Umbrales (sin anestesia) / Mar profundo - LJA Aguascalientes
21/11/2024

 

La señora no sabe cómo reaccionar cuando Klausner se acerca y dice: “Permítame anunciarle algo increíble. Usted acaba de cortar un ramo de flores con unas afiladas tijeras, y cada rosa que cortó ha emitido un grito espantoso. ¿Lo sabía, señora Saunders?”. La pobre mujer siente el impulso de gritar más fuerte aún que las flores.

“Detector de dolor” en Inventario de inventos (inventados) de Eduardo Berti.

 

Después de colocar una tira de algodón mojado a lo largo de mis dedos, Zulema introduce otra pequeña porción entre mi uña y la piel de mi dedo gordo en mi pie izquierdo. Hace los cortes necesarios en el resto de mis uñas y pule cada una de ellas mientras me explica lo dañino que son las uñas postizas, no sólo para la uña natural sino que también generan bacterias y son antihigiénicas. Antes de ir al meollo del asunto, mi presencia por la uña encarnada que hace apenas una semana descubrí, Zulema me pregunta si quiero que me anestesie. Digo que no, que mi umbral del dolor es alto, que esa es la razón por la cual apenas había solicitado una cita. Zulema duda de mi respuesta, me dice que en cuanto sienta el mínimo dolor se lo haga saber para entonces inyectarme. Entiendo que ve innecesario que mantenga el dolor si puedo hacer uso de la anestesia. Como experta en podología comienza el procedimiento. Primero no siento dolor, después es tolerable a modo que mi cerebro en ningún momento recibe algún estímulo para que quite mi pie de sus manos. Constantemente me pregunta cómo me siento y no percibo nada en mí que me pida detenerla. Solo en un momento cierro los ojos cuando no concibo cómo es que la espátula que parece ir más allá de la falange media de mi dedo sigue sin causarme el dolor que la podóloga esperaría. –Qué impresión, sin anestesia, dice.  Sin embargo, solo se genera un extraña sensación en mi al cuestionarme cómo es que pude, ante mis ojos, haber tolerado lo que mis ojos veían.

Afuera del edificio 56 en Ciudad Universitaria están dos jóvenes conversando. Eso parece a la distancia. Poco a poco se van acercando a mi vista al ritmo de mi paso para entonces descubrir las palabras de su conversación –Por qué me tratas así, dice ella. Yo no merezco que me trates de esta manera. Estoy cansada de tus cambios de humor y la forma en que me tratas. Prosigo mi camino. No es una conversación de mi incumbencia sin embargo es evidente que la joven expresó su malestar y su dolor tras haber sobrepasado el umbral de dolor emocional al grado de volverse intolerable su situación.

El dolor es siempre subjetivo. ¿Cómo explicar el dolor? Como un pellizco, como un piquete, como un calambre, como un golpe, como ardor. Los médicos hacen una serie de preguntas hasta poder dilucidar el tipo, la zona de dolor, y por consiguiente el padecimiento y de ahí el tratamiento. Pero, y en las emociones, ¿cómo se explica el dolor? Recuerdo cómo Alma me contaba que en terapia reconoció quizá uno de los más dolorosos momentos de su vida; lo extraño, decía, es que cuando me sucedió la experiencia original inconscientemente establecí un mecanismo de defensa. No tenía otra opción. Sin embargo al salir de su terapia y al haber expuesto sus emociones, no concebía cómo es que cada uno de los bellos de sus brazos dolían ante viento.

El dolor físico “es una experiencia subjetiva que no puede ser fácilmente medida, al ser el resultado de la convergencia de diversos mecanismos de sistemas de señales, modulación de los centros superiores y la percepción del individuo, sin olvidar el componente nociceptivo, que es un proceso neural encargado de la transmisión y transducción de los estímulos desencadenantes del dolor hacia el cerebro mediante vías específicas”, al menos así lo explican los expertos, por eso mi ausencia de dolor físico no era perceptible ante Zulema. En el caso del dolor emocional la definición puede ser muy similar. Existe una importante relación entre el dolor físico, el dolor psicológico, y el emocional, según se ha descubierto. Se entiende que el dolor “se trata de una experiencia multidimensional que integra componentes no sólo sensoriales, sino también emocionales, y son justo estos los que parecen comunes a experiencias de dolor físico, social y psicológico”.

Culturalmente hemos sido programados para soportar el dolor, o no soportarlo. Muchas veces incluso en función de quien tengamos en frente. En los estudios de la percepción del dolor entre hombres y mujeres se han encontrado diferencias que a simple vista pueden parecer inverosímiles, y es que “en general las mujeres tienen un menor umbral de dolor y menor tolerancia a estímulos nocivos, y los hombres reportan una mayor tolerancia acompañada de un umbral de dolor más alto en presencia de una mujer examinadora, sea esta enfermera o médica. En las mujeres ocurre todo lo contrario, ya que al ser examinadas por hombres atractivos sus umbrales de dolor disminuyen, reportando así más dolor”.  Es decir, pareciera que escondemos o externamos el dolor a nuestra conveniencia. Los hombres harán lo posible por esconder su dolor ante la vista de una mujer, y las mujeres reportaran más dolor en medida que el hombre sea de su interés, posiblemente apelando a la expectativa social del hombre como cuidador y protector (No importa si es desconocido, conocido, pareja, expareja, familiar o compañero de trabajo). En este sentido nuestra percepción del dolor no sólo es una cuestión genética sino también social en donde procuramos satisfacer una expectativa de atención y cuidado del otro.


Si bien “el dolor constituye una experiencia privada, puede ser observado a través de un conjunto de conductas tales como: expresiones verbales, actitudes corporales, reposo, evitar movimientos, tomar analgésicos o buscar atención médica. Se ha visto que la conducta de dolor a través de la expresión facial es un indicador confiable para los observadores, respecto de otras formas de conducta dolorosa. La mayoría de estas conductas son aprendidas y están influenciadas por emociones y cogniciones, pero en particular, en forma directa por las consecuencias que producen en el medio social. Se aprende a afrontar el dolor haciendo varias acciones o pensando de cierta manera. Cuando estas conductas resultan en menos dolor probablemente se repitan en episodios futuros sin embargo, una regla básica es que las conductas que proporcionan beneficios a corto plazo, pueden llegar a ser perjudiciales en el tiempo”.

Pareciera que la forma en que manifestamos el dolor estaría condicionada en la forma en que aprendimos, algunas veces imitando y replicando los modelos en los que crecimos. Familias enteras, mujeres y hombres, generación tras generación han expendido su umbral del dolor. ¿Cuánto dolor es suficiente para actuar y dejar de ser tolerante? ¿Por cuánto tiempo alimentaremos a nuestras o nuestros verdugos, sino es que somos nosotros mismos?

En el dolor emocional la inmovilidad es evidente ante un alto umbral de dolor de los afectos, lo que deja al sujeto paralizado en sí mismo; en lo contrario, el rompimiento del umbral reconocerá la situación de intolerancia que generará en el individuo la búsqueda no sólo de contención afectiva sino además el encuentro de una alternativa de curación que resulte sanadora incluso a largo plazo. En la inmovilidad el placebo afectivo será más recurrente.  Quizá por ello, las palabras de la alumna a su pareja en el pasillo del campus universitario no dejan de sorprenderme. Cuántos placebos en nuestras generaciones. Escucho palabras que sé que difícilmente expresaron mis abuelas.

Zulema me recomienda curación con yodo, y baños de agua tibia con sal para la cicatrización. Agua tibia con sal, y eso me recuerda los quince días que estuve en la playa. También me pide que compre Ibuprofeno de 400g. Un medicamento para el dolor que aún llegando a la farmacia considero innecesario, aunque que luego descubro que, al menos con paracetamol en algunos estudios del dolor ha sido útil para atender a las emociones.  

Días después a mi encuentro con aquella pareja en los pasillos universitarios, a mi paso buscaba (sin buscar) identificar a la joven estudiante. No sé quién es. Hoy pienso que si a mi regreso de las vacaciones la encontrara le contaría de mi cita con Zulema, de mi uña encarnada, de mi umbral alto. También le preguntaré cómo se alcanza la intolerancia, la inflexibilidad, esa que ella tiene y que es necesaria. Y entonces le contaré cómo descubrí qué dedo gordo del pie izquierdo es también conocido como dedo de la tristeza, y cómo es que pasé mi cita con la podóloga sin anestesia.

Veo las fotos de las marchas en Argentina contra la reforma de pensiones. Ahí no hay anestesia. Y nosotros los mexicanos, ¿por qué tendremos tanta?


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