En el 32 aniversario del Terremoto del 85 se registró un sismo con una magnitud de 7.1 que nuevamente movilizó al país, demostrando una importante solidaridad. Por ejemplo, en medios sociales se ofreció alojamiento, se compartió información sobre requerimientos de las personas damnificadas y para las acciones de rescate, lista de albergues, hospitales con servicio gratuito, además de que se notificaba sobre personas no localizadas y rescatadas. Por supuesto que este tipo de hechos nos recuerdan nuestra vulnerabilidad más allá de cualquier tipo de estratificación, sin embargo, esto no ocurre con todos los sucesos que deberían conmovernos hacia la cooperación, coordinación de esfuerzos o, al menos, a ser sensibles ante diferentes problemáticas.
Los desastres naturales presentan escenarios en los que la población puede recordar la vulnerabilidad de la condición humana más allá de la cercanía física o simbólica con las personas afectadas, sin embargo hay acontecimientos en los que, por diferentes procesos históricos, estructuras mentales, sociales y culturales, se minimiza ese vínculo de proximidad, como las diferenciaciones que se llegan a expresar entre el asesinato de un empresario y el de una trabajadora sexual, el terrorismo en París frente al que padecen en Siria, la desaparición forzada de demandantes sociales en comparación con el secuestro de personas de clase alta, los bloqueos de organizaciones religiosas frente a las demandas de la disidencia sexual, en sí, todo un cúmulo de distinciones entre lo que importante y lo que no.
Debemos impulsar, al menos entre nuestros círculos cercanos, la búsqueda de empatía al reconocernos con la misma condición humana en desventaja ante la fuerza de la naturaleza y ante un cúmulo de malestares en los que las misma sociedad es partícipe, como la violencia y la discriminación pero, ciertamente, sin olvidar las diferencias que marcan desigualdades para no omitir el riesgo y vulnerabilidad particular de ciertos grupos y sectores para así actuar en la medida correspondiente, ya que el actuar de manera igualitaria sin reconocer la preexistente inequidad no nos permitirá avanzar hacia una mejor sociedad. Es una tarea difícil, pero en la medida en que nos observemos como endebles y diferentes, podremos ir justamente nivelando terreno.
Y para ello, un inicio es respetar el dolor ajeno, el drama, el trauma. Tal parece que en la búsqueda de felicidad se ha llegado hacia un punto en el que se evita cualquier tipo de conexión pensando en que esto afectaría nuestra aparente tranquilidad emocional, mientras que quienes expresan sus emociones de tristeza, preocupación o ansiedad terminan sobajados a términos de insalubridad mental; y aunque es necesario reconocer ciertos niveles en los cuales se presenta dicha condición psicológica que requiere de atención profesional, en el entorno es trascendente evitar la burla o el aislamiento, pues incluso la racionalidad implicaría el aceptar este tipo de momentos melancólicos, depresivos o de alteración.
En Aguascalientes se presenta el suicidio como una problemática social y de salud pública que requiere de una urgente actuación, pero ¿cuántos de nosotros hemos minimizado el malestar de un conocido o amigo a un simple drama que preferimos no escuchar?, ¿cuántas personas han tratado a otra como alguien que sólo quiere sufrir, que sólo hace pancho o exagera cuando únicamente busca a alguien con quién desahogarse? Por supuesto que se requiere equilibrio pues no podemos fungir como pilares emocionales de todos frente a todo y cada uno requiere encontrar sus mecanismos de resiliencia, pero toda vez que se actúe con empatía.
La búsqueda de esta cercanía y empatía con el otro, a pesar de la diferencia y reconociendo la desigualdad, justamente evitaría la compasión mediática de una forma retorcida mediante la cual se consumen y demandan contenidos gráficamente trágicos, morbosos o perturbadores, práctica que parece exponer una pesquisa por la apoteosis, en el que al saberse lejano de la vulnerabilidad a la cual se encuentra un tercero se supera la condición humana y se llega a la posición de un dios que juega como espectador distante ante la tragedia.
Como lo plantea Jeffrey Alexander, el trauma [el drama] ha transformado a las sociedades, como las guerras, invasiones, colonialismo, periodos de represión contra ciertos grupos, el mismo Terremoto del 85 o el 9/11, pues a través del dolor ampliamente compartido parecen diluirse las diferencias que segmentan, se reconocen las que impulsan la actuación por la equidad y se suscitan actos de solidaridad. Por lo que, si bien es cierto, la victimología debe pasar hacia la propuesta de cooperación y resiliencia, no se debe olvidar que es justamente la pena reconocida en el otro lo que nos impulsa a reconstruir, en conjunto, un mejor entorno en el que tal vez, algún día, podamos recibir ayuda.
Así como nos parece imprudente la mofa precoz ante los desastres del sismo de este 19 de septiembre de 2017, también debemos buscar templanza ante las afectaciones por desastres naturales en otras latitudes; así como expresamos solidaridad por los prisioneros de guerra procedentes de naciones del llamado primer mundo, también debemos reflexionar sobre el entorno que posibilita las desapariciones forzadas en México; así como nos preocupan los secuestros, debemos denunciar y exigir una reeducación para minimizar los feminicidios.
Los mexicanos nos solidarizamos ante este reciente sismo por la cercanía, por nuestros amigos y familiares, pero al final del día, en cada hecho que afecta a otro sufren seres humanos, cada uno de esos sucesos son sus particularidades, cada uno con sus condiciones de reproducción, cada uno son sus grupos a los cuales les pertenece una causa, pero todas y todos bajo la condición humana que busca seguridad y oportunidades de desarrollo. Que la vulnerabilidad nos despierte, que el drama nos mueva, que el trauma nos haga memoria y que la empatía nos haga actuar en unidad.
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