La democracia puede ser justificada apelando a distintos tipos de valores. La discusión ha tendido a brindar dos tipos de justificaciones distintas: una que apela a valores instrumentales y otra que apela a valores no instrumentales. Las justificaciones instrumentalistas dan prioridad a los resultados que pueden obtenerse a partir del método democrático de toma de decisiones políticas en comparación directa con otros métodos. Por el contrario, las justificaciones no instrumentalistas apelan al valor intrínseco del método democrático.
Las justificaciones instrumentalistas de la democracia concluyen que ésta, como método de toma de decisiones políticas, trae consigo beneficios de diversa índole. Estas justificaciones pueden rastrearse al origen mismo del consecuencialismo. John Stuart Mill argumentó que los métodos democráticos son superiores a los no democráticos tanto estratégica como epistémicamente, y adicionalmente en el progreso moral de la ciudadanía. De manera estratégica, la democracia es superior a otras formas de gobierno en tanto las personas que toman las decisiones se ven forzadas a tomar en consideración los intereses, derechos y opiniones de la mayoría de las personas. De manera epistémica, la democracia es superior a otras formas de gobierno en tanto en ella participan un número mayor de personas en la toma de decisiones, lo que incrementa las fuentes de información disponibles y enriquece la evaluación de las decisiones posibles. Por último, la democracia es superior a otras formas de gobierno en tanto que posibilita el progreso moral de la ciudadanía: vuelve a ciudadanos y ciudadanas mucho más autónomos, y propicia que piensen de manera racional y cuidadosa. Adicionalmente, cuando las personas se encuentran bajo un régimen democrático tienen mucho más en cuenta el bien común y los intereses comunes. Algunos han argumentado que estos efectos son benéficos de suyo, por lo que la democracia comparativamente es una mejor forma de gobierno que otras.
Por las razones anteriores, Mill concluyó que un gobierno representativo es mejor que cualquier otro: “Según las consideraciones anteriores resulta evidente que el único gobierno que satisface por completo todas las exigencias del estado social, es aquel en el cual tiene participación el pueblo entero; que toda participación, aun en la más humilde de las funciones públicas, es útil; que, por tanto, debe procurarse que la participación en todo sea tan grande como lo permita el grado de cultura de la comunidad: y que, finalmente, no puede exigirse menos que la admisión de todos a una parte de la soberanía. Pero, puesto que en toda comunidad que exceda los límites de una pequeña población, nadie puede participar personalmente sino de una porción muy pequeña de los asuntos públicos, el tipo ideal de un gobierno perfecto, es el gobierno representativo”.
No obstante, estos argumentos han sido puestos en duda tanto por los platónicos -que piensan que la democracia socava la experticia que se requiere para gobernar-, como por los hobbesianos), que piensan que la democracia tiene efectos nocivos sobre los sujetos y los políticos y, en consecuencia, sobre la calidad de los resultados de la toma de decisiones colectiva.
También es posible buscar una justificación no instrumentalista de la democracia: en particular, apelando a valores como la libertad y la igualdad, que son deseables con independencia de la calidad de los resultados del método democrático. Para Carol Gould, la libertad individual sólo es posible dentro de un régimen democrático, pues sólo dentro de una democracia las personas tendrán la oportunidad de autogobernarse, la cual es un derecho y se establece al menos de manera parcial con independencia de los resultados de la toma de decisiones democrática. Esta parcial independencia hace que la libertad sea un valor no instrumental que justifica la democracia: el derecho de autogobierno le da a uno el derecho, dentro de ciertos límites, de hacer lo incorrecto. Del mismo modo que una persona tiene derecho a tomar malas decisiones por sí misma, un grupo de personas tiene derecho a tomar decisiones malas o injustas sobre las actividades que comparten. Si esto es cierto, esta justificación no instrumentalista de la democracia es capaz de salir al paso de las críticas platónicas y hobbesianas al método democrático. No obstante, para que esta justificación sea eficaz se requiere de condiciones demasiado robustas: el consenso o la unanimidad. Sin consenso frente al desacuerdo entre la ciudadanía, o sin unanimidad en la toma de decisiones, no existiría verdadero autogobierno individual, que es el derecho que la libertad democrática posibilita.
Otra posibilidad es fundamentar la democracia en el valor no instrumental de la igualdad. La democracia, desde este punto de vista, posibilita que el punto de vista de cada una de las personas inmiscuidas en una decisión que afecta sus vidas tenga el mismo peso. En este sentido, como piensa Peter Singer, la democracia es una especie de compromiso pacífico entre puntos de vista conflictivos entre ciudadanas y ciudadanos. Así, la toma de decisiones democrática respeta el punto de vista de cada persona en asuntos de interés común al dar a cada una el mismo peso sobre qué hacer en caso de desacuerdo. No obstante, ¿qué pasa si las personas no están de acuerdo con el método democrático o con la forma particular que debe tomar la democracia? ¿Debemos decidirlo por medio de un procedimiento de orden superior? Y, si hay desacuerdo sobre el procedimiento de orden superior, ¿debemos también decidir democráticamente ese conflicto? La fundamentación de la democracia en el valor no instrumental de la igualdad parece conducir a una regresión infinita.
El término democracia es uno que inflama las emociones y cohesiona individuos. Por la democracia se escribe, se marcha, se exige, se muere. Existe una intuición fuerte en muchas y muchos de nosotros que nos hace adherirnos de manera acrítica al espíritu democrático. La democracia nos parece indiscutiblemente legítima. Es ésta un ideal regulativo en muchas de nuestras sociedades y una aspiración escasas veces conquistada a plenitud. No pocas ocasiones afirmamos que las nuestras son democracias débiles o en formación. Lo cierto es que ni la democracia es un método incuestionable, ni solemos tener claras las razones -si las hay- de su legitimidad. Entender los límites, las ventajas y los problemas que genera el método democrático es un asunto ineludible y de suma trascendencia.
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