En días recientes, Houston, la cuarta ciudad más grande de Estados Unidos, fue devastada por el paso del huracán Harvey; se estima que rompió el récord de las mayores precipitaciones en una sola tormenta en ese país. Hasta hace unos días se reportaban 50 personas fallecidas por las inundaciones; y se espera que el daño pueda superar los 100 mil millones de dólares. Harvey es un recordatorio para las ciudades de que negar o ignorar el cambio climático en los procesos de urbanización puede ser devastador. Veamos.
El cambio climático y el calentamiento global están estrechamente relacionados con la intensificación de lluvias y huracanes a través de lo que los físicos y meteorólogos denominan la ley Clausius-Clapeyron, que determina que la capacidad de retención de agua de la atmósfera incrementa 7 por ciento por cada 1°C de aumento en la temperatura del aire (IPCC). Así, a medida en que la temperatura aumenta se retiene más agua en la atmósfera, y con ello, se producen tormentas de mayor intensidad. Probablemente ninguna ciudad podría haber resistido el paso de Harvey sin algún daño; sin embargo, en las últimas décadas Houston se ha hecho más vulnerable de lo necesario a través de una planificación y regulación deficiente del desarrollo urbano.
Houston es la ciudad más grande de los Estados Unidos sin leyes o códigos de zonificación que indiquen qué tipo de construcciones se pueden realizar y en dónde -parte de un enfoque laxo de planificación para facilitar el desarrollo de vivienda asequible pero que a la vez ha contribuido a la reciente catástrofe. Este modelo de desarrollo ha promovido la urbanización en zonas de inundación como humedales y pantanos, y ha alterado el paisaje natural al sustituir árboles y vegetación por edificios, carreteras, autopistas y otras infraestructuras que afectan las tasas naturales de infiltración del suelo. Cubrir las ciudades con superficies impermeables como asfalto y concreto disminuye la capacidad de absorción y las convierte en auténticas piscinas. De acuerdo con el US Geological Survey, la superficie impermeable o sin capacidad de absorción en Houston aumentó 32 por ciento entre 2001 y 2011. Expertos coinciden en que la ciudad sufre ahora las consecuencias de un modelo de planificación urbana que en lugar de hacer frente a los efectos del cambio climático incrementó su vulnerabilidad ante estos fenómenos naturales.
Frecuentemente se cree que la mejor solución para manejar lluvias torrenciales es canalizar el agua fuera de las ciudades tan pronto sea posible mediante infraestructura impermeable, en lugar de dejar que el agua se absorba localmente; sin embargo, se ignora que esto último no sólo podría evitar o amortiguar las inundaciones, sino también recargar las cuencas subterráneas de agua o almacenar agua de lluvia para ser reutilizada posteriormente. En lugar de seguir asfaltando las ciudades, éstas deberían diseñarse como esponjas naturales, respetando e introduciendo suficiente suelo verde o natural para aumentar la capacidad de absorción y así reducir el impacto de las tormentas. Para ello, las ciudades deben idear soluciones de infraestructura como parques, techos verdes o pavimentos permeables que aumenten la superficie de infiltración.
Adaptar una ciudad al cambio climático no es fácil; existe una alta complejidad técnica, política y económica. Sin embargo, existen casos de éxito de ciudades que no sólo han reconocido los impactos del cambio climático sino que ahora promueven estrategias de desarrollo urbano que les permiten adaptarse de manera efectiva a fenómenos naturales. Por ejemplo, a diferencia de Houston, Singapur, una pequeña ciudad-estado localizada en una región de muy altas precipitaciones en el sureste asiático, es un modelo a seguir. Mientras su población se ha duplicado desde los años 80, la ciudad ha aumentado de 35 a 46 por ciento la superficie permeable a través de más áreas verdes.
Es cierto que eventos como el huracán Harvey difícilmente se pueden evitar; sin embargo, no tienen porqué ser devastadores. Las ciudades deben adaptarse a estos fenómenos para mitigar el daño y reducir su vulnerabilidad. Desde luego, primero debemos reconocer que el cambio climático es una amenaza real para las ciudades del mundo, no sólo Houston. Hace unas semanas, más de mil 200 personas en Bangladesh, India y Nepal murieron por los estragos causados por las peores inundaciones en años en estos países. Las agencias internacionales han denominado a estas inundaciones como una de las peores crisis humanitarias en años en aquella región. En México, no podemos esperar a que crisis como las de Houston, Bangladesh, Nepal e India nos obliguen a planificar y regular de mejor manera el crecimiento de nuestras ciudades. Debemos comenzar ya; es tarea de todos diseñar ciudades que garanticen la seguridad y prosperidad de la población.
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