Giro la esquina, es de madrugada, frente a mí, a unos metros, camina por en medio de la calle un hombre, reduzco la velocidad del automóvil en espera de que él recupere la banqueta, asaltado también por la duda de si está solo o si a propósito se vuelve un obstáculo para que detenga el auto. Trae un bate en la mano. Reduzco la velocidad al mínimo, pero no me detengo, él se orilla un poco, apenas lo suficiente para dejarme pasar. Está furioso, ahora puedo ver su rostro, mal iluminado por las luces de esa calle, los postes de luz están a distancias inhóspitas uno de otro, de no ser por los focos exteriores que algunas casas dejan encendidos por la noche, poco se podría distinguir. Balancea el bate y cuando paso junto a él, se inclina para mirar hacia el interior de mi auto, asiente. Por el espejo retrovisor lo miro recuperar la calle, con paso decidido, sin dejar de abanicar el aire con su arma, porque eso es, lo intuyo cuando en la esquina leo la manta que indica que en esa calle los vecinos se han organizado, ellos son los que vigilan, quienes se ocupan de lo que debería hacer la policía.
Mi sobrino es nuevo en esta ciudad, lo que sabe de ella es por las referencias que le pueden dar quienes la vivimos desde hace mucho tiempo, entres esos informes, invariablemente, le dirán que es un lugar seguro para vivir; por eso le sorprende tanto que alguien le haya robado su bicicleta. Un vecino, seguro un vecino, me dice, porque sólo alguien que vive cerca puede saber que el candado de la reja está sobrepuesto y es sencillo desmontarlo del seguro, entrar al patio y llevarse la bicicleta estacionada ahí. Dice mi papá, me cuenta, que seguro es alguien que tiene necesidad y por eso se la robó. Le contesto que ninguna necesidad justifica el robo, y enseguida me arrepiento, porque añade que entonces entiende menos que le hayan robado su bicicleta porque en esa cuadra no se ve que haya gente pobre, ¿se la llevarían por maldad? En la esquina de donde vive mi sobrino también cuelga una manta avisando a los ladrones que los vecinos están organizados y que lo piensen dos veces antes de cometer una fechoría porque se las tendrían que arreglar con quienes, desesperados, buscan justicia por mano propia.
Harto, el presidente regaña a la audiencia, que porque por cualquier cosa culpamos a la corrupción, ruin, desestima a quienes creen que el sistema está corrupto, alecciona simplificando “casi casi si hay un choque aquí en la esquina, ah, fue la corrupción, algo pasó en el semáforo, quién compró el semáforo que no funcionaba”, dice Enrique Peña Nieto, a quien es inútil intentar explicarle que, efectivamente, si el semáforo no funciona adecuadamente puede deberse a la omisión de alguien en sus funciones; enseguida, perversamente, indica que los socavones “pasan en todas partes del mundo” y que estamos mal, todos nosotros, por querer “encontrar un responsable, un culpable, y siempre decir: es la corrupción, cuando no necesariamente asiste el que detrás de un evento consecuencia de algo, tenga que ver la corrupción”… Es evidente que el presidente jamás ha tenido que confrontar a una de las víctimas, mirarlo a los ojos y decirle: nadie es culpable de la muerte de su hijo, esposa, familiar, nadie.
Las autoridades encargadas de la seguridad en la ciudad que vivo se complacen en anunciar que todo es cuestión de percepción, nos culpan por no creerles, porque no aplaudimos la recuperación de autos y señalamos que el número de vehículos robados va en aumento, suspiran desesperados porque la estadística refleja esa sensación de ahogo de los habitantes, que con mayor frecuencia ya no se respira tranquilidad en las calles. Sentirse así, es identificar la corrupción, percibir que la ausencia de políticas públicas en materia de seguridad corrompen: “Hacer que un cuerpo o sustancia orgánica se descomponga de manera que huela mal o no se pueda utilizar. / Hacer impuro el aire o el agua de manera que huela mal o no se pueda respirar o utilizar”, define el diccionario, ¿es o no corrupción que un hombre deambule violento por la madrugada?, ¿es o no corrupción que a un niño le roben su bicicleta y no pueda acudir a ninguna autoridad?, ¿es o no corrupción que la autoridad ceda a los ciudadanos la obligación de proteger a la sociedad?
Por supuesto, hay gradaciones, matices que deben considerarse antes de calificar un hecho y buscar un responsable, hablaremos de ellas cuando ese hombre que deambula con un bate golpee a quien le parezca sospechoso, que nos las definan cuando al ladrón que quita el seguro para llevarse una bicicleta le parezca que tiene el derecho de entrar a una casa y llevarse algo más; la vigilancia ciudadana no es la solución, no se puede vender esa idea como parte de un proyecto de cercanía de las policías con los ciudadanos, no se puede dejar en manos de quienes no están preparados esa tarea, no, si antes no se realiza una labor concienzuda que nos permita a todos que la justicia no tiene que ver con la venganza, que la prevención no consiste en evitar que un hecho delictuoso ocurra sino en generar las condiciones para que no existan. Mientras no se quiera definir el problema, no se resolverá.
Coda. El discurso ruin de Enrique Peña Nieto sobre la necedad de la sociedad por siempre querer encontrar un culpable y llamar a las fallas del sistema corrupción, no solamente es vergonzoso, es un peligro, porque justifica que las cosas pasen como por generación espontánea, porque evita preguntarse sobre la responsabilidad, y eso es impunidad.
@aldan