La experta en psicología dice que el 90 por ciento de los hombres son infieles. Realidad o simple cálculo, la cifra no es descabellada. Si aunado a ello consideramos que las películas, las telenovelas, las series televisivas cuentan relatos de infidelidad; claro, como muchos otros relatos, habrá quien diga, sin duda algún atisbo nos dirá de ello. Lo cierto es que la infidelidad en los productos culturales atañe también la capitalización de las conductas de los seres humanos. La línea entre la realidad y la ficción se rebasa en muchos casos, y vale cuestionar si lo que se muestra en las pantallas es solo un reflejo de la realidad, o también es un estimulante conductual dentro de la misma sociedad. Lo que es “común”, lo que “está permitido”, lo que “sucede” y que es propio de lo “masculino” en muchas culturas, y que ha sido imitado por algunas mujeres en la falacia de la libertad sexual sin cuestionar que en la misma práctica lo que se replica y perpetua es una forma más en que se manifiesta el machismo.
La infidelidad siempre ha existido, y difícil será encontrar una cultura o una época que esté exenta de ella. Tan solo en México “el 90 por ciento de hombres y el 70 por ciento de mujeres en matrimonio han sido infieles por lo menos una vez en su vida”, de acuerdo a un estudio de personas casadas realizado por el Instituto de Psiquiatría Ramón de la Fuente, “el no respetar la fidelidad a la pareja se da por diferentes factores: insatisfacción sexual, poco tiempo destinado a la pareja y pasar más tiempo en el trabajo, por falta de educación sexual e incluso por venganza”. El estudio habla de matrimonios, aunque las formas de unión se han transformado, así el Inegi desde hace varios años identificó “un aumento de la población que vive en unión libre, y en consecuencia, una disminución de la población casada”. El Inegi señala en su boletín Estadísticas a propósito del… 14 de febrero, matrimonios y divorcios en México “que la proporción de las personas que se unen consensualmente aumentó al doble, pasando de 8.3 a 16.4 por ciento; mientras que los matrimonios disminuyeron de 51.5 a 42.3 por ciento”. Y entonces hablar de infidelidad no confiere sólo relacionarlo con matrimonios sino también con personas que viven en unión libre e incluso con aquellas dentro de una relación “formal”.
Mad Men es una serie americana de televisión que muestra la vida americana de los años 60. En sus capítulos se contrasta no solo la vida de una gran ciudad (Nueva York) con los suburbios americanos, sino también los cambios sociales en los ámbitos de la libertad sexual de los cuales no está exento el adulterio. La serie muestra los estereotipos pero también las realidades de la propia estructura social; el hombre que va a trabajar a la ciudad mientras que la esposa cuida a los hijos, y un hombre al que se le confiere la libertad sexual; o las relaciones en el espacio laboral, particularmente el personaje de Joan Holloway, asistente y amante de su jefe Roger Sterling, uno de los directores de la empresa publicitaria.
Sin embargo también es cierto que en algunas culturas la infidelidad está arraigada a otros factores, delimitada en otros ámbitos y donde asume una forma particular. Diferentes sitios de páginas para citas han publicado sus propias encuestas con base en la información recabada directamente en sus portales, así Ashley Madison asegura que Tailandia, Dinamarca, Italia, Alemania, Noruega y España encabezan la lista de los países más infieles en el mundo. Por su parte, Second Love afirma que el 70% de sus usuarios en todo el mundo son hombres, y que “según estudios sociológicos realizados a nivel mundial el 78% de los hombres casados y el 70% de las mujeres casadas aseguró que tendría una relación extramatrimonial durante algún momento de su vida”. En dicha encuesta México ocupa el tercer lugar en Latinoamérica. Este último dato porcentual revela que las mujeres mexicanas están dentro de la media mundial de infieles, no así los hombres mexicanos quienes superan el promedio mundial. En un país como el nuestro con una amplia brecha digital no es necesario apostar a la participación en plataformas en línea. Las alternativas están a la vuelta de la esquina o del escritorio, al puro estilo Holloway- Sterling.
Desde la perspectiva cultural e histórica la infidelidad ha estado arraigada en México desde varios contextos, en parte sujeta a las transformaciones culturales derivadas de la llegada de los españoles a México. Más allá de una discusión genética, o del instinto, la infidelidad también ha sido promovida, perpetuada y arraigada desde la propia ideología machista en donde el hombre puede hacer lo que quiera, con quién quiera y como quiera, por el solo gusto, como si solo se tratara de darle un aventón a alguien en su coche. Y es que de acuerdo al texto de Marcos Cueva Perus, Machismo y ginecocracia: la familia mexicana y latinoamericana como forma mixta, “el hombre latinoamericano no puede parecerle contradictorio encontrarse al mismo tiempo en posiciones polarizadas: la esposa oficial y una o varias amantes […] esta polaridad se origina en las condiciones de la conquista y por cierto no tiene mucho que ver con el mito, muy difundido, del hombre conquistador blanco en una posición exclusivamente dominante y la mujer indígena únicamente sometida. En todo caso, no es más que una parte de la historia y existen estudios que apuntan en una dirección distinta: la de la mujer española como patrón dominante frente al hombre”*. Y es que para que exista la amante debe existir “la mujer”.
Y es que si bien el texto de Marcos Cueva habla de la esposa oficial podemos ampliar el término a la siempre mujer del hombre, madre de sus hijos, “la mujer que ‘domestica’ al macho, asegurando relaciones sociales tejidas a partir del ámbito doméstico y, si lo hay, de un apellido”*, es decir, la madre de los hijos que extiende la dinastía del hombre. A ella, a la mujer-madre, históricamente “el hombre español en América estaba llamado a garantizarle seguridad, disposición de servidumbre y buenas condiciones económicas, lo que se parece mucho a lo que hoy se llama peyorativamente “proveedor”; a esta mujer española legítima que, como puede verse, estaba lejos de ser desinteresada y buscaba adquirir prerrogativas” *. Y es que según Cuevas Perus, el antropólogo Esteva Fabregat “atribuye al vínculo con la mujer española la “regresión a la infancia” del macho de América; nostálgico por el terruño: la española es la seguridad psicológica ante el desarraigo”*. De ahí que la infidelidad sea incluso una alternativa del hombre para evitar ese desarraigo. Y es que según el mismo Fabregat el hombre en términos de honor está obligado a cumplirle a la dama, sin renunciar a la libertades personales y a la atracción sexual por “la libertad sexual de la india”*, por lo que “durante un buen tiempo lo que imperó fue el desenfreno y la relación con mujeres indias de las que se esperaba disponibilidad y acceso, pero sin el menor compromiso moral; actitud por lo demás frecuente en el modo del hombre latinoamericano de relacionarse con las cosas: disponer sin adquirir nunca un compromiso”*.
Para Fabregat “se explica entonces la reproducción del machismo pero sin que ello impida tener una mujer legítima con todas las apariencias sociales […]. La mujer india, por otro lado, se incorporó a las huestes de españoles como servidumbre y como concubina que lo acompañaba en una vida errante”*. En la actualidad la amante adquiere una función similar: la incondicional, la que cuida el espacio, la que está ahí, subordinada que no necesariamente adquiere bienes, pero si inmunidad y privilegios en retribución del acompañamiento de esa “vida errante”.
Cuevas Perus explica que el “machismo incluye evadir una sanción social para la situación descrita y, sobre todo, la sanción por la licencia del instinto. Se puede tener esposa y amantes al mismo tiempo, y todas tienen que aceptarlo porque es prerrogativa masculina y muestra de hombría”*, aunque la hombría también remite a la capacidad de salvar el honor según explica el autor. Así la infidelidad difícilmente será aceptada por el hombre pues rompe su honor y su hombría. Sin embargo en la actualidad el hombre se protege en la falacia de la equidad de acciones, de la proveeduría de libertades que pueda conferirle a la otra, a la esposa o a la amante en el juego de otorgar el consentimiento porque así también él cuida de su vulnerabilidad.
Y es que el machismo también busca exaltar la superioridad del hombre, por edad o por la misma condición de desigualdad social o laboral, por ello es común que sea más propicio en donde el superior sea un hombre y la amante esté en condición de subordinación. En el caso de las parejas del mismo sexo, o bien, en donde la acción de cortejo es emprendida por una mujer, la realidad es que en muchos casos las mismas relaciones de infidelidad connotan y denotan con las masculinidades y las feminidades establecidas en las estructuras sociales predominantes que permean a todos los individuos al asumir un rol desde las mismas prácticas.
Y es que la disposición del otro, del amante, aunque la mujer posmoderna se justifique en el derecho al placer propio, en la condición de amantes establece una posición de desiguales sustentada en las prácticas del machismo en la ausencia de límites que el hombre macho carece, ya sea porque su padre o en su casa tampoco no los tuvo, y por consiguiente está propenso a replicar. Y es que la mujer que se dice amante y que se convierte en amante soslaya que en la hipersexualización también se devela el vacío propio, por eso en el acto de la transgresión “la ausencia de límite, la disponibilidad absoluta, la inmortalización y la transgresión como forma de ‘sentirse grande’, porque ‘se ha podido’ sin que nadie dijera que ‘no se debía’”*. Además la amante permite al macho resaltar su capacidad fálica gracias a la disposición de hacerle el amor todos los días, y favorecer en él la satisfacción de su vanidad masculina en el orgasmo que ponga en relieve su potencia viril. Si bien el machismo se ha identificado más comúnmente con prácticas de violencia, celos extremos, o tomar la mujer como su propiedad, el macho amoroso discurre la falacia de la libertad entre ambos en aparente reconocimiento de la mujer ejerciendo su libertad sexual y placer, que sirve como recurso para la eventual supresión de compromisos. El macho amoroso es quien permite a esa mujer ser libre en la provisión de dádivas también desde su masculinidad, situando a la mujer en la dualidad y la ambivalencia, algo recurrente en la mujer latinoamericana que “…se aproxima con frecuencia a los dos elementos cruciales de dicha ginecocracia: la santidad del sacrificio femenino (la madre santa), y la “voluptuosa sensualidad”, que es a lo que remite el macho al que se le antoja la hembra cuando llega a cierta vulgaridad; la madre santa o la puta, como es sabido. Entre ambos extremos no hay cabida para la mujer ni la femineidad, que no se reduce a lo maternal; lo hierático de lo maternal juega contra esa femineidad”*.
La realidad es que la mujer está condicionada a los dos extremos, ambos atribuidos desde el propio machismo, al juego que el mismo hombre la condicione, aunque algunas veces ella niegue la condición de amor romántico que lleva dentro. Enviar una imagen, un mensaje, una dedicatoria le confiere cierta legitimidad, pues “la amante tiene la aspiración de ser legítima y de recibir trato como tal, mientras que la mujer legítima es permisiva con las escapadas del esposo a cambio de que, al guardar las apariencias y evitar discordias”*.En una posible historia alterna para Mad Men, Holloway por lo pronto no quiere ser la legítima de Sterling, le gusta su papel de transgresora. Ella no pedirá una casa porque vive con su padre, no pensará en hijos porque ya los tiene, tampoco le pedirá ser su proveedor. Todo lo contrario, le dará lo que como macho necesita además de permitirle seguir alimentando el honor de su dama.
Impulsar la responsabilidad masculina así como también la concientización femenina de las prácticas amatorias, en donde incluso la infidelidad está dentro de la categoría de violencia psicológica (Asamblea General de las Naciones Unidas de 1979, y la Convención de Belem Do Para, 1994) es una responsabilidad de todos. Porque el instinto o la genética, o la libertad del cuerpo no son razones suficientes para seguir perpetuando las prácticas arraigadas en la cultura masculina. El respeto a nosotras mismas y la práctica de la sororidad que tanto resuena debe estar en una reflexión sincera y no discursiva, debe estar basada en el respeto a nosotras mismas y a las demás, así como en encontrar nuestro lugar, no desde la masculinidad sino desde un lugar propio y de equilibrio (ni santas ni putas). Pero si la amante sigue cediendo por un lado a su macho amoroso y conformándose además con 50 pesos de pensión del padre de sus hijos, muy poco se podrá hacer.
*Fuente: Cueva Perus, Marcos (2012). “Machismo y ginecocracia: La familia mexicana y latinoamericana como forma mixta” en. Intersticios Sociales El Colegio de Jalisco marzo-agosto, 2012 núm. 3