“Pido perdón a Dios por mis debilidades y omisiones. Al final de mis días espero encontrarme con mi Salvador, rico en Misericordia”. Cierre de su carta de despedida. El Cardenal Norberto Rivera Carrera cumplió el martes 6 de junio/2017 – 75 años de edad, 22 de los cuales se desempeñó como arzobispo de México, cargo que inició en el año 1995. Y este 7 de diciembre fue aceptada por el Papa Francisco, su carta de renuncia.
Curiosamente, aquel punto de quiebra al interior de la Iglesia católica mexicana, que arranca aproximadamente hacia el año 1974, diez años después, se ve refrendado por otro evento fundacional, me refiero al lanzamiento del diario La Jornada. Efectivamente, en la madrugada del 19 de septiembre de 1984 salían de las máquinas los primeros ejemplares de la edición número uno (Carmen Lira Saade, “La sociedad en el espejo de las princesas”). Por vez primera, veíamos convivir y departir a intelectuales de acendrado marxismo -académicos y militantes- con artistas, escritores, cineastas, arquitectos y poetas de un profundo existencialismo humanista, con politólogos y economistas de cuño socialdemócrata o eurocomunismo y sí, curas que se lanzaron a la mar de la “teología de la liberación” reivindicativa y profética de América Latina, desde el Cono Sur hasta Guatemala, nuestras selvas chiapanecas y el istmo de Tehuantepec.
No había por entonces en el país –salvo las excepciones de Proceso, el Unomásuno y algunas publicaciones marginales– medios realmente independientes del poder. Lo que nos lleva a evocar la memoria de Julio Scherer García. Quien pronuncia El oficio de periodista, el 3 de abril de 2002, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León (México), al recibir el Premio Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel García Márquez y dice: “Al periodismo no le compete la eternidad. Son suyos los minutos milenarios. Ubicuo, su avidez por saber y contar no tiene medida, maravilla del tiempo”.
El otrora promisorio ingreso al siglo XXI, tuvo en realidad una primera década de signos ominosos. El inquietante avance, iniciado por el mismo Concilio Vaticano II, en los años sesenta, jesuítico y de otras órdenes como los dominicos hacia formas de compromiso social profundo, fue detenido de golpe. La naciente “Teología de la Liberación” de los ochenta fue sepultada, literalmente, en América Latina, gracias a la persistente obra de acotamiento y exclusión operada por la Santa Sede. Los episcopados latinoamericanos en 30 años, fueron prácticamente reestructurados con obispos afines a tal viraje. El hecho se interpretó como “la salvación” moderna de la Iglesia católica, instrumentada bajo la consigna del Opus Dei y la Legión de Cristo; un movimiento en apariencia laico con profunda influencia económica y política en los países de la periferia capitalista y fuertes enclaves en los países centrales.
En esa primera década, los Legionarios padecen un síndrome de anti-carisma fundacional sumamente grave, causado nada menos que por su padre fundador. El asunto es mayor, y efectivamente puede requerir de una re-fundación como lo denuncia Emilio Bartolomé, presidente de La Asociación de Ayuda a Afectados por las Enseñanzas del Grupo Religioso Legionarios de Cristo, inscrita en España: “es tiempo de convocar a un ‘capítulo general’ para refundar o desaparecer la Legión de Cristo” (Alma E. Muñoz, La Jornada. Martes 30 de marzo de 2010, p. 33).
En México, con la muerte de Don Miguel Darío Miranda y Gómez, la llegada de Mons. Ernesto Corripio Ahumada a la Arquidiócesis primada de México, copresidente de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla, México, del 27 de enero al 13 de febrero de 1979; y luego de Mons. Norberto Rivera Carrera, se va instalando una plantilla episcopal férreamente conservadora -con sus muy contadas excepciones-, bajo el epítome de Don Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, y Tata Samuel Ruiz García de San Cristóbal de Las Casas. El gran operador de esta reestructuración del episcopado mexicano fue Mons. Jerónimo Prigione, primero, delegado apostólico del Vaticano y luego nuncio apostólico, con todas las cartas diplomáticas correspondientes ante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari; que inicia con Mons. Rivera Carrera y sigue con muchos otros obispos.
En el caso de Aguascalientes, Mons. Emilio Carlos Berlié Belanzarán fue elevado al episcopado para servir en la diócesis de Tijuana, como sucesor de Mons. Juan Jesús Posadas Ocampo, de letal infortunio el lunes 24 de mayo de 1993 a las 15:45 de la tarde, en el aeropuerto de Guadalajara. Juan Pablo II designó a Mons. Berlié, el 15 de marzo de 1995, XLI Obispo y IV arzobispo metropolitano de la arquidiócesis de Yucatán. Tenemos noticia de que Mons. Berlié tuvo como mentor a Mons. Prigione en la Academia Pontificia Eclesiástica (fundada como Accademia dei Nobili Ecclesiastici en 1701 en tiempos del Papa Clemente XI), institución de la Santa Sede encargada de formar a los diplomáticos que trabajarán en las Nunciaturas y en la Secretaría de Estado.
En 1993, Ernesto Corripio era el cardenal mexicano más influyente y desde su posición denunció al embajador del Vaticano: Jerónimo Prigione. De “actitudes arrogantes y prepotentes”, afecto a “hacerse unos propios clientes” y “complicado a causa de compromisos adquiridos por él con grupos de poder y de dinero”, la queja dirigida al Papa retrató al también alfil del salinismo dentro de la Iglesia. Juan Pablo II no quiso relevarlo: lo premió con seis años más como nuncio (Fuente: Proceso. Sustituya a Prigione, clamaba Corripio a Juan Pablo II. Por Rodrigo Vera, 7 diciembre, 2013. https://goo.gl/QutTPg).
El sucesor, Carlos Aguiar Retes, mediante un Tweet @ArzobispoAguiar, expresó: Reconozco en la decisión del Papa Francisco al nombrarme Arzobispo Primado de México la voluntad de Dios Padre y la asumo como discípulo de Jesucristo con la confianza en el Espíritu Santo para cumplir lleno de esperanza esta responsabilidad eclesial en favor del Pueblo de Dios. (https://goo.gl/3hbBX3) Un texto enfáticamente teológico que habrá de ir tomando cuerpo y carne, en su ejercicio ministerial histórico y pastoral. Se informa que el actual arzobispo de Tlalnepantla es un hombre cercano al Papa Francisco, con quien colaboró en la elaboración de documentos del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), donde el cardenal mexicano fue secretario general, vicepresidente y presidente. Es decir que tiene amplia presencia ante el conjunto de los obispos de América Latina.
Este turning point/ o punto de quiebra de la presencia de la Iglesia Católica en México no es tema menor, dado que implica un fuerte golpe de mando, que opera a ciencia y consciencia el Papa Francisco. Y de ello tenemos enfático testimonio en su primer viaje a México, quien durante su visita a Chiapas, visitó la tumba de Tata Samuel Ruiz quien murió en 2011, le llevó flores y rezó una oración. Aquí hago una acotación personal, sabemos que todo Papa en ejercicio de su ministerio puede emitir o enunciar bajo sigilo, su voluntad secreta acerca de un particular, el lenguaje de la curia romana le designa: in pectore, y a mí no me cabría la menor duda que en la intimidad de ese momento tan simple, emitió un acto de plena reivindicación apostólica a él y a la Iglesia de los pobres, de los indígenas. Sin duda una voluntad de cambio de profundo sentido apostólico.
El salto cualitativo a las nuevas realidades del mundo actual marca la pauta de una iglesia que peregrina en el dolor. “Y esta angustia, arrancándonos del conocimiento apariencial, nos lleva de golpe y porrazo al conocimiento sustancial de las cosas… La congoja del espíritu es la puerta de la verdad sustancial”, Miguel de Unamuno, (“Vida de D. Quijote y Sancho”, Madrid 1964. Ed. Espasa Calpe. P. 180). Esta dimensión de la Católica es causa de inenarrable congoja que, con el espíritu unamuniano, nos deba conducir a las verdades sustanciales. Que, ojalá, nos permitan recuperar el derecho a regir nuestra historia, la confianza y nuestra esperanza, que al continente Latinoamericano se le debe.
Aguascalientes también tuvo durante largas décadas un reposado acomodo para no decir palabras estridentes; el buen gusto se mostraba en las palabras comedidas que no incomodasen innecesariamente a los otros, sobre todo aquellos en la escena pública. Por eso mismo, el nacimiento de un diario que abandera la voz de los sin voz, o la voz de aquello que -guste o no- tiene que decirse, sorprende por su impredecible confluencia de voces tan plurales como, en el fondo, controversiales. Nace en el año 2001 bajo el lema: “Porque alguien tiene que decirlo”. Su palabra se hace voz bajo el imperativo de que alguien tiene que saber y contar, sin restricción ni medida. Y esta nota va aparejada con ese mismo conflicto histórico que hace fuerte eco, también, en nuestra esfera de la cultura, es decir, también en nuestra religiosidad popular.
Periodismo y cultura popular, mejor dicho y subculturas populares, no son cosas separadas o antagónicas, más bien están profundamente asimiladas la una en la otra, y por ello son expresión del mismo ámbito de la cultura, de esa que se representa en las tradiciones, costumbres, pautas y representaciones simbólicas, que encarnan genuinamente nuestro folklore. De manera que el cambio que prima, ahora, sucede en esta esfera alternativa de la cultura, incluyente de la religiosidad popular y que señalados medios de comunicación así lo consignan.