Paterson: las muchas (y entrañables) dimensiones de lo cotidiano / Extravíos - LJA Aguascalientes
21/11/2024

“Ningún día se repite,

no hay dos noches iguales,

dos besos que dieran lo mismo,

dos miradas en los mismos ojos.

Nada dos veces,

Wisława Szymborska

 

Hace algunos Pier Paolo Pasolini se preguntaba si “¿Es posible en el cine una lengua de la poesía?” Paterson (2016), la película de Jim Jarmusch nos muestra que sí. Jarmusch no ha recurrido, por cierto, a imágenes poetizántes, a efusiones líricas o a una retórica declamatoria. Lo que ha hecho es más arriesgado y entrañable: ha filmado un poema, un extraordinario poema.

1


Lunes por la mañana. Paterson (Adam Driver) despierta junto con Laura, su pareja (Golshifteh Farahani). Se levanta y desayuna cereal. Se despide y se dirige al trabajo. Es conductor de un autobús del servicio público de la ciudad de Paterson (New Jersey). Recorre la ciudad mientras escucha con atención disimulada las historias que los pasajeros se cuentan entre sí. Al concluir sus horas laborales, Paterson regresa a casa. Endereza por enésima vez el buzón de su casa que Marvin, el perro de Laura, se esmera en tumbar todos los días. Come con Laura quien cada tarde le cuenta a Paterson un nuevo sueño a cumplir mientras cocina panques y rediseña su mundo en una infinita variedad de blancos y negros. Paterson sale a pasear a Marvin y se detiene un rato en la taberna de Doc (Barry Shabaka Henley) donde toma una cerveza y convive un poco con los parroquianos. Paterson regresa a casa a descansar y dormir con Laura. Durante toda la jornada, Paterson encuentra tiempo para escribir poesía. Así, en Paterson no pasa nada, pero ocurre todo.

2

Martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, los subsiguientes días de la semana, son para Paterson y Laura, semejantes, inscritos en una rutina donde sólo al parecer sólo hay espacio para la continua repetición de sí misma. Pero para Paterson y Laura, como en el poema de Szymborska, no hay días que se repitan, ni dos noches que sean iguales. Cierto que la textura de sus horas es similar -como lo es la de los muchos gemelos que aparecen y desaparecen en la ruta de Paterson- como si estuviese estructurada bajo una unidad rítmica apegada al lenguaje cotidiano, un lenguaje “ondulante de carácter físico más que literario”, pero más allá de ello hay una trama de vida regida por lo disímil, una corriente de disimilitud por donde una y otra vez aparece el íntimo e irrepetible mundo de las pequeñas grandes cosas, de los objetos que en su fijeza proclaman su movilidad, de la naturaleza en nupcias con la ciudad, de la gente Paterson.

Es al poeta a quien corresponde hacer estos delicados e íntimos descubrimientos y, en un sentido  adánico, nombrarlos casi por vez primera: “Aunque es propio de la imaginación -escribió William Carlos Williams, cuya mirada y voz alienta y modula toda la película- reunir aquellas cosas que tienen una relación entre sí, acuñar similitudes es aún un pasatiempo muy barato que depende de una coincidencia casi vegetal. Mucho más aguda es esa fuerza que descubre en las cosas aquellas partículas inimitables de disimilitud que constituyen las peculiares perfecciones de la cosa en cuestión.”

3

Al inicio del Primer Libro de Paterson, William Carlos Williams escribe: “…surgiendo de entre el caos/una maravilla de nueve meses, la ciudad/el hombre, una identidad- no puede ser de otra manera/ una interpenetración en ambos sentidos.” De igual manera en Paterson, el film de Jarmusch, el microcosmo de Paterson, el hombre, lejos autocontenerse o de aceptar fronteras fijas, tienda a extenderse, a bifurcarse incesantemente hasta fusionarse con su ciudad: Paterson, el hombre y Paterson la ciudad comparten esa identidad móvil y múltiple de la que habla Williams.

En Paterson -en la película y el libro- la ciudad no es, entonces, la escenografía o un mero paisaje para el desarrollo de la trama humana, sino una protagonista esencial. Las calles y puentes, los parques y edificios, las montañas, los valles y las cascadas narran y evocan, con discreción y parsimonia, la historia y el presente de la ciudad y sus residentes. El recorrido que día a día realiza en su jornada laboral, le permite al conductor Paterson reconocer y hacer suya esa historia y ese presente, y también ser parte de su respiración, de sus pulsaciones: para Paterson transitar por la ciudad es transitar por sí mismo.  

El ritmo reposado que conviene al tono naturalista y pulcramente distante con que Jarmusch narra reafirma esta convergencia y el sentido de búsqueda, de indagación profunda, que  anima el trayecto de Paterson ya que como se lee al inicio de Paterson, “El rigor de la belleza es la búsqueda.”

4

“A pesar de la vastedad de las fronteras, que son como franjas de una flor llena de miel, son las pequeñas cosas las que cuentan. Despreciarlas y la amargura ahogara la imaginación”, escribió Williams. Y los poemas que Paterson escribe a lo largo del día traslucen esta visión. Después de algunos intentos propios fallidos, Jarmusch le encargó al poeta Ron Padgett que escribiera los poemas. La opción fue un acierto. Y no un acierto menor. Sin los poemas de Padgett, Paterson sería otra película. Son poemas breves que hablan, en efecto, de las pequeñas cosas que, sin embargo,  despiertan un hondo sentido de comunión como en Un poema de amor, donde la presencia de una caja de fósforos concluye con una evocación amorosa: “Esto es lo que tú me diste, Yo/ me convertí en cigarrillo,  y tú en fósforo o yo/ en fósforo, y tú en cigarrillo, brillando/ con besos ardiendo hacia el cielo”, o bien una delicada y profunda sensación de plenitud como en Otro más:  “Me retiro del trabajo/Tomo una cerveza en el bar/ Miro por debajo del vaso y me siento feliz.

5.

El Señor/ Paterson se ha ido/ para descansar y escribir. En el autobús uno ve / sus pensamientos sentado o de pie.”, se lee en Paterson. Jarmusch nos ha permitido ver, precisamente cómo los pensamientos del conductor del autobús reconocen y nombran la vastedad de lo disímil que se agazapa en la repetición de lo símil, la belleza que se asoma en los pliegues de la cotidianidad, la plenitud que hay en el destino de un hombre, de una pareja, de una ciudad, que, como dice el mismo Jarmusch, al negarse a ver en su rutina una fatalidad, “están siendo quienes quieren ser”.

 

P.D Desde que hace unas cuantas décadas recomendé la Gran Comilona (1973) de Marco Ferreri a mi madre y un trío de sus amigas, advertí cuán fácil y riesgoso es recomendar la película equivocada a las personas equivocadas en el momento equivocado, trato, hasta donde me es posible, de no recomendar películas ni a propios ni a extraños. Pero en esta ocasión vale la pena hacer una excepción: así que, lector desprevenido, diríjase a Sala Alternativa (Edén 207, en Colinas de San Ignacio) y vea cuantas veces le sea posible Paterson…si tiene la suerte de que en estos días siga en cartelera.  

La traducción del poema de Szymborska es de Krystyna Rodowska y aparece en su breve antología de la Poesía Polaca Contemporánea (UNAM, 2008). La pregunta de Pasolini se encuentra en su texto Cine de poesía, incluido en Cine de poesía contra cine de prosa de Pasolini y Eric Rohmer (Traducción de Joaquín Jordá para Anagrama, 1970). Todas las otras citas, entrecomilladas y en itálicas, en cada caso son de William Carlos Williams y provienen de Paterson según la edición que preparó, tradujo y prologó Margarita Ardanaz para Cátedra (2001) y de Kora in Hell: Improvisations incluido en Imaginations (New Directions, edición de Webster Schott, 1970).  


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