaría el contagio. Se les pedía entonces que participaran en una subasta para adquirir ese medicamento. La suma máxima ofrecida, una vez terminado ese proceso, fue de 2 mil Dólares.
Se repitió el experimento, pero ahora se informaba a los participantes sobre un grupo médico que trabajaba con algunos virus y solicitaban voluntarios para hacer sus pruebas. El riesgo de que alguien pudiera contagiarse y morir era igual al caso anterior: uno en mil, pero ahora no había vacuna. Aquí, la pregunta fue: ¿cuánto pediría cada persona al grupo médico por participar en el experimento? La respuesta de los participantes convergía hacia los 500 mil dólares.
El resultado de estas pruebas muestra que el mismo riesgo se valora de manera distinta según sea el planteamiento con que se presenta a quienes deben decidir acerca de aceptarlo o no. De ese resultado se desprende una enseñanza: el contexto en que se enmarca un mismo acontecimiento influye en las secuelas que pueden tener lugar en el ámbito que ese contexto delimita; contextos diferentes producen resultados diferentes.
En otra de sus investigaciones, Thaler, con base en resultados de Daniel Kahneman (también Nobel de Economía), postula una idea contra-intuitiva acerca del efecto de las pérdidas económicas. Sostiene que éstas se valoran mucho más que el efecto de las ganancias. Si se tuviese un valor esperado de pérdida, para compensarlo se necesitaría más o menos un valor esperado del doble de ganancia. Es decir, dada la misma probabilidad de ganar o perder, se requiere duplicar el valor del beneficio para que sea comparable con la pérdida.
Otras ideas de este autor tienen que ver con aspectos que serían relevantes en materia de políticas públicas. Menciona el caso de las vidas identificables y las vidas estadísticas. Nos dice que si, por ejemplo, se pide ayuda para evitar la muerte de alguien con un nombre, con una familia en una localidad conocida, la gente contribuirá favorablemente. Si se pide una aportación para evitar el cierre de un hospital que cada año salva alrededor de 500 vidas de personas de las que no se sabe su nombre, sin una familia conocida, sin elementos de identificación y que son solamente una cifra, la respuesta de la comunidad será menos decidida. Las vidas estadísticas, como las llama Thaler, no motivan a la comunidad con la misma intensidad que las vidas que sí son identificables.
Un concepto más que llama la atención en este ámbito de las políticas públicas es el principio que podría llamarse de la preferencia por la facilidad. No importa que tan bien organizado y correcto sea el planteamiento de una operación económica o un trámite gubernamental. Si hay otra forma de proceder, que conduzca al mismo resultado, pero que sea más fácil, ésta última será preferida, aunque no se ajuste a las normas vigentes. La persistencia de la reventa de boletos para los espectáculos muy demandados puede ser un caso ilustrativo. Un número considerable de personas compra y vende en esta modalidad a precios más altos que los autorizados, y con riesgo de una sanción, por el simple hecho de que es más fácil proceder así. Algunas formas de corrupción podrían explicarse por el mismo principio.
Una idea adicional: los costos hundidos. Cuando alguien invierte una suma considerable de dinero para dedicarse a una actividad y en el curso de ejercerla cae en cuenta de que no obtendrá los resultados previstos, tenderá a mantener su decisión original y continuará con ella sin atender a las consecuencias perjudiciales que su actitud pudiera acarrearle.
El jugador de tenis que paga una alta cuota por un año en un club exclusivo para poder jugar tres días a la semana y empieza a dolerle el codo al mes de iniciar sus juegos, ilustra este concepto. El tenista propenderá a seguir jugando, a pesar de los riesgos para su brazo, en virtud de que la cuota del club ya está pagada y no podrá recuperarla.
En el caso de los costos hundidos no solo importa el dinero; a veces el costo se mide en tiempo dedicado a alguna actividad o en esfuerzo empleado en una cierta tarea. Quien ha mantenido durante largos periodos una cierta idea se resistirá a cambiarla, aunque se le muestren evidencias de que sus creencias ya no son válidas. Thomas Kuhn trata con lucidez este asunto en su libro sobre las revoluciones científicas y los cambios de paradigma.
Preguntémonos ahora: ¿Qué valor pueden tener estas reflexiones de apariencia tan simple? Ofrezco una posible respuesta: Los resultados obtenidos por Thaler y sus colaboradores ponen en duda una buena parte de los supuestos o axiomas de la economía tradicional. Razonar con base en esos postulados conduce a la aceptación de la racionalidad perfecta en decisiones sobre asuntos económicos; es decir, se torna lógicamente necesario que los agentes económicos actúan, en numerosas situaciones en las que participan, orientados por la idea central de maximizar sus beneficios. Pero los experimentos de Thaler muestran que no es necesariamente así, y nos invita a reflexionar sobre el siguiente escenario: imaginen a un alto funcionario gubernamental que ha incorporado en su mente el modelo de la economía tradicional. Es claro que, bajo el supuesto de que su imagen mental de la realidad económica es correcta, puede tomar decisiones que no respondan a las auténticas expectativas de la sociedad a la que debe servir. Decisiones fundadas en supuestos incorrectos acerca del comportamiento de los agentes económicos pueden dar lugar a daños económicos severos. La crisis del 2008 es quizá un caso ilustrativo de decisiones fundadas en expectativas erróneas acerca del funcionamiento de los mercados financieros.
Ahora, a manera de ejemplo elemental de uso de las ideas de la economía del comportamiento en la organización de un servicio para una comunidad de personas, considérese una modificación en el pago de las pensiones del Issste o del IMSS. Como saben los pensionados y jubilados de esos organismos, los pagos son mensuales. Si fuesen quincenales, no obstante que se trataría de la misma suma, la comunidad de personas que recibe ese servicio apreciaría, favorablemente, el cambio. La preferencia por pagos más frecuentes, aunque se trate de la misma cantidad, ha sido también constatada en los trabajos de Thaler.
Incluyo ahora una reflexión propia. El asunto de las pequeñas causas y los grandes efectos es algo que hay que considerar con cuidado. Un par de ejemplos tomados de otras disciplinas apoyan la recomendación anterior. Como es sabido, durante siglos se tomó la Geometría de Euclides como el modelo perfecto del pensamiento riguroso. No obstante, Nikolai Lobachevsky en Rusia, Janos Bolyai en Hungria y Bernhard Riemann en Alemania, en las inmediaciones del siglo XIX, demostraron que cambiar uno de los postulados o axiomas de la geometría de Euclides permitía construir geometrías distintas y fecundas en nuevos conceptos. Esas nuevas geometrías, a pesar de los distintos contenidos conceptuales que ofrecen, son tan consistentes como la euclidiana desde el punto de vista lógico. Éste es un caso ilustrativo de cómo un pequeño cambio en un cuerpo de conocimientos que se suponía perfecto ha dado lugar a una amplísima extensión de nuevas ideas en la materia. La geometría de Riemann, no la de Euclides, es en la que se soporta la teoría general de la relatividad de Einstein, una de las teorías científicas más reputada de la física contemporánea.
La teoría de las catástrofes, la teoría del caos, los fractales, las ideas algorítmicas de Stephen Wolfram apoyan la misma relación entre causas y efectos. Una observación, que acaso resume el hecho de que, en ciertos casos, las pequeñas causas producen grandes efectos se atribuye al meteorólogo Edward Lorenz quien apuntó: el vuelo de una mariposa en Brasil puede ser la causa que desencadene un tornado en Texas.
A la luz de las consideraciones formuladas hasta aquí, las preguntas cruciales podrían ser éstas: las ideas y resultados de la economía del comportamiento ¿transformarán de modo sustancial la teoría económica sostenida por la corriente principal en la materia? ¿Las políticas públicas tomarán en cuenta los resultados y las orientaciones de la economía conductual? En Inglaterra parece ser que están tomando en serio estas nuevas ideas.
Termino con una observación atribuida a Bertrand Russell: los humanos estamos bien dotados para entender las ideas de dificultad media, dice el eminente pensador inglés; las muy simples o las muy complejas se nos escapan, agrega. ¿Se nos escaparán las simples ideas que hemos comentado en este escrito?