De manera general el grueso de la población vivimos en una dinámica de acelerada cotidianidad, trabajamos para cubrir nuestras necesidades más básicas, nos rodeamos de personas que nos proporcionan algún beneficio o no y nos regirnos sobre unas reglas que otros propusieron.
Sin embargo, peor que lo anterior hay quienes simplemente existen, entre un vaivén de emociones padecen verdaderas tragedias, en escenarios idóneos en los que prevalecen vicios, violencia, abusos, incluso a edades cortas de su existencia, donde falta y ocurre de todo.
Pocas veces hacemos un alto en el camino para reflexionar acerca de lo que pasa frente a nosotros, nos hemos vuelto insensibles y ajenos a lo que a los demás les sucede, lo importante dicen, es sacar el mejor provecho de aquello que se nos presenta y creyendo que el valor económico nos llevará a la felicidad.
De pronto, el tiempo se termina, abruptamente, quizás durante un sismo, tal vez por coincidir en el camino de un desquiciado que a quema ropa decide que es momento de hacer justicia, o incluso a propia mano, simplemente por las circunstancias, que son las que nos llevaron a no encontrar una solución a nuestros problemas.
Es un hecho que no se ha podido encontrar un mecanismo eficiente de apoyo a personas que padecen depresión, más aún, a aquellos que fallidamente han tratado de suicidarse al considerar que es la única opción que tienen para evitar el sufrimiento. Ni desde los gobiernos, ni como sociedad.
Los motivos por los que las personas están tomando una determinación así para la mayoría serían insuficientes, sobre todo cuando la edad es corta y hasta un regaño de parte de los padres es razón suficiente para dejar de existir.
La falta de recursos a las instancias que debieran atender esta problemática es a decir de los gobiernos, el primer factor determinante para no prestar una adecuada atención a quienes de forma desesperada buscan una orientación, a veces menos que eso, simplemente a una persona que les escuche.
Esta misma semana, llovieron denuncias a las instituciones correspondientes, respecto de la falta de preparación del personal que recibe las llamadas de urgencia – si es que atienden la línea telefónica-, el poco tacto de varios de los empleados de las instituciones encargadas en orientar y canalizar a los pacientes para que reciban una adecuada atención; la escasez de medicamentos incluso hasta por meses, en pocas palabras el mal servicio que ofrecen.
La respuesta oficial si fue inmediata, pero con el discurso de siempre, a propósito de concentrar los esfuerzos para mejorar la atención y distribuir las partidas necesarias para fortalecer a los organismos de apoyo y que en las cifras esto se vea reflejado.
Más allá de eso, está la falta de atención desde la familia a niños y jóvenes, volvemos a ver una sociedad sin valores que busca el beneficio propio, que hace a un lado lo que le estorba, si es necesario hasta a otras personas.
No logramos identificar situaciones de riesgo, no contamos con mecanismos de respuesta inmediata a esta problemática y no dejamos ver en números los casos que a diario suceden.
Son personas, son familias las que están inmersas en escenarios destructivos, son padres y madres ausentes, gente dependiente emocionalmente de otros, seres humanos que viven en la miseria, son todos estos casos los que a ojos de los gobiernos se vuelven estadísticas.
Mientras la base de la sociedad no se fortalezca y hasta que las autoridades no le entren al tema de forma contundente, seguiremos lamentando los cada vez más frecuentes casos en los que las personas deciden acabar con su existencia.