Si pudiéramos admirar a nuestro planeta desde la órbita del planeta Neptuno, con mucha probabilidad observaríamos a una pequeña esfera azul flotando en un negro mar de planetas y estrellas, todos a quienes conocemos y de quienes hemos escuchado hablar, habitaron ese pequeño punto azul, esta pequeña reflexión fue plasmada por Carl Sagan, gran divulgador de la ciencia hace más de cuarenta años. Para tratar de explicar lo vasto que es nuestro universo y el lugar que ocupamos en él. Como todos sabemos, compartimos el planeta con muchísimas otras formas de vida.
Durante el siglo XIX el biólogo alemán Ernst Haeckel realizó la primera división y clasificación científica de los seres vivos que habitan la Tierra, la división se hizo por reinos, es decir, el reino animal, vegetal, bacteriano, el de los protozoarios (pequeños animales microscópicos y unicelulares) y por supuesto, el reino de los hongos. Este interesante y misterioso grupo de organismos han tenido un rol vital en nuestro planeta.
Los científicos tienen evidencias fósiles de la existencia de éstos organismos en el planeta desde el período geológico conocido como Silúrico, hace más de 430 millones de años, es decir, 200 millones de años antes de que aparecieran los dinosaurios. En la actualidad los hongos pueden vivir en casi todos los ambientes del planeta, desde los semidesiertos, junglas, bosques y hasta la comida descompuesta dentro de nuestros refrigeradores. Éstos silenciosos organismos pueden tener formas, colores, sabores y olores muy peculiares, pueden lucir como pequeñas campanas o paraguas, e incluso pueden ser totalmente amorfos, como manchas malolientes que crecen sobre la madera podrida. Los seres humanos a lo largo de la historia conocida de nuestra civilización, hemos aprovechado las propiedades de estos organismos de muchas maneras, la más antigua de ellas, es el fenómeno conocido como fermentación, utilizada por primera vez por los Sumerios, los antiguos habitantes de Babilonia en el Medio Oriente hace más de 5000 años para producir vino, pan y cerveza.
En nuestro México, a los hongos se les han dado propiedades rituales por nuestros pueblos indígenas desde tiempos prehispánicos, el hongo conocido por los mexicas como “teonanácatl” hongo con poderosas propiedades alucinógenas se utilizaba en ceremonias religiosas para conectarse con los dioses. Pero, no es sino hasta el siglo XX que se tiene real conocimiento científico acerca de las cualidades de éstos organismos, en el año de 1928, el médico británico Alexander Fleming dá cuenta por primera vez del poder de un hongo en especial, el conocido científicamente como Penicillium notatum, el cual posee sustancias capaces de destruir bacterias con eficacia y por lo tanto curar infecciones severas, algo nunca antes visto en la historia de la medicina, es por esto que durante el periodo de la segunda guerra mundial esto ayudó a salvar miles de vidas, así es, un pequeño moho verdeazul que a veces crece en el pan y el queso, algo tan inerte e inadvertido se convirtió en pieza clave para reducir la mortandad en el mundo.
Los hongos son organismos fascinantes que debido a su constitución física y fisiológica a veces son catalogados como extraños o desagradables, sin embargo a ellos les debemos gran cantidad de beneficios ecológicos, así como a nuestra propia salud, son organismos antiguos que han estado en este planeta por cientos de millones de años, y puedo asegurar que permanecerán en nuestro planeta mucho tiempo después de que los humanos hayamos desaparecido.
Luis Guillermo Mendoza Lerma
Nadando en el aire
Bastó solo un poco de viento para que de esa pintoresca torre en miniatura saliéramos disparadas millones de esporas, todas idénticas, todas hermanas, todas libres. Fue así como después de tan gloriosa explosión de polvo de hada, me encontré nadando solitaria en el aire. Me gusta mucho esa analogía, porque al ser de un tamaño tan diminuto como el mío, el ser llevada por la brisa es equiparable a si me encontrara flotando en el océano, dejándome llevar por el vaivén de las olas. La única gran diferencia es que una vez que me asiento en el suelo, basta solo un poco de humedad para que la magia vuelva a ocurrir, para que bajo tierra se conforme nuevamente la armoniosa y telarañesca figura de los que conformamos uno de los grupos de organismos más fascinantes y diversos del planeta Tierra.
Las esporas de hongos somos como una pequeña semilla, pues cuando nos establecemos en nuestro nuevo sitio producimos una estructura blanquecina bajo tierra conocida como “micelio”, esa inmensa y frágil forma miceliar podría decirse que es el verdadero hongo, y las formas llamativas con “sombrerito” que aparecen cuando comienza la época de lluvias, son realmente las estructuras reproductivas, mismas que contienen cientos de esporas que serán diseminadas por el viento, el agua, o algún animalito que por accidente o con toda intención toque la formación que contiene todo ese “polvillo mágico” de esporas.
Frente a tus ojos, y al mismo tiempo sin que puedas percibirlo, el aire se tiñe de colores y formas fascinantes cada que un hongo libera sus esporas. Como no tenemos piernas para cambiar de sitio, la mejor forma de dispersarnos es a través del viento, cuando liberamos nuestras esporas con la esperanza de que recorrerán cientos de kilómetros para dar origen a nuevos seres de bellos colores y alocadas figuras. ¡Qué mejor forma de viajar que nadando en el aire! ¿No crees?
Israel Rodríguez Elizalde