To be, or not to be, that is the question:
Whether ’tis nobler in the mind to suffer
The slings and arrows of outrageous fortune,
Or to take arms against a sea of troubles
And by opposing end them. To die—to sleep,
No more; and by a sleep to say we end
The heart-ache and the thousand natural shocks
That flesh is heir to: ’tis a consummation
Devoutly to be wish’d. To die, to sleep;
To sleep, perchance to dream—ay, there’s the rub:
For in that sleep of death what dreams may come,
When we have shuffled off this mortal coil,
Must give us pause—there’s the respect
That makes calamity of so long life.
– William Shakespeare
Ser o no ser madre, ésa es la cuestión, sobre todo después de los 35 años no faltará quien abierta o discreta, verbal o mentalmente lanzará la pregunta a toda mujer que llegue a esa edad. Y se le exigirá una respuesta. Y de la respuesta se buscarán las secuencias, consecuencias, el registro verbal, sintáctico y gramatical sin la posibilidad de equivocación. Nada de lo que diga, explique, dude o piense tendrá sentido. Ser o no ser, sin ningún espacio intermedio. Sin pausa, sin reflexión que dé existencia a saber si hay o no infortunio.
Ella no corre en el tránsito para recoger a ningún hijo, ni se apresura a preparar algo de comer, no sacrifica sus tiempos sociales por tiempos de madre, ni atiende ninguna reunión escolar, no pide permiso en el trabajo para el festival ni se desvela haciendo un disfraz. Sus tiempos los disfruta en la medida que ella misma lo permite. No cocina, además no sabe coser pues sólo hace nudos en sus costuras. Su vida la ha construido en su formación profesional, y ello le ha permitido otra forma de vida que disfruta ampliamente. Sin embargo la realidad es que al mundo eso no le importa. Ahí no hay sacrificios compartidos ni méritos que sean reconocidos. Ninguna vida depende de ella, y entonces el mundo la ve autosuficiente. Aquella mujer que es profesionista pero no es madre no se le pregunta si tiene necesidades porque se cree que al mantenerse sola y sin dependientes nada necesita. Tampoco la gente se pregunta si requiere apoyo. Se cree que ella siempre, pero siempre puede hacer cualquier cosa, sola. Es decir, bajo la no maternidad no existe razón para mostrar ni la mínima parte de vulnerabilidad, ni de necesidad, ni de lo que sea. Se exige ser autosuficiente e independiente, siempre.
Y es que la historia y los constructos sociales han hecho de la madre, cercana o lejana, amiga o compañera, jefa o subordinada, un ser constituido de un sacrificio innegable, de una entrega incondicional, modelo de vida que protege, pero que al mismo tiempo debe ser protegida. Por eso, quienes no son madres no requieren de ningún apoyo y menos protección. Las representaciones sociales de ser mujer, al igual que de ser hombre, se incorporan en las percepciones de los individuos al grado de que limita cualquier otra posibilidad… de posibilidades; y entonces una mujer que se desenvuelve en la vida profesional, para algunos es una amenaza, mientras que para otros es vista dentro de una categoría aún difícil de identificar, en donde si bien se le reconocen sus logros profesionales habrá que mantenerse alejado de ella. Too much, dicen los ingleses, she is too much.
Las mujeres que son madres, a cualquier edad, han atendido la gran encomienda social y biológica. Por eso de ellas no se duda en su palabra, ni en sus actos, y menos sus pensamientos. Son vistas como adultas o en transición a la vida adulta, aunque en el fondo estén llenas de conflictos e inmadurez.
En la vida pública las mujeres que no son madres pueden alcanzar ciertos reconocimientos, pero la realidad es que en las prácticas cercanas, sociales y hasta privadas las verán incompletas e incapaces de opinar en cualquier ámbito que confiera a la maternidad por el simple hecho de no ser madres. Su opinión estará por debajo de quien sí lo es, y es que además sus necesidades afectivas, económicas, laborales y sociales estarán siempre para después: seguidas de aquellas mujeres que sí han cumplido con la encomienda social y biológica de la reproducción. Así, sus necesidades quedan en segundo plano porque la prioridad es la madre cuya estabilidad afectiva es esencial para la vida de otro ser. Además para las no madres, las necesidades económicas quedarán en segunda línea de aquella mujer quien tenga descendientes que alimentar; en el trabajo se espera de ellas la presencia constante e incondicional.
La realidad es que la sociedad, la familia, los amigos, los cercanos discriminan a las mujeres que no son madres. Una mujer después de los 35 años con o sin hijos en casa de sus padres no es vista de la misma forma; a la primera hay que siempre apoyarla, a la segunda cuestionarla. La primera puede opinar, la segunda no. La primera es luchona, la segunda es egoísta pues solo vela por su propia existencia sin ninguna responsabilidad de otros.
“La maternidad se convierte en la exigencia social que da sentido a la vida de la mujer, el eje de la subjetividad femenina, de su identidad genérica y personal. A partir de aquí se le atribuyen características como la sensibilidad, expresividad, docilidad, generosidad, dulzura, prudencia, nobleza, receptividad, acentuándose más en su caso, la orientación hacia los demás. Es como si su identidad se encontrara más conectada a la relación con los otros. Asimismo, se le considera más influenciable, excitable, susceptible y menos agresiva. Su comportamiento es menos competitivo, expresando su poder en el plano afectivo y en la vida doméstica”*. Pero incluso en la vida pública, en la profesional, las madres tienen autoridad sobre las que no lo son: los permisos, las concesiones, las prioridades, incluso en el transporte habrá que llevarlas a cualquiera que sea su necesidad de destino.
A las no madres se les exigirá que decidan, que lo expresen, que lo diga si quieren serlo, y si es lo contrario que también lo decidan. Al cuerpo de la mujer se le cuelga un reloj de arena, sutil ante la mirada de los otros, y se ejerce una presión constante ante la toma de decisiones, cuando la no decisión o la indecisión también es una decisión.
Ella imaginó su ser en otra vida paralela. En un momento de huracanes percibió la posibilidad de todo el trato y atención que nunca recibió, donde fuera reconocida y querida como aquellas mujeres que también son madres. Donde su palabra fuera importante, incuestionable. Cerró los ojos ante lo inesperado y pensó darse la oportunidad. Sintió estar haciendo lo correcto, lo que se esperaba de ella, aún en aquellos que no quisieran esperarlo. No sucedió. Ella no busca la maternidad, no está en su forma de vida, sin embargo sabe que si alguna vez la maternidad la encuentra difícilmente podrá negarla. Mejor que no la encuentre porque entrará en conflicto entre aquellos que dicen que sí, y los que dicen que no. Y volverá el aturdimiento que no escucha ni a su propio corazón. Ser o no ser, ésa es la cuestión.
Llegará el 10 de mayo en donde todas harán mención de cómo la maternidad las ha transformado y son mejores personas. También encontrará los enconados comentarios de aquellas que hablan de la libertad de elegir, del derecho de la mujer a decidir, pero que por ser madres también han recibido ciertos privilegios, que dicen no haber tenido la libertad de elección, pero que son las más felices “dividiendo sus corazones”. Habrá las otras, las que no son madres y que cuestionan la maternidad y han decido cerrar la puerta mucho antes de que la abrieran. Ella solo las escuchará, verá el despliegue de mensajes en las redes. Y seguirá pensando que no busca ser madre, que no tiene que cargar una pancarta que lo muestre, y que seguirá construyendo una vida para ella, que es lo que es y lo que será.
Fuente: Fernández Rius, Lourdes. “Roles de Género – Mujeres Académicas – ¿Conflictos?” en http://www.oei.es/historico/salactsi/lourdes.htm.