Hace 49 años, casi medio siglo tuve la fortuna de vivir una experiencia única en la historia de México. Nunca antes se había hecho algo así, nunca después se ha vuelto a realizar. El día 1 de agosto de 1968 mi rector, el jefe de la Universidad Autónoma de México, el ingeniero Javier Barros Sierra encabezó una manifestación de ochenta mil estudiantes y profesores, para protestar por la intervención de los granaderos (Guardia Nacional) en terrenos de la universidad y en escuelas preparatorias de la misma institución. Comenzamos con una magna reunión en la explanada de la rectoría de la UNAM, frente al mural “El pueblo a la universidad, la universidad al pueblo” de David Alfaro Siqueiros. El ingeniero izó la bandera a media asta y después nos lanzó un emotivo discurso alentándonos a defender la autonomía universitaria: “Hoy es un día de luto para la Universidad; la autonomía está amenazada gravemente. No cedamos a las provocaciones, vengan de fuera o de adentro; entre nosotros hay muchos enmascarados que no aman y no aprecian a la Autonomía Universitaria. La Universidad es primero, permanezcamos unidos para defender, dentro y fuera de nuestra Casa, las libertades de pensamiento, de reunión, de expresión y la más cara: ¡nuestra Autonomía!” Caminamos en marcha pacífica y silenciosa, yo por supuesto formaba parte del contingente de la Facultad de Medicina, uno de los más numerosos, todos vestidos de blanco, muchos con cubrebocas para simbolizar el silencio, otros con tiras de tela adhesiva. Al frente de todos, nuestro rector del brazo de todos los directores de las facultades. Sin gritos, sin insultos, sin ofensas, destrozos ni pintas. En la colonia San José Insurgentes pretendieron integrarse a la columna unos manifestantes con pancartas de Mao Tse Tung y el Che Guevara, con la clara intención de contaminar el acto y darle un tono socialista o revolucionario, pero los estudiantes no les permitimos entrar. Fue un hermoso caminar, con las personas deteniéndose en las aceras o asomándose a las ventanas aplaudiendo y enviándonos frases de aliento. Así llegamos hasta la Alameda y comenzamos a caminar por Madero. De sus angostas calles laterales salieron grupos de pepenadores y otras personas, algunos todavía con los uniformes de personal de limpieza del DDF que nos arrojaron huevos y fruta podrida. Nuestros blancos uniformes quedaron como lienzos de pintor abstracto, solo que malolientes. Sin embargo, llegamos al Zócalo, donde una comisión pidió entrar a Palacio Nacional, permiso que fue negado sin dar ninguna explicación. El rector y los maestros nos pidieron que regresáramos a casa en paz. Solo que el movimiento ya estaba en marcha. El 7 de septiembre se realizó la Marcha de las Antorchas en Tlatelolco. El 13 de septiembre la Marcha del Silencio con 250 mil participantes. Cinco días después el ejército invade ciudad universitaria y el día 23 de septiembre el Rector presenta su renuncia irrevocable y publica una carta abierta, advirtiendo que ha sido forzado por el mismo gobierno que lo había colocado en ese sitio. Don Javier se convierte entonces en un líder imprescindible en las luchas libertarias y pacíficas por la autonomía universitaria, la libre expresión y siempre a favor del diálogo. El rector siempre se opuso a la violencia, nunca permitió que las manifestaciones fueran vandálicas. Por ello es que ahora medio siglo después da una penosa sensación de vergüenza y lástima que algunos muchachos se lancen a las calles al grito de 2 de octubre no se olvida, y se dediquen al pillaje. Efectivamente el verdadero, el real movimiento del 2 de octubre de 1968 y todos sus antecedentes que comenzaron con la huelga de médicos en 1966 no se olvidan. Sigue siendo una prueba de que los mexicanos tenemos conciencia, valentía y amor a la verdad.