“¿A quién le vas?” es una pregunta que inquiere acerca de nuestras preferencias y no acerca de nuestras razones. Los caminos por los que hemos llegado a elegir un equipo pueden ir desde la simple herencia hasta la reflexión profunda, pasando por la mera casualidad, el gusto por un color, por un momento, una declaración o un jugador, etc. Le “vamos” a las Chivas porque era el equipo de nuestro padre, somos del Madrid porque tiene más Champions, Atlas hasta la muerte porque era la escuela de futbol más cercana a mi casa y ahí entrenaba, Cruz Azul y nada más, porque azul es mi color, Toros Neza porque se pintaban la cabeza y se divertían, el Barcelona porque Messi. Tener un favorito brinda la posibilidad de que, además de mirar los partidos, discutamos antes del inicio, crucemos apuestas, hagamos memes, nos burlemos unos de otros. No hay mejores o peores argumentos para ser hincha de uno u otro club; pero sin amor a la camiseta, el futbol demandaría mera contemplación estética, en el mejor de los casos, y análisis serios, lógica y frialdad, en el peor.
El entretenimiento que ofrece un juego se multiplica si además podemos discutir los que le vamos a uno contra los que le van al otro. No importa que las razones que lancemos se sustenten en la mera preferencia, se trata de jugar. Por eso intercambiaremos insultos idénticos, bromas idénticas y nos acusaremos de lo mismo. Diremos que compran los partidos, ellos dirán que los compramos “nosotros”; que se tiran, pues que nos tiramos; son divos, somos divos; no juegan a nada y a nada jugamos. El futbol es dos deportes simultáneos, el que se practica con un balón y el que se juega con palabras, fotos, rapidez e ingenio. Los resúmenes deportivos son conscientes de ello, al término del partido presentan el ránking de jugadas, el de memes y el de tweets.
Pero. Este gusto por la discusión y el intercambio de odios de caricatura y sin sustento se ha trasladado a otros ámbitos. Al parecer vivimos una época de ineludible elección de camisetas. Hay que ser de izquierda o de derecha, religioso o ateo, malinchista o nacionalista, feminista o macho irredento, taurófilo o antitaurino. Y en muchas ocasiones elegimos por la mera presión de elegir. Por supuesto que toda postura, o casi toda, cuenta entre sus afiliados con gente que ha llegado a ella por el aburrido camino de sopesar argumentos, evaluar consecuencias y confrontar realidades; sin embargo, el debate que acapara los reflectores tiende a diluir las razones y a privilegiar las pasiones. Saber ha pasado de moda, lo de hoy es tener una opinión.
Hace unos días se presentó en nuestra ciudad un polémico libro. La presentación hizo honor al texto y a su historial de presentaciones: desde luego, fue polémica. Y así también son las discusiones acerca de lo que pasó. Las camisetas están bien puestas y los intercambios emulan las guerras de posts y comments posteriores a los partidos con pénaltis dudosos. Una de las acusaciones que van de uno al otro lado es la de “autoritarismo”. Ambos contrincantes se califican de antidemócratas, de intolerantes, de anticientíficos y hasta de tontos. Lo cierto es que se trata de un libro cuyos autores son bastante ingeniosos para esgrimir sus razones, suficientemente tramposos para construirlas y agudamente hábiles para guardar silencio cuando los otros gritan. Han logrado efectos similares en muchos sitios de América Latina; sus opositores se exasperan, se enojan, se retiran o suben la voz.
Un poco de desfutbolización le vendría bien a los asuntos distintos al futbol (y al box, y al béisbol, etc.). Históricamente, ser hinchas de una postura política o de una ideología no parece habernos resultado particularmente benéfico. El fanatismo de las ideas puede cegarnos, el enojo tiende a entorpecer el análisis. Los señores Agustín Laje y Nicolás Márquez son menos pensadores que provocadores. Sus ideas son burdas, pero las visten de seda. Conocen los interruptores de quienes no piensan como ellos y los saben usar. Han publicado un libro del tipo “ódiame más” que a pesar de su fragilidad de pensamiento logra su cometido: crispar. A diferencia del futbol, este asunto demanda, en el mejor de los casos, análisis serio, lógica y frialdad. El edificio de Laje y Márquez carece de cimientos y se resquebraja y desmorona con argumentos, no con insultos.
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