Zoé. La nostalgia es solo de quien la merece - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Sí. Hace 20 años fui una fan adolescente de Zoé. La adulta contemporánea que he llegado a ser ya no, pero este sábado en el concierto nada impidió que recordara y cantara las viejas canciones.

A las 6:00 de la tarde llegué con mis hijos, ellos sí fanes y adolescentes, a la plancha de la Plaza de Armas que ya estaba atiborrada de gente. La primera muestra cercana de admiración al grupo la reconoció mi vástago menor, ¡mira, ma, allá va León Larregui, y por allá otro, y otro y otro! En un aporte cosmético, muchos chicos usaban el mismo no-peinado del frontman, la misma ropa, el mismo bigote. En panorámico, era evidente el amor que el público adolescente le tiene al grupo. Cómo no responder a la educación sentimental que los ídolos nos ofrecen, a las netas que nos salen en sus canciones.

Hasta ese momento para contrarrestar la espera todos éramos un archipiélago que entonaba las melodías a capela. Islas de personas que mostraban el rasgo más duro que nos hacía diferentes: la edad. Los más chavos hacían suyo el relajo entre risas, canciones y una combinación de gozo y sexualización de palabras y modos que corresponden a su estatus en el mundo; mientras, los chavorrucos tratábamos de mostrar alegría con café y cigarro en la mano. Nosotros ya habíamos hecho la tarea, pasamos la estafeta generacional a esos jóvenes en el simbolismo de una camisa de franela a cuadros rojos y negros, que de no haberme cansado de contar, sabría cuántas de esas prendas merodearon la noche, motitas de estos colores aparecieron por toda la plaza con mochila en la espalda.

Para cuando se acercaba la hora de inicio, mis hijos y sus amigos se fueron a buscar el frente del escenario, por lo que me quedé con los míos muy muy atrás para evitar lo más posible el aglomeramiento, ya saben, las reumas, pero fue imposible, rápidamente nos convertimos en un continente caluroso y ansioso.

Protegido por la oscuridad de la noche, tras de mí, un chico con un corte de pelo impecable, al igual que sus ropas, versaba un saca la soda, saca la mota una y otra vez, hasta que se puso en cuclillas para esconderse aún más y darle dos jalones con una pipa a una piedra.  A la par, el presentador subía al escenario para pedir los aplausos del público al municipio por los festejos del aniversario de la ciudad. Rechiflas. Chavos y chavorrucos juntos en una mentada de madre. El mapping. La historia de Aguascalientes tomando como lienzo la fachada de catedral. Un olor fuerte a mota. Fuegos artificiales. Sin el reflejo de la censura, el sonido que produce el destape de la chela comenzó a escucharse a coro. Una dos tres todas. Un ambiente de feria nacional.

Sin importar cuál banda inició el concierto, la gente la aceptó bien. Era el indicio de lo próximo. Y como la nostalgia es solo de quien la merece, para cuando inició Zoé las canciones a coro y los gritos no fueron solo de una tribu urbana, ni de un grupo poblacional ninguneado como millennials, sino que ahí los chavorrucos presentes brincamos. Todavía cuando nos acercamos al fuego se nos escurre el diablo. Como a mí, que al ver el sufrimiento de un chico por encender su cigarrillo entre tanta gente y no poder sacar el encendedor del pantalón, se me hizo fácil ofrecerle fuego del mío, a lo que aceptó gustoso ante los ojos atónitos de la novia, que con un reclamo al oído hizo que se movieran de lugar a pesar de ya no caber ni un alfiler.

Mientras, era más fácil ver las pantallas gigantes a través de los móviles de todos que directamente. Ese afán de ver un concierto en vivo a través del celular, grabar los conciertos para subirlos a redes y nunca más volverlos a ver. Perderse los detalles del momento. En mis tiempos…

Muy pronto llegó el encore, algo que a mis años ya no solo me parece innecesario, sino por demás ridículo, ya todos sabemos lo que quieren las bandas, la rendición de pleitesía que necesitan los artistas para sentirse valorados, pero los jóvenes a mi lado vitoreaban un otra otra emocionados. No los juzgo, yo estuve ahí.

Para cuando regresaron se infló mi mente con tantos recuerdos. Efrén, nunca estuvimos en un concierto de Zoé juntos, lo más cercano a esto fue quedarnos afuera de la placita de toros porque no ajustamos los boletos. Y así fue lo nuestro. A mi mente llegó el lunar en el pecho derecho de Martha Higareda en Amarte duele, la versión diluida en el canal de Xochimilco de los amores imposibles, free style de Romeo y Julieta. Me vi ridícula y desastrosamente a los 17 años siendo fan de Zoé.


El final final final llegó con una versión hard rockera de Love con un riff muy Detroit Rock City. Me gustó. La grabé con mi móvil como buena chavorruca millenial. Mis amigos tienen evidencia de esto para usar en mi contra.

Pronto, la Pangea se fue moviendo hasta disolver el continente, los archipiélagos, las islas, en individuos ávidos por un Uber aunque fuera con tarifa dinámica. La plancha del centro quedó como siempre, desde mis tiempos, siendo testigo de la basura incívica del éxtasis social, del sentimentalismo que ocasiona el peace and love.  


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Tania Magallanes

Jefa de Redacción de LJA. Arma su columna Tres guineas. Fervorosa de lo mundano. Feminista.

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