“Hoy es un hermoso día”. Esas fueron las palabras con las que el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, inició su mensaje dirigido a los medios de comunicación y al país el pasado 27 de noviembre, en el cual anunciaba cambios sustanciales en su gabinete, en el contexto de la elección presidencial del próximo año.
Como todos especulaban, José Antonio Meade Kuribreña dejó la Secretaría de Hacienda y Crédito Público en la cual fue relevado por el exdirector de Pemex, José Ángel González Anaya quien a su vez dejó en su lugar a Carlos Alberto Treviño Medina.
Consumado estaba: el ritual anacrónico y arcaico del “destape priista” había vuelto a suceder con un ex funcionario del gobierno del ex presidente panista Felipe Calderón Hinojosa.
José Antonio Meade, (Pepe Meade para sus ahora muchos amigos, PP MID para los millenials) es un tecnócrata de carrera. Ha sido funcionario público durante los últimos 20 años en administraciones de distintos partidos políticos. Conocido como el súper secretario, ha ocupado 4 veces el cargo de Secretario de estado durante dos administraciones federales distintas. Es un liberal (o neoliberal, el término que más le guste), miembro de la estructura financiera del estado y pieza clave en la definición de la política económica del país de los últimos 10 años (quizá aquí su aspecto con más posibilidades de evaluarse).
Sin embargo, Pepe Meade es más que un “secretario brillante”: es un perfil que representa a un grupo de poder que rebasa los límites de los partidos, lo que Andrés Manuel López Obrador denominaría una “mafia del poder”.
No son pocas las voces que, en su momento (me refiero a hace 5 años) sostuvieron que la elección presidencial de 2006 fue una elección pactada, un acuerdo entre los calderonistas y el PRI para entregarle la presidencia de la República a Enrique Peña Nieto.
Resulta, para hacer honor a la sensatez, difícil de creer que se pueda negociar una elección con tantas aristas y bemoles como lo es la elección del presidente de la República, pero para muchos los acontecimientos de las últimas semanas han sido generadores de convicción en muchos analistas de lo que puede presentarse en el 2018: un nuevo pacto entre el PRI, los Calderón y los calderonistas que quedan en el PAN para llevar a José Antonio Meade a Los Pinos y proteger determinados intereses.
Lo anterior hace manifiestas dos cosas: la primera que en efecto, es posible que exista una cúpula que pretenda convertirse en la mafia del poder de la que tanto habla AMLO y la segunda, que la verdadera oposición en esta país se encuentra vacía de representación, puesto que el Frente Ciudadano por México ha pasado por momentos de crisis que ponen en la cuerda floja no sólo sus posibilidades reales de ganar la presidencia sino su existencia misma.
Esta vez, la pretendida mafia del poder se quitó las ropas y mostró con descaro su miseria, la alianza pactada: José Antonio Meade es el candidato de la coalición PRI, Verde, Margarita Zavala y los calderonistas (Javier Lozano, Ernesto Cordero, Roberto Gil). Así son las cosas y parece que no pretenden disimularlas.
A este contexto no podemos restarle dos personajes: Ricardo Anaya y Miguel Ángel Osorio Chong.
El primero tiene el tiempo en contra puesto que debe definir cómo se elegirá al candidato del Frente Ciudadano por México, utilizando un método que no disuelva la coalición y que no divida a su partido y que además le permita llegar lo suficientemente legitimado a la boleta del próximo año.
El segundo, Osorio Chong, no está contento con la elección de PP MID. Sabe que los sectores más priistas del PRI esconden bajo su estoica disciplina partidista una suerte de disgusto por la elección de un no priista (peor aún, un ex funcionario panista) como candidato al máximo cargo de elección popular de nuestro país. No resulta extraño que en días recientes el Partido Encuentro Social (que todo mundo sabe que Osorio opera) de señales de una posible alianza con Morena.
Los próximos días nos dejarán bastante claro algo: la política de nuestro país no tiene ideales, ni ideología, ni principios, ni partidos, ni escrúpulos; sólo tiene miseria.