Impuntuales, los dos llegaron al mismo tiempo. Si alguno de ellos hubiera consultado su celular -ninguno usa reloj- habría advertido que estaban presentándose cuarenta y dos minutos después de la hora acordada. La coyuntura resulta anómala ya que ambos son gente reputada como formal y respetuosa de las agendas, la propia y las de los demás. Más raro aun, nadie ofreció disculpas. Enseguida de un saludo raudo y sobrio, entraron juntos a la cafetería. No había nadie haciendo fila. Embetunado de una amabilidad ramplona que rayaba en la grosería, un sonriente efebo les dio la bienvenida.
– ¿Qué van a tomar, amigos?
Al menos no los llamó chicos. Ye pidió un expreso americano.
– ¿Tamaño?
– Grande…, es decir, venti.
– Igual para mí –dijo O.
Cada quien pagó su consumo. Sin hablar, aguardaron sus bebidas en la barra. Luego otearon por un lugar en donde sentarse… Nada, el sito estaba atestado.
– ¿Afuera?
– Afuera.
O y Ye salieron para instalarse en la única mesa desocupada. Tragos a sus sendos vasos desechables… Dejaron pasar un par de minutos, tal vez para aclimatarse al fatigado fragor que la gente acomodada en el resto de las mesas provocaba, una estridencia más bien apagada, sin risas, interrumpida constantemente por esquirlas de silencio… La tristeza sigue instalada en la ciudad, pudo pensar cualquiera de ellos. O también: mucha gente sigue con el ánimo agrietado, sin resanar…
– ¡…! —suspiró alguno de ellos, quizá ambos.
– El terremoto del 19 de septiembre…
– ¿Cuál?
– ¿Cómo que cuál? Pues el que ocurrió aquí, en la Ciudad de México.
– Sí, pero a cuál te refieres…, ¿al temblor o al sismo?
– ¿…?
– Al mañanero del 19 de septiembre todo mundo le llama temblor, y al que sucedió 32 años después, exactamente el mismo día, pero a las 13:14 horas, le llamamos sismo.
– Ya… El temblor de 1985. El sismo de 2017.
– Ajá.
– Ok. Entonces me refiero al sismo…
– Te refieres pues al del martes de hace dos semanas, no al del jueves de finales del siglo pasado.
– Sí. El sismo del martes 19 de septiembre de 2017 me sorprendió mientras leía una novela de Paul Auster –en sincronizado movimiento, los dos levantan su café y beben. Por la cabeza de uno y otro pasa un pensamiento fugaz: ¡’uta, qué fuerte estuvo!
– …
– …
– ¿Qué novela de Auster? ¿La nueva? 1234 se llama, ¿no?
– No, 4321. Pero no, la nueva no, más bien la más vieja, la primera…
– ¿La más vieja? The Invention of Solitude, de 1982.
– Esa es su primera obra narrativa…, pero no es una novela, es un libro autobiográfico.
– Entonces Squeeze Play. Ésa sí es novela y también fue publicada en 1982.
– Correcto: es novela, y previa a la que estaba yo leyendo cuando empezó a temblar…, pero considera que no la firma Paul Auster, sino…
– Bueno, sí: Paul Benjamin, un sobrenombre, un pseudónimo… De acuerdo, entonces… Déjame pensar… ¡Ya: qué inapropiado resulta que el 19 de septiembre te haya pillado en la Ciudad de México leyendo City of Glass!
– Así fue… Ciudad de cristal.
– ¿Pero ya la habías leído, no?
– Pues yo creía que sí.
– ¿…?
– Es que la traía confundida con The Brooklyn Follies.
– Esa es mucho más reciente: 2005.
– Y Ciudad de cristal es la primera novela de La trilogía de Nueva York.
– Ojo: la primera edición es de 1985.
– Sí, pero preferiría no subrayar eso…
– Ok, a un lado cualquier coincidencia telúrica… Entonces nos quedamos en que es la primera novela que Paul Auster firmó como Paul Auster…
– Y en la que aparece un personaje que se llama, precisamente, Paul Auster.
– Bueno, en estricto sentido, no. Recuerdo que en la novela hay dos personajes que se llaman Paul Auster: un detective, que nunca aparece…
– Claro…, el detective y el escritor.
– ¿El escritor que se hace pasar por el detective?
– No, no, no… Está Paul Auster, el detective al que buscan por teléfono; Paul Auster, el escritor, y además otro escritor, Daniel Quinn…
– Ya recuerdo: Quinn es otro escritor, el protagonista de la novela, el que se hace pasar por Paul Auster, el investigador privado.
– En efecto: Quinn, aunque sus libros no los firmaba con su verdadero nombre, sino como William Wilson.
– Novelas de misterio, ¿no?
– Sí, protagonizadas por su detective narrador, un tal Max Work.
– A ver…, Quinn se hacía pasar por William Wilson para escribir novelas en las que, en primera persona, Max Work relata sus aventuras.
– O Wilson poseía a Quinn para que escribiera como si fuera Work.
– También, aunque Wilson termina siendo el menos real: más allá del pen name, era una especie de médium para que Quinn conectara con Work.
– Claro, Quinn es el verdadero escritor.
– ¿Verdadero? Quinn es un personaje. En Ciudad de cristal Paul Auster narra la historia de Quinn, quien se hace pasar por Paul Auster, el detective, y además conoce a Paul Auster, el escritor.
– ¿Y qué caso tiene?
– ¿Qué caso tiene escribir una novela en la que uno mismo aparezca como personaje?
– No, ¿qué caso tiene Paul Auster, el detective?
– Ah, ya… Bueno, al parecer su trabajo es socorrer a Peter Stillman, evitar que lo maten.
– ¿Que lo mate quién?
– Peter Stillman… Recuerda: Paul Auster es contratado por Peter Stillman hijo, aunque en realidad quien paga es la esposa, para que siga a Peter Stillman padre, puesto que teme que quiera matarlo.
– Ajá, un posible filicidio.
– Pero no te cuento más… Si no te acuerdas, léela de nuevo…
– Ajá…, el próximo terremoto…
– … que caiga en 19 de septiembre.
Agotada el asunto, se acabaron su café, se levantaron y se fueron…, simultáneamente.
@gcastroibarra