Vuelve el mejor del Toro (Guadalajara, 1964) con la ya aclamada y casi recién estrenada The Shape of Water (2017). Es decir, el mismo pero mejor. Ese que vimos en aquella terrorífica y ya lejana opera prima de culto: La Invención de Cronos (1993) o las fantásticas e inquietantes El Espinazo del Diablo (2001) y El Laberinto del Fauno (2006). Tal vez sea por eso que acaba de ganar el Globo de Oro al mejor director, premio ya recibido antes por esos otros dos directores mexicanos que nos demuestran que si se puede: Alfonso Cuarón por Gravity en 2013 e Iñárritu por The Reverend en 2015.
Una cuidada cinematografía y la habitual presencia de criaturas fantásticas forman parte de la nueva película del tapatío del Toro, que ya es favorita también para muchas nominaciones en los próximos Oscares, donde no es aventurado atribuirle desde ahora el de mejor Director o mejor guion.
En The Shape of Water, con un antecedente claramente anclado en El Monstruo de la Laguna Negra (1954), del Toro cuenta una historia que ahora sitúa en la década de los sesenta del siglo pasado, en un laboratorio secreto del gobierno norteamericano, en plena guerra fría entre las potencias atómicas (así es, la omnipresente trama rusa hasta en el cine fantástico).
Y con ese gran oficio que le caracteriza, del Toro inicia su narración hondo, bajo el agua, momento a partir el cual toda la película nos sumerge trepidantemente, sin respirar ni tomar aliento más que cuando del Toro así lo decide, apoderándose del espectador y enseñándole un mundo no tan fantástico, sino más bien bastante real, donde el poder, la intolerancia, la ira, el rencor o la soledad definen esta historia fantástica en más de un sentido.
Del Toro se basa para escribir sus propios guiones como éste, en películas viejas, cómics, arquetipos, mitos y su propia imaginación, para crear películas que parecen descubiertas y no hechas, de una factura personalísima por su audacia, color y forma.
“Me gusta hacer películas que sean liberadoras, que digan que está bien ser quien seas y parece que en estos tiempos esto resulta ser muy apropiado”; explicaba del Toro en una entrevista reciente. Además de una buena historia y una originalísima forma de contarla, Del Toro atina con el reparto actoral, especialmente con Michael Shannon (Strickland), quien termina siendo el verdadero monstruo de la cinta (caricatura al fin del perfecto villano: tan humano, tan estadunidense en su vida y costumbres, así como tan perfectamente plausible en su normalidad oscura y nefasta). En alguna entrevista contaba el propio Shannon: “sentí que la película podía tener cualidades que pudieran inspirar a las personas a ser más amables con el otro, lo que hace mucha falta en la actualidad”; “es una historia acerca de cómo merece la pena tener amor en tu vida a cualquier precio. En ocasiones, el amor requiere que te enfrentes a tus miedos o que hagas sacrificios, pero al final de cuentas vale la pena.”
Sabemos que aunque Del Toro participa exitosamente de la gran industria joligudense con películas tan desiguales como Hell Boy, Pacific Rim o La Cumbre Escarlata, no comparte la estética de los grandes éxitos masivos. Así que podríamos decir sin duda que es un humanista de a pie, con una simpatía natural y no impostada para con los menospreciados del mundo. La intolerancia y la mezquindad fluyen a través de cada momento del filme como una corriente subterránea, pero la amabilidad siempre es posible, al igual que la belleza. Por eso es que lo más notable y bienvenido de La Forma del Agua es su generosidad de espíritu, que se extiende más allá de la pareja central e irradia por toda la película.
Es así que una razón importante para ver y disfrutar el cine de este director mexicano ya universal de pleno derecho, es la fuerza expresiva de un cine personalísimo y de la viva imaginación de su colmado autor.
@efpasillas