- Sin ser una novela policial, La procesión infinita tiene una columna vertebral detectivesca
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Dos amigos se reencuentran de nueva cuenta en Lima, después de varios años de no verse. Dos amigos se reencuentran mientras un enorme secreto corta el silencio que los separa. Francisco regresa a Lima después de haber vivido varios años en Europa y se reencuentra con Diego, con quien estuvo en Berlín hace años. Un viaje que terminó con el posible asesinato de una mujer en un hotel de mala muerte de la capital alemana. Un viaje que habían realizado huyendo de sus vidas en Perú, un viaje realizado entre la evasión y el desenfreno, un viaje promiscuo con alcohol, sexo y drogas que terminará muy mal, abruptamente.
Sin embargo, en medio de ese encuentro se desarrollarán otras historias que nos hablarán de ese Perú contemporáneo en el que la sombra de la dictadura de Fujimori pesa y cuesta quitarse de encima. La violencia política desatada tanto por el régimen como por los grupos guerrilleros de extrema izquierda, que dejaron heridas abiertas en la sociedad peruana, que no han sido cerradas aún del todo, planea alrededor de la nueva novela del escritor peruano Diego Trelles Paz titulado como La procesión infinita, publicada en México por la editorial Anagrama.
Trelles Paz ha ido desarrollando una obra narrativa que busca desentrañar ese denso elemento de la violencia latinoamericana. Sí, centrado en Perú de las últimas décadas, pero que nos habla a los latinoamericanos del caudillismo, del autoritarismo, de nuestra incapacidad para dialogar realmente. Somos herederos de una tradición de cuartelazos, de dictaduras, de caciques, de caudillos, y la violencia forma parte de nuestra forma de ver el mundo. Eso es lo que parece decirnos en el fondo la obra narrativa del autor peruano nacido en 1977 y que cuenta ya con tres novelas de una manufactura compleja, como son El círculo de los escritores asesinos (publicada en México en una coedición de la editorial mexicana Librosampleados y la peruana Borrador Editores) y Bioy (2012), además de haber publicado los libros de cuentos Hudson el redentor (2001) y Adormecer a los felices (2015) y en libro de ensayos Detectives perdidos en la novela oscura. Novela policial alternativa en Latinoamérica. De Borges a Bolaño en el 2016. Libro que se hizo acreedor al Premio Nacional de Ensayo Copé en su país natal.
La más reciente novela de Trelles Paz se desarrolla en medio del caos político de finales del siglo XX en su país natal, pero también vuelve a desarrolla el tema sobre la literatura peruana contemporánea. El autor pareciera preguntarse subrepticiamente cómo hacer literatura en medio del caos y de la violencia. ¿Qué tipo de literatura se puede, se debe hacer en medio de estos países que se desmoronan?
Javier Moro Hernández (JMH): Quería empezar preguntando por la estructura de la novela ¿Qué tan complejo fue trabajar esta estructura? ¿Esta estructura tiene la intención de llevar al lector a un espacio de vértigo que nos dé cuenta de la tristeza con la que los personajes tienen que convivir y llevar a cuestas? Pasamos de la primera a la tercera persona, hay diarios, conversaciones y además nos enfrentamos a una estructura en espiral, que nos lleva del presente al pasado y viceversa.
Diego Trelles Paz (DTP): Pese a que La procesión infinita comparte técnicamente la polifonía, el modo elíptico, los saltos temporales, y la estructura fragmentaria que uno encuentra en mi novela anterior, Bioy, mi manera de plantearla fue distinta. Bioy tenía la ambición de una novela total: a través de cuatro partes, que funcionaban como pequeñas novelas de distintos géneros, busqué acercarme al fenómeno de la violencia política de los últimos treinta años en el Perú. La procesión infinita, en su formulación, está más cerca del relato que de la novela. Tenía en mente la teoría del cuento de Ricardo Piglia sobre el relato visible y el relato secreto: historias que se cuentan de modo distinto y cuyo fundamento son los puntos de cruce. La complejidad de la estructura no solo se relaciona con la necesidad de generar los enigmas que unificasen las historias, sino también con el estado emocional de los personajes que huyen de un pasado de violencia colectiva que los persigue.
JMH: La memoria es uno de los temas de la novela, pero en este caso nos enfrentamos a una memoria dúctil, difícil de asir. Una memoria que cambia, que se transforma. En tu novela la memoria no es un elemento que les permita a los personajes afirmarse. Al contrario, dudan, se preguntan todo el tiempo si lo que recuerdan es cierto, si lo que les dicen es cierto. La memoria es una herida latente, me parece. ¿Por qué esta duda constante hacia la memoria?
DTP: La memoria es, sin duda, uno de los temas fundamentales de toda la trilogía sobre la violencia política que inicié con Bioy. La procesión infinita, la segunda parte de este proyecto (que, sin embargo, no es una saga), parte de una idea terrible que, si antes era una intuición, hoy en día se ha convertido en una funesta realidad en el Perú: la dictadura fujimorista cayó, pero nunca se fue, el dictador Alberto Fujimori está preso pero probablemente, con la complicidad del partido que gobierna, en cualquier momento salga libre. Los personajes principales de la novela (Francisco, el Chato, Cayetana, Mateo y Pochito Tenebroso) son, de alguna manera, hijos de la violencia: crecieron durante la guerra civil y, de una u otra forma, son víctimas de la dictadura que los forma. Su conflicto es ese duelo no resuelto, esa melancolía que arrastran por donde vayan. En realidad, a través de estos personajes, intento hablar de nosotros, de los peruanos, de un Perú traumatizado que niega su trauma, o lo oculta. La memoria es un obstáculo porque produce dolor. Y no hemos aprendido mucho de lo que nos ocurrió. Aquello que prendió la mecha sigue prendido. La procesión que no cesa, es la nuestra.
JMH: ¿Qué significa para ti la violencia? En tus obras parece que la violencia siempre está ahí, a punto de estallar. Pero permanece escondida, oculta, agazapada.
DTP: Muchas de las cosas que se narran en La procesión infinita ocurrieron en la vida real. Creo que, después de Hudson el redentor, mi primer libro, esta es la novela más autobiográfica que he escrito. En ese sentido, me identifico mucho con el drama de mis personajes: crecí con el terrorismo civil y de Estado, fui adolescente y tuve todas mis experiencias de juventud bajo la dictadura fujimorista. No fui víctima directa de la violencia, pero me acostumbré a convivir con ella. En el Perú, como en México, solemos olvidarnos que la pobreza y el hambre también son formas de violencia y que pueden ser muy crueles. En mi literatura, me acerco a todo eso sin maquillarlo y casi nunca hay escape. La violencia que Bioy le arroja a la cara al lector, en La procesión infinita es más contenida, aunque es igual de feroz.
JMH: La sombra de la dictadura está presente. ¿La dictadura de Fujimori es un elemento que marca definitivamente la literatura peruana de tu generación?
DTP: En el Perú, hace 17 años que resistimos para que no se tumben de nuevo la endeble democracia que surgió del decenio dictatorial. Es un peligro latente. Ahora mismo en el Congreso hay una apabullante mayoría fujimorista, orgullosamente analfabeta, decidida a tomar el poder. Con algunos matices, sería el mismo esquema del golpe parlamentario que le hicieron a Dilma en Brasil. No sé si la dictadura marcase de manera definitiva a mis amigos y colegas. A muchos no les interesa ni como motivo literario. En todo caso, la violencia política en conjunto, pensando en la guerra sangrienta que inició a finales del setenta, suele ser un tema recurrente, no solo en la literatura.
JMH: Otro elemento que quería tocar son los personajes que habitan tu novela, son personajes que, una vez más, están en constante cuestionamiento. Me parece que solo Cayetana sabe adónde va. Y su viaje parece un periplo bien delineado para regresar con Mateo. Pero los demás (el Chato, Francisco, el mismo Mateo) se encuentran hundidos en su zozobra y en sus dudas. ¿Cómo construyes estos personajes?
DTP: No creo que ninguno lo sepa. Hay una búsqueda permanente que siempre fracasa. La evasión en el Perú es una forma de vida. El Chato y Francisco, por ejemplo, buscan evadir esos veinte años de violencia con los que crecen hasta que se dan cuenta de que no pueden. Ocurre lo mismo con Cayetana Herencia, Mateo Hoffman y Pochito Tenebroso. No importa cuán lejos huyan: la violencia los persigue porque los formó y porque en el Perú ese trauma es una herida abierta. La reconciliación no es posible como lo ha sido, por ejemplo, en Colombia. La reconciliación, o algo parecido a un proceso de paz, por desgracia, es algo que repugna a muchos peruanos. Incluso a los que no sufrieron nada.
JMH: La Chequita es un personaje que me gustó mucho. Es una especie de hermana menor de Cayetana, que no ha entendido aún el dolor que embarga a su hermana menor. Pero que le tiene una fe ciega a la literatura. Pero me parece que es un personaje que sirve de contrapunto para el resto de la novela. Tal vez por su inocencia.
DTP: La Chequita es, sí, una suerte de contrapunto. Su descubrimiento de la literatura, ese despertar a un mundo maravilloso que estaba oculto para ella estrictamente por su condición social, me enternece porque me siento identificado con esa lucha. En todo lo que había escrito antes, la literatura aparecía como un malestar ineludible, o una maldición que desgracia y trae sufrimiento. Con la Chequita, esta vez aparece el goce de la escritura. No creo que sea tan inocente. Nadie que escriba puede serlo.
JMH: “Para escribir hay que matar…” Por supuesto quería dejar al final al Pochito Tenebroso. El Pochito lo sabe todo, lo ha visto todo, ha conocido a todos. Es una conciencia. Con buenos consejos. Pero nadie lo conoce realmente. ¿Quién es el Pochito Tenebroso?
DTP: Uno de los enigmas vertebrales de la novela es saber quién es. Como todos, el Pochito también oculta algo y está buscando a alguien. Sin ser una novela policial, La procesión infinita tiene una columna vertebral detectivesca. El Pochito, que vive en París, es enigmático y rocambolesco y está definido por su extraño lenguaje. Pese a sus extravagancias, no es ningún tonto. Es casi el reverso de la Chequita porque, a diferencia de ella, aunque lo desea y lo intenta, no puede escribir. La alusión parricida en la frase que citas (que parodia ese verso del poeta mexicano Enrique González Martínez sobre torcerle el cuello al cisne) es casi una declaración de principios que, desde luego, suscribo.