Chango viejo sí aprende / Mar profundo - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Chango viejo no aprende maroma nueva, dice el dicho. Cierto o falso, está tan presente en la cultura que pocos podrán decir que nunca lo han escuchado. Crecemos pensando que cada acto, conducta o creencia es difícil de cambiar o modificar. Dependerá de cada perspectiva, muchas veces sustentada justo en aquello que alguna vez intentamos y que no pudimos cambiar. Y entonces para qué intentarlo nuevamente.

En la historia de la humanidad, en nuestras historias cercanas o en nuestras propias historias de vida, existen momentos de epifanía que nos incitan a un cambio. La motivación es quizá el primer elemento que conlleva la ruta hacia esa transformación. Sin embargo, la epifanía no deja de ser una mera revelación y corre el riesgo de permanecer estática justo en ese momento sino nos mueve hacia la acción. En algún momento del día, y todos los días, hacemos conciencia de los cambios que valdría la pena hacer en nuestras vidas.  Cuestionamos nuestras creencias, nuestros valores, nuestras acciones y los resultados que hemos obtenido de ello.  También nos enfrentamos a nosotros mismos y somos capaces, cuando no nos favorece, de cerrar la cortina para no querer ver más allá, y cerrando así todo posibilidad de mejora, otra vez en el temor de equivocarnos.

Pensar en cambios siempre es visto como oportunidades de mejorar nuestra forma de vida, nuestro sentido de la vida, nuestro estilo de vida, buscando que adquiera otros alcances más allá de los propios límites que consciente o inconscientemente nos hemos planteado. Este proceso parte de sistemas de autoevaluación, en donde ponderamos nuestras expectativas y enjuiciamos nuestros actos, pero que en función de los resultados, los relacionamos o no con la toma de nuestras decisiones. Y es que si los resultados nos favorecen, reforzaremos las conductas para el mayor beneficio de los propios logros; pero si no son de nuestro agrado, entramos en conflicto ante la decisión de hacer los cambios de ruta o simplemente dejar que lo que ya ha sucedido siga ocurriendo. Y es entonces cuando, ante el balance de los resultados no favorables, arraigamos nuestras conductas… porque siempre requerirá un mayor esfuerzo y compromiso abrir la  posibilidad de nuevas rutas para inclinar la balanza hacia aquello que nos favorezca.

El detalle estriba en que muchas veces somos capaces de reconocer las nuevas posibilidades que se plantean en nuestras vidas. Sin embargo hacer los cambios adecuados siempre requerirá de un mayor esfuerzo, en donde poner en cuestionamiento aquello en lo que siempre hemos creído y valorado, no se soporta, lo que nos lleva muchas veces a reconocer que en dado caso también justo eso nos ha llevado a donde estamos hoy.

Cada uno de nosotros interpreta sus conductas dentro de sus propios términos con base en aquello que creemos y que valoramos, sin embargo somos incapaces de reconocer que muchas veces nuestros valores y creencias han sido determinados por los otros, y al mismo tiempo controlados por los mismos. Así, estamos sujetos y dispuestos a la jerarquía de valores y creencias que establecimos y que fuimos estructurando por medio de las relaciones que entablamos con el mundo. El detalle estriba cuando en dichas creencias nos enfrentan a cambios de ruta, de perspectivas, y de jerarquías que nos plantean ajustes en nuestras decisiones.

Manolete S. Moscoso, en Hacia un análisis cognitivo del cambio conductual: el comportamiento social pro activo, explica que “cada persona mantiene una jerarquía de valores, los cuales dirigen su enfoque mental de manera constante. La atención que la persona presta a los eventos y circunstancias en su vida diaria, están fundamentalmente basados en esta sistema de valores. Estos valores indican lo que es más importante para cada persona, y qué tipo de acciones van a generar mayor placer. Es por esta razón que la atención está dirigida a ese tipo de acciones con el simple propósito de obtener placer. A estos valores se denominan valores de acercamiento (v.g., amor, poder, éxito, felicidad, seguridad). Por otro lado, existen otro tipo de valores que van a atraer la atención por el hecho de que causan dolor. Por lo general, este segundo tipo de valores impulsan a “fijar la atención” en determinadas circunstancias de la vida cotidiana con el propósito justamente de evitar dolor, por lo tanto “es necesario” evitarlos de cualquier manera. A éstos se les denomina valores de retirada. Estos valores crean estados emocionales tales como hostilidad, frustración, cólera y resentimiento. El individuo trata de evitar estos estados emocionales debido a que causan dolor. Es importante entender que estos dos tipos de valores tienen una jerarquía, la cual es evaluada y valorada por cada individuo con base en prioridades que cada uno tiene en su vida”.

Sin embargo, habrá que reflexionar que muchas veces, el amor por ejemplo, también se convierte en un valor de retirada. Tememos amar o ser amados. Y es entonces justo ahí en donde también nuestros valores y creencias entran en juego. Ante ello S. Moscoso abunda en que “es muy común vivir en conflicto con el propio sistema de valores; cuando ello ocurre se experimentan serias limitaciones, particularmente en relación a las metas y bienestar personal. Éste conflicto conduce a un autosabotaje de los planes, metas, y acciones”.

La flexibilidad, según los especialistas en el análisis conductual se convierte en la herramienta esencial para generar un cambio en nuestras vidas. En ello entramos en la disposición de aprender nuevas maromas que nos permitan sortear los cambios que se presentan a lo largo de nuestras vidas. Porque arraigar valores y creencias más allá de otorgarnos una base de conducta, también limitan las posibilidades incluso de mejorarnos. Creer que un trabajo en el extranjero es sinónimo de éxito, que la conformación de una familia es la única forma de cumplir con la expectativa social de éxito afectivo, y además estancarnos e imposibilitarnos en nuevas y distintas formas de vida nos frustra hasta llevarnos a la conceptualización del fracaso. Porque el fracaso no existe, si es que este no ha sido implantado por aquello que nos hicieron creer era sinónimo de éxito.

Desprendernos de nuestros trucos de vida, permitirnos la posibilidad de reestructurar nuestros sistemas con base en quien realmente somos – y no quienes creen los otros – quizá sea la primera lección en el arte de “malabarear” . Aprendamos nuevas maromas. Que nadie le haga creer que es usted un chango viejo.



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