No recuerdan el origen de la disputa, simplemente no se hablan, conviven en la misma casa y no van más allá de saludarse con un movimiento de cabeza o las frases indispensables para pasar la sal de mano a mano, un día cualquiera, inevitablemente, frente a frente van a hablar de lo que salió mal, repartir culpas, sanar heridas, y fracasarán, cuando uno le reclame al otro su falta de interés en volver a comunicarse, el otro lo negará con todo su empeño: una vez compartí una de tus publicaciones en mi muro y tú no pusiste nada en los comentarios; la conversación seguirá ese rumbo, dilucidando si es o no verdad que no puso atención a lo que publicó en redes sociales…
Él sospecha, siempre sospecha, y aunque nada valida los celos que siente, el tiempo libre lo dedica, incansable, a buscar las interacciones de su pareja con el resto del mundo, le cuenta los likes que prodiga, los emoticones que reparte, el intercambio de memes en que se involucra; una tarde cualquiera, cuando, al paso, ella diga el nombre de un tercero, el resorte de la sospecha hará brotar su Otelo interno; lo que iba a ser una noche acumulable en la cuenta de los días felices se transformará en la ocasión en que ella se quedó muda ante una referencia de la que no tenía memoria, la ocasión en que para siempre rompió con el pacto de fidelidad…
Una pareja tradicional en todos los sentidos, ufanos se presentan como casados por todas las de la ley, se unieron y crecieron en una época en que los teléfonos tenían disco de marcar, hoy viven la modernidad de los smartphones con una sensación de atraso constante; alguien, quien sea, les hace notar que no están en redes, caritativo, los auxilia a abrir sus respectivas páginas. Tarde o temprano, uno de los dos, le reclamará al otro por todo lo que no ha escrito sobre sí mismos. Tarde o temprano, a uno de ellos, lo desvelará la idea de todo lo que el otro le oculta…
Es su perfect match, así lo reitera la aplicación: las coincidencias promedian el 80 por ciento, les gustan las mismas canciones, avisan que han estado en los mismos lugares, fotografían platillos similares, anhelan públicamente acudir a los mismos conciertos, sus preferencias se empalman homogéneas; nunca han tenido una conversación, uno cree que el otro tiene conciencia de que existe por las concomitancias que destaca la red. Se armará del valor que le dan el cálculo de esas afinidades para proponer una cita que no se ha de cumplir, el otro desconfía, no lo conoce, nunca lo ha visto. A partir de ese desaire lo transformará en el objeto de su encono, con su silencio tiró a la basura todo eso en lo que eran similares. Odiará para siempre, en forma constante, creciente, cada vez más pública. Hasta que todo eso que ha ido acumulando justifique un ataque…
El amor lujurioso ha mutado en indolencia persistente, deciden alejarse, cada quien su camino, sus espacios, dividen bienes y proyectos, separan en columnas aquello que los unía, acuerdan romper vínculos, incluso aquellos que la vida digital les ha impuesto; prometen, después de un tiempo, encontrarse de nuevo, para con el cálculo de la individualidad recuperada reconsiderar si es posible volver a intentarlo. Cada noche, todas las noches, ambos se espían, miran cómo vive el otro la soltería recobrada, a pesar de la felicidad compartida en el pasado, se desean la más honda de las tristezas, inventan y reprochan en la oscuridad al personaje que encuentran en la pantalla, ese que no conocieron y hoy suponen que siempre estuvo oculto. No, no se volverán a ver…
Son amigos, de esos que proclaman en voz alta su filiación, familia se dicen, forjaron sus lazos sentimentales en la juventud, creen que nada modificará la sensación de pertenencia que los identifica: la madurez los alcanza y separa, cada vez con mayor frecuencia las responsabilidades adquiridas aplaza los encuentros, se vuelcan en las redes, intercambian comentarios, manitas arriba, gráficos de aliento, cada vez menos se sientan a la mesa o se detienen en una esquina y se abrazan sin decir nada, todo lo han dicho en la red, con palabras de otros, sí, con imágenes ajenas, sí; de tarde en tarde, uno u otro se detiene con el teléfono en la mano, recuerda una canción que los definía, lo invaden las ganas de escucharla juntos, y todo lo que se le ocurre es enviar algo chistoso que aligere el peso con que las lágrimas se anegan en los ojos y se derraman…
Son amantes, nunca se habían sentido tan plenos por la confianza con que ciegos dan el paso al frente al escuchar la voz del amado, entre cuatro paredes no requieren constatación de nadie más para entender que no hay justicia en el amor, que el papel de amante es rotatorio y no demanda cronometraje, sin palabras, en ese otro lenguaje que es el silencio de los cuerpos entrelazados, encuentran las certezas que justifican el deseo constante. Cada encuentro es un incendio y les basta, hasta el momento en que uno de los dos, no importa quien, cuando la cama aún es brasa, busca en la pantalla todo lo que no necesita…
Coda. ¿Quién comprenderá por qué dos amantes, que se idolatraban la víspera, por una palabra mal interpretada, se separan, uno hacia oriente, otro hacia occidente, con los aguijones del odio, de la venganza, del amor y los remordimientos, y no se vuelven a ver más, cada uno embozado en su solitaria soberbia? Conde de Lautréamont. Cantos de Maldoror.
@aldan