No es necesario ser religioso. Tampoco es necesario profesar una fe específica. Mucho menos es necesario compartir una forma particular de vivir cada uno de estos días: los rituales y los hábitos varían de puerta en puerta. Por mi parte, no soy religioso, no profeso ninguna fe, y los hábitos y rituales de mi familia en estos días son unos entre cientos de otros, pero unos que espero todos los años por estas fechas.
Siempre me ha gustado la Navidad. Y me gusta mucho. La lejanía en la que por mucho tiempo me he encontrado de mis seres queridos volvía a esta época una en la cual podía viajar y estar a su lado. Este año en particular me he preguntado no por el significado de la Navidad en las sociedades democráticas occidentales, sino por el significado de “familia”: uno que hacemos mal en dar por sentado. Descreo del modelo miope y caduco que proponen los enemigos del laicismo y la secularización: papá, mamá e hijos es más una terca quimera que una realidad que represente los ires y venires del amor, las preferencias y los apegos. Pero le concedo algo: la familia algo tiene de núcleo y fundamento social.
Familia no es papá, mamá e hijos; ni papá, papá e hijos; ni mamá, mamá e hijos; ni ninguna de las anteriores sin hijos: familia son aquellas y aquellos que te hacen sentir seguro en este mundo (gracias por la definición a Tim Minchin), y todas las navidades mi felicidad es ver, abrazar y viajar los kilómetros necesarios para estar al lado de las personas que me hacen sentir que pertenezco a este mundo a su lado. Ojalá estén al lado de esas personas que forman y pertenecen a su único y especial mundo.
Sea bebiendo vino blanco bajo el Sol, o tomando ponche caliente cerca de la chimenea: les deseo una muy feliz Navidad a todas y todos.