Dice la historia de la música que cuando el compositor alemán Richard Wagner, autor de célebres títulos operísticos, aunque él prefería llamarles dramas como Tristán e Isolda, Los maestros cantores de Núremberg, la impresionante tetralogía del Anillo del Nibelungo, entre otras, conoció la Sinfonía No.7 de Ludwig van Beethoven calificó esta obra como la apoteosis de la danza. Esto me sugirió la idea de escribir lo que gentilmente estás ahora leyendo.
Estaba en casa hace unos días escuchando la Danza Macabra de Camille Sanit-Saëns y sin que yo lo pretendiera, empecé a hacer un repaso mental de algunas de las obras musicales que sin haber sido escritas específicamente como un ballet, cumplían dignamente ese fin, es decir, música que se pudiera bailar. Cierto es que en la música todo inició con el ritmo, de hecho nosotros, seres humanos, ya nacemos con un instrumento de percusión integrado a nuestro organismo, el corazón que late acompasadamente desde el momento en que inicia nuestra existencia y salvo en casos de arritmia, ese compás nos acompañará toda nuestra vida, de hecho esta sinfonía, el Op. 92 de Beethoven, más allá de lo que en sí representa la danza, debería ser considerada, con toda justicia, sin duda, como la apoteosis del ritmo, porque definitivamente eso es.
Pues bien, sumido en esas reflexiones decidí escuchar justamente la séptima sinfonía de Beethoven e intentar apreciarla con los oídos de Wagner -indigno yo, pero bueno, hasta ese punto llevé mi ingenuidad- y bueno, de alguna forma, las imágenes danzarinas estaban ahí. Repasé mentalmente algunos de esos portentos de la gran música de concierto que hacen que los pies se mueven irremediablemente, aun cuando de danza sepamos tanto como yo de física nuclear.
Imposible no pensar en el Bolero de Maurice Ravel, en la misma ya citada Danza Macabra de Saint-Saëns y ¿sabes?, siempre he imaginado el glorioso segundo movimiento de la Sinfonía Novena de Beethoven, el Scherzo, molto vivace -presto, yo sé que para bailar esto se requeriría de una condición física de un verdadero atleta, pero siempre he imaginado ese movimiento del inmortal opus 125 del genio de Bonn con una exquisita coreografía. Igualmente la Danza de Anitra de la suite No.1 de Peer Gynt de Grieg, desde el mismo nombre lleva implícito este propósito, o Sheherezade de Rimski – Korsakov.
Hay algunas obras que fueron creadas para bailarse o de las que se hizo una coreografía posteriormente pero que con el fluir de la historia han sido acogidas preferentemente como obras de concierto sinfónico, en este contexto se me ocurre pensar en Carmina Burana de Carl Orff de la que se han hecho algunas coreografías posteriores, de hecho yo vi una aquí en Aguascalientes hace algunos años, o bien, lo creado por el ruso Igor Stravinsky, sobre todo sus tres suites para ballet: El pájaro de fuego, Petrushka, y La consagración de la primavera, haciendo la cita en orden cronológico, estas tres obras se han hecho piezas muy frecuentes en el repertorio de las grandes orquestas del mundo, independientemente del fin para el que fueron creadas, es decir, el baile.
En México tenemos el ciclo de los 8 danzones de Arturo Márquez, el danzón, como género popular, es un lenguaje musical creado para ser bailado, obviamente, pero las intensiones de Márquez fueron las de crear música para ser interpretada en una sala de conciertos y ser escuchada con toda la propiedad que estas inmensas partituras merecen, además de que un porcentaje muy alto de la música de concierto mexicana obedece a este interés del baile, no sé, es algo que quizás nos sea connatural, el Huapango de José Pablo Moncayo, los Sones de Mariachi de Blas Galindo, que por cierto, son con orquesta, no con mariachi, recuerdo que en alguna ocasión se programó esta obra con la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, algunas personas fueron esperando escuchar un mariachi y estaban indignadas, fue necesario explicarles de qué se trataba el asunto. Ponce o Revueltas, y seguramente algunos otros que se me escapan de la mente, han hecho música que se podría coreografiar sin el menor problema.
La ópera no está exenta de estos argumentos, ¿no se te antoja bailar, con ese delicioso ritmo de vals aquel famoso dúo, posiblemente el dúo más famoso en la historia de la ópera, Libiamo ne’ lieti calici de la ópera La Traviata de Giuseppe Verdi y que conocemos simplemente como el brindis?, en la ópera esto es asunto frecuente, de ahí que se considere este género como el arte total, porque involucra todas las ramas de las bellas artes, podemos sacar algunos fragmentos, recordemos algunas óperas que involucran ritmos relacionados invariablemente con el baile como es el caso de las habaneras, concretamente en Carmen de Bizet. Otro ejemplo, en este caso de uno de los llamados géneros menores, la opereta, no sé a qué se deba este calificativo, porque en realidad de menor no tiene nada, es el Orfeo en los Avernos de Jacques Offenbach. La obertura de esta opereta ha quedado invariablemente relacionada con el baile, o el aria para soprano Quando m’en vo`soletta que popularmente conocemos como el Vals de Musetta de la ópera La Bohemia de Puccini.
De hecho no sólo en la música orquestal, también encontramos esos encantos bailables en algunas piezas para piano solo, por ejemplo, algunas de las mazurcas y polonesas de Chopin podrían ser adaptadas sin el menor problema a las condiciones de una buena coreografía. Evidentemente la lista podría ser extraordinariamente extensa, yo te propongo algunas obras que en este momento se me ocurrieron, seguramente tú tendrás otras.