Vendrán días difíciles porque lo has perdido todo y los demás ya están dormidos. Ellos intentan regresar a la normalidad, hablar de otras cosas, bromear sobre las grietas y los perritos rescatistas, mientras tú sigues varado en la incertidumbre, navegando de un hogar a otro. Buscas un nuevo departamento dónde vivir, sumas la inversión total de las cosas perdidas, duermes con miedo a que algún día el techo se agriete y caiga sobre ti el buen vecino. Lo único que puedo decirte sobre esto último: no temas, nunca he sabido de muertes por los temblores de madrugada. Sobre lo demás: no desesperes, los días son difíciles, pero sigue hablando, hay gente que escucha y todavía dispuesta a ayudar un poco. Te sorprendería saber cuántos abrirán su casa para que duermas hasta que salgas adelante. No te calles.
El “regreso a la normalidad” no es el olvido. Lamentablemente algunos no tienen remedio y tardarán más que otros en el regreso a la vida diaria, las batallas comunes, pero creo que todos pensamos en lo mismo, quizás tendremos la cabeza revuelta durante años. En mi pueblo, cuando salgo a correr y enfilo hacia la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, veo las torres sin cúpulas. Su quiebre parece torpe, como si alguien hubiera mordido una galleta. Dios ha dado un manotazo a la iglesia, declarada patrimonio de la humanidad, o los gigantes reclamaron un pedazo de tierra. Regreso a casa y miro las grietas, pequeñas grietas, y pienso en ti que andas de casa en casa, y pienso en los que no duermen por las pesadillas del temblor, pienso en todas las conversaciones de madrugada y creo que toda la vida preguntaré cómo estás, todo bien, dime algo.
Habrá alguien que te diga que está tragedia sólo es una capa más en el pastel mexicano de tragedias (de origen humano): el narco, los desaparecidos, la trata, los políticos que defraudan. Quizás tiene algo de razón porque verás a los medios capitalizar con el 19s: Frida en la televisión, 15 historias de amor después del temblor, te diremos en esta nota las zonas más seguras después del sismo. La trivialización puede ser engañosa, pero tú sabes lo qué pasó. Tú caminaste esas calles, moviste lo escombros, metiste salvación en bolitas de plástico.
Gente sensata abandonará la ciudad pero tú no puedes, tienes deudas, tienes familia, tus perritos no quieren otro parque y es el mejor trabajo que puedes conseguir; no tienes por qué permitir que una naturaleza caótica te despeje así de tu memoria, el lugar de tus pasos, los cimientos del individuo. Prefieres seguir errante antes que abandonar, antes que rendirte y comprendes, mirándote a los ojos de un espejo ajeno, que nunca regresarás a la normalidad. La simulación está rota.
El amable recordatorio de esta nota: no confíes, no lo hagas mínimo si no puedes y no pretendas si sientes que te ahogas, habla con alguien. Hay gente que todavía necesita ayudar a otros y está alerta. También la persona se agrieta, se rompe un poco y debe trabajar en componerse, hacerse un nuevo pedazo de alma y pegarlo con engrudo, o con un chicle. ¿Recuerdas la fábula del zorro en el teatro? El zorro recoge la máscara, acaricia las heridas en el barro, pretende ser gente y aunque musita que es estúpido, ha quedado marcado por la sombra. Al final, dioses primeros, algo sabían porque nuestra alma parece un objeto de barro. Barro que uno constantemente está moldeando, reconstruyendo o rompiendo. Pájaros que recogen toda clase de cosas para su nido. El que siempre ha sido errante sabe que la memoria es un juguete. No te canses, sigue.