Para Cristina Ramírez,
que no ha necesitado
de selfies para ayudar
Había comenzado a llover dos horas antes de la marcha. Otra. Las mujeres de Aguascalientes salimos de nueva cuenta a las calles por todas nosotras y por las que nos han arrebatado. Después del asesinato de Mara Castilla en Puebla teníamos pendiente el desarrollo de una marcha que otra vez nos cobijara para exigir justicia.
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Este mes de la patria sí que nos dio con todo. Los sismos, los huracanes, la devastación, la muerte, el derrumbe. Noticias, fotos, peticiones, ayuda por todos lados que no ha cesado ni cesará en los próximos meses. Culpables. Hemos necesitado culpables para explicarnos el porqué: inmobiliarias, arquitectos, constructoras, Televisa. Dios, el azar. Sobre todo hemos necesitado héroes. Perros, hombres, mujeres, niños, militares. Todo de lo que podamos aferrarnos. Esperanza. Solidaridad.
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Entonces el sábado por la noche, en la explanada de la Policía ministerial, las mujeres se organizaron para comenzar la marcha. Dieron las indicaciones y prendieron las antorchas. Sería una caminata larga bajo la lluvia.
De las instalaciones de la Policía salió Yesi con su hijo Jorge de la mano. Tal vez alcanzó a ver la luz de las antorchas, pero no se detuvo a observar qué pasaba. Al llegar a la esquina, con la voz temblorosa y las manos heladas, Yesi alcanzó a decirle a Jorge antes de desmayarse que buscara ayuda. En el piso, en una especie de catatonia, se derrumbó a esperar. Jorge fue y vino. Estaba alerta, pero no asustado. Se colgó el bolso de su madre en el hombro y lo protegió como centinela. Mientras auxiliaban a Yesi, contó que también su abuela se desmayaba a veces y estaba seguro que con un algodón impregnado de alcohol su mamá se pondría bien. No conocía a la perrita Frida, pero sí sabía que un temblor, en lo que nombró DF, tumbó edificios, mató gente y que una niña que se llamaba Frida Sofía se había muerto bajo los escombros de una escuela. Jorge, de siete años, como todos nosotros a la distancia, sabía todo y nada de la tragedia. Hasta el temblor sintió, dijo.
Para cuando Yesi estuvo segura y mejor en su casa, la marcha ya estaba pasando por catedral. Jorge dijo adiós con su manita, revisó que el celular y la cartera de su madre estuvieran en la bolsa y le alcanzó para decir que esos vecinos, esos de allá, no los dejan dormir con su música a todo volumen.
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Me pregunto por qué la violencia y la injusticia no han cimbrado la tierra con tanta fuerza como para provocar un terremoto que nos una contra estas. Deben haber muchas hipótesis científicas y sociales que hablen de la apatía o del desgano cotidiano, que formulen la idea de que ante la desgracia nos volvemos uno, engranes perfectos que mueven la maquinaria para ayudar. La tragedia como el motor. Estos días amargos lo han sido menos ante esas cadenas humanas que demuestran de nueva cuenta que cuando la catástrofe nos lastima estamos todos unidos, están los héroes de cada esquina. No es para menos. Han sacado la casta. Se la han rifado. Aunque si esto fuera todos los días… He leído hasta la repetición hipnótica que hablar sobre la violencia contra las mujeres mientras ocurre esta fatalidad está más que sobrado. Que ahora es momento de ayudar, no de querer volvernos las protagonistas de una tragedia que afecta la vida de todos por igual, que eso es llamar la atención, que todos en el epicentro son ahora vulnerables. Enojados, hombres y mujeres por igual hablan de equidad en la tragedia, de condiciones de horizontalidad para todos, de una visión unilateral que no permita en estos días de luto nacional desviar la atención de lo único y verdadero importante: rescatar a las últimas víctimas vivas, llevar ayuda a los desamparados, no entorpecer la organización y las redes sociales con señalamientos inútiles sobre género.
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La gente está ayudando como puede, con lo que tiene, se ofrece entera, deja trabajo y escuela para entregarse de lleno en todos los espacios de las ciudades para ayudar. Algunas personas ya se están sentando a escribir abundantes crónicas del terremoto, las más esperanzadoras y las desgarradoras. Las que denuncias las tropelías y las que cortan el aliento e inundan los ojos. Los testimonios del drama que miles de personas están padeciendo.
“Una turba interrumpe las labores de rescate por un momento, luego de que un sujeto intentara abusar en uno de los oscuros departamentos aledaños al inmueble colapsado de una menor de edad que alcanzó a pedir auxilio.
“‘Que lo maten al culero; déjenmelo para partirle la madre, porque además es un pinche ratero que intentó robar una casa y violar a una chavita’, gritaba la multitud enardecida, cuando el presunto delincuente era rescatado por personal de seguridad Pública y de la Marina, de ser linchado.”
Quién pensaría que en medio de la devastación un hombre tendría las ganas, el poder y la fuerza para intentar violar a una niña. Quién pensaría que en la vulnerabilidad, las circunstancias hacen más vulnerables a algunas mujeres. Que aparte de perderlo todo, cargan a sus hijos en los brazos o en los vientres, que amamantan en la banqueta entre escombros, charcos de agua y lodo, que no consiguen pañales o alimento para sus bebés, que en su emergencia usan lo que sea como toalla sanitaria para frenar su menstruación, que no sabe de temblores y que llega salvajemente. Quién pensaría que más mujeres han muerto por la indiferencia que por todos los sismos ocurridos. Y aunque nadie ha sugerido siquiera no socorrer al resto, visibilizar las necesidades y agobios femeninos ha incomodado al grueso de la población porque no es una causa común. Olvidamos que en todo el mundo, las mujeres que están en situaciones de tragedia han sido el último eslabón de una cadena de cuidados, aunque ellas son las primeras en enlistarse para ayudar con sus manos, su comida, su aliento, su orden y protección. Que en condiciones de desplazamiento y de inseguridad, las mujeres han sido salvajemente violadas, exterminadas, botines de guerra. ¿Por qué no ver que el mundo de una mujer se derrumba como edificio al sufrir vejaciones?
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Yesi se desmayó en una ciudad que no está sufriendo como Juchitán, por ejemplo. Se desmayó justo a un lado de una marcha feminista. Hubo quien la auxiliarla y le diera seguridad a ella y a su hijo. Tienen una casa en la cual refugiarse y aliviar todos los malestares. Jorge ve las noticias, sabe del temblor y se queja de la algarabía de sus vecinos. Sabe cuidar a su madre y defender sus pertenencias si Yesi se encuentra vulnerable. Siete años.
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Este mes de la patria sí que nos dio con todo, feminicidios, sismos, huracanes. Solo en septiembre la estadística dice que serán asesinadas al menos 210 mujeres aunque mencionarlo ahora, en medio de un dolor que sí agobia a la nación, parece una proclama incendiaria. Ya vendrán otras marchas que nos cobijen para exigir justicia. La tragedia como el motor.
@negramagallanes