Se dice que después de la tempestad viene la calma. Y tras los aciagos acontecimientos sucedidos en los últimos días, lentamente todo vuelve a una normalidad que, paradójicamente, ya nunca más será la misma. Porque, aunque quisiéramos no podremos olvidar esta serie de fenómenos que ahora forman parte de nuestra historia, y como tal, también nos definen en nuestro futuro.
Hay algunos eventos que se vuelven un parteaguas en nuestra vida. Más allá de lo obvio que resulta pensar en los cambios que se encuentran sufriendo quienes perdieron sus posesiones más valiosas, vidas de seres queridos, bienes materiales, tranquilidad o estabilidad, en la vida social, económica y política de México, seguramente esta serie de fenómenos será de esos que marcan un antes y un después.
La transformación que se pretende en materia política se vislumbraba a raíz de la más reciente reforma y la inminencia de la elección presidencial. Era un evento cantado porque además era algo que se venía dando en los últimos procesos: tras las elecciones presidenciales, al menos las de este siglo, venía aparejada una reforma electoral. Sin embargo, esa obra en formación, que tenía por lo menos unas decenas de meses para madurar, se apresura por nacer, con incertidumbre y altas expectativas.
Podemos (y, en su caso, debemos) analizar en diferentes perspectivas las reacciones que se generen en los distintos ámbitos de la vida sociopolítica. El día de hoy solo será una especie de texto introductorio, dejando para la reflexión un par de nociones en este debate electoral.
A partir del proceso electoral que estamos iniciando tanto en el ámbito federal como local, se hace imperativo un nuevo esquema de participación en la contienda. Siempre hemos partido, y esto no es novedad, de un principio inmutable de desconfianza. Trataré de explicarme. Imagine usted que a su casa llega un sobre, entregado por el servicio postal nacional, que contiene en su interior una boleta electoral para que pueda marcarla y devolverla por correo antes de quince días. ¿Sería esto posible en nuestra actualidad?
Sabemos cuál es su nombre y su domicilio al haberse registrado previamente en una lista de electores, por eso llegaría el sobre. Estamos seguros de que no daría otro uso a la boleta, sino marcarla y devolverla por la misma vía, por lo que no habría ningún problema por el cual la boleta fuera una simple hoja de papel bond. Cada quien haría lo suyo, el ciudadano al registrarse, la autoridad electoral a emitir la boleta, el votante a emitir su sufragio, el servicio postal sus entregas y recolecciones. Y además de lo anterior, lo haríamos a la perfección, el ciudadano daría su nombre y actualizaría su domicilio inmediatamente al cambiar el mismo, la autoridad mandaría una y solo una boleta a cada elector, el ciudadano no la guardaría de recuerdo, ni la fotocopiaría para que su candidato obtuviera muchos votos, ni la vendería, ni los partidos se la comprarían, ni la olvidaría, y el servicio postal la entregaría a tiempo, ya sea de ida o de vuelta.
Insisto en la pregunta: ¿sería esto posible en nuestra actualidad? Y la respuesta seguramente es un no, que, además, sería un no rotundo.
Precisamente porque desconfiamos es que sucede que tengamos que expedir una credencial para que el elector no solamente se inscriba y quede constancia de su registro, sino que además necesitamos saber quién es con una imagen añadida, misma que se compara en un libro que contiene las imágenes de todos los votantes de la sección; elector a quien se le entrega una, y solo una boleta por elección, misma que se desprende de un talón foliado, para que no se impriman más de las estrictamente necesarias, hecha de un papel de composición especial y con tramas de seguridad, unas a la vista y otras ocultas, y que además se tenga que aplicar una sustancia química en su pulgar que identifique e impida que dicho ciudadano se le ocurra intentar votar en más de una ocasión… y así en esta feria de las desconfianzas.
A partir de este proceso muchas cosas van a cambiar. Por necesidad o por obligación, pero sobre todo porque la sociedad lo está exigiendo a gritos. Pero no siempre todo cambio es para mejorar. Es menester conocer el proceso electoral para darse cuenta cuáles son los mecanismos que se llevan a cabo, comprenderlos a cabalidad y determinar cuáles son susceptibles de mejora. Esos son los cambios que se requieren.
Mi deseo, a una semana del inicio del proceso electoral local, es empezar a confiar. Que sean las propuestas y las buenas ideas las que invadan a la sociedad en estas campañas electorales. Que el ciudadano pueda discernir entre toda la información que obtenga para que pueda tomar una decisión razonada y responsable. Que este renacer que se prevé de la sociedad mexicana y de sus instituciones, sea para poner los cimientos democráticos en que se edificará nuestro futuro, inquebrantable a toda prueba, como inquebrantable es el espíritu que hemos demostrado los mexicanos en momentos determinantes como el que estamos viviendo.
/LanderosIEE | @LanderosIEE